domingo, 24 de febrero de 2013

Mapa del Tesoro

En el trastero, en la gaveta más olvidada del más destartalado pupitre, he hallado un saquito de arpillera, todo dentera y polvo. Dentro, alguien abandonó veinte preguntas. Veinte preguntas que transcribo en el aleatorio orden en que las he extraído. No sé si así forman el imposible mapa del tesoro de un sufrimiento. A saber:
 
¿Por qué hoy una tristeza tan, tan sin naturaleza humana que no cabe en la lana de mis calcetines? ¿Por qué hoy, si yo creía que sólo era una metáfora, el hospital de la pena ha detectado un clavo, con todo su hierro, sangrándome el amor? ¿Por qué hoy, si no me llamara juan el de la cruz, me llamaría dolor o zanja o costurón? ¿Por qué hoy la bondad se ha marchado, se me ha marchado, y me ha puesto vacío? ¿Por qué hoy sé que moriré esta tarde, que la palabra que vas a decirme me suicidará justo -injusta- esta mismísima tarde? ¿Por qué hoy lo corpóreo acecha con tentación de vena, de cuchilla, deceso? ¿Por qué hoy la espina de la...? ¿Por qué hoy la queja se hincha como un montgolfier que sólo descendiera? ¿Por qué hoy me llama, desde el otro lado, una voz siniestra? ¿Por qué hoy dios sólo me concede el pavor del tiempo? ¿Por qué hoy salgo desnudo a pesar de mi impecable traje de franela y de mi corbata de guerra? ¿Por qué hoy mi piel es una frontera tan irrisoria para el virus de la desesperanza? ¿Por qué hoy hay cordero para comer? ¿Por qué hoy he averiguado el invierno? ¿Por qué hoy no me queda lugar en la belleza? ¿Por qué hoy quepo cabalmente en la fosa? ¿Por qué hoy la palabra nunca se ha hecho carne? ¿Por qué hoy no me perdonas ser pequeño? ¿Por qué hoy la fúnebre certeza? ¿Por qué hoy?

19 - 12 - 12

domingo, 17 de febrero de 2013

Guantes

Mis queridos guantes:

Requetenegros, curtidos gemelos de mis manos capitolinas, de la roma de mis dedos, guantes, como anillo al cielo, mamáis calientes las ubres de mis sueños. Cuando están fríos, tiesos, duros, virilmente erectos, los acogéis como se cierran diez cuerpos al amarse, os acopláis como aire sobre un pájaro, los entibiáis como agua sobre un huerto. Guantes cavernosos y secos, guantes hospitalarios, guantes muelle, guantes pecho, guantes como madre, como útero, negros guantes todo sexo, hoy mismo quiero agradeceros vuestro virginal acogimiento y perpetraros diez besos.

Aguerridos guantes de la batalla de mis dedos, guantes refugio, trinchera, dos mujeres guantemente versos, aceptad el amor lento de vuestro huésped.

De "Cartas a mis cosas"

sábado, 9 de febrero de 2013

La tetera

Algo debe de haber en mi alma. Me he fijado que en la tetera había una mácula. Como un jirón mate que mancillaba tanto brillo. Siempre va conmigo un pañuelo blanco. Lo he aplicado a la alevosa mancha. Persistía. He frotado con más ímpetu. Persistía. He desistido de mi pañuelo. Con saña he raspado con un cepillo temiendo herir la plata. La tacha persistía. Afrentosa. Muy picado, he decidido recuperar mi pañuelo. Cándido. He acercado la tetera a mi boca y le he exhalado aliento. Rápidamente la he acariciado con el lienzo. La mácula se ha rendido a mis adentros. Se ha perdido. Todo era espejo. No me cabe duda. Algo muy puro debo de tener en mi alma.
De "Teoría de Fragmentos"

miércoles, 6 de febrero de 2013

Federico

Decía Federico que el meollo del gitano es la pena, que se filtra. Por eso Federico, que se abría las venas por los demás, le cantaba. Al gitano. Porque el gitano es la antonomasia de la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que Federico, mi Federico, el que a tantos alumnos he descubierto, me cantaría. Cantaría mi alma gitana. Porque en este momento, a treinta de enero de dos mil trece, a las siete y cuarto de esta perenne noche que soy, no hay en ninguna esfera más pena que en mi alma. No hay en ningún hemisferio ningún gitano en cuya navaja resida tanta pena como en mis ojos. No hay en toda la circunferencia de la Andalucía universal ningún Camborio que se alimente, flaco, de tanta pena como yo. En este momento, perpetuas siete y cuarto de esta perpetua noche nochera, no hay en toda la luna lorquiana de la gitanería nadie que renuncie a toda cosa, como declaro que renuncio yo, por ser pena. Sólo pena. Toda la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que mi Federico me cantaría a mí. Porque la pena se me filtra. Porque yo creía que el alma no existía. Pero ahora, a treinta de enero de dos mil trece, sé que existe. Que mi alma existe. Porque en ningún lugar físico puede, me puede caber tanta. Tanta pena.

Y por eso estoy convencido de que Federico cantaría, ahora, en romances, mi alma gitana.

 
30 - 1 -13