domingo, 28 de abril de 2013

Tal es



Cuentan los sabios, los filósofos, los poetas -tres alas para el mismo vuelo-, cuentan, digo, de un filósofo, de un poeta, de un maestro -tres vuelos de la misma ala- que se cayó cómicamente. Cuentan que contemplaba el cielo, paseando a tierra las estrellas, y que no advirtió una fosa en el suelo y que se derrumbó en ella como un fardo. Cuentan que el cosmos se rió de aquel filósofo, de aquel maestro, de aquel poeta que intentando vivir la vida de arriba no sabía siquiera andar aquí abajo sin tropezarse. 

Tal es la historia, la anécdota, mejor, que cuentan. Yo entiendo bien a aquel sabio despistado. A aquel sabio alado, alto, que, viviendo elevado, fue reclamado por la tierra. Yo he volado años y leguas junto a la luna, a la que casi ya no quedaba blanco. Yo he volado eternamente el instante en el que me llenabas el mundo. Yo he volado, cada noche, reclinado en tu pecho, cara al cielo, por las cimas del cielo. Yo he volado tanto mi amor que mi amor era sólo eso. Vuelo. Pero, volando, volando, aéreo, perdida la consciencia de mi peso, no me percataba de que caía a plomo, volando, cayendo, cayendo a la fosa que el maldito cosmos -envidioso, riendo- había dispuesto. Me había dispuesto.  

Cómo entiendo a aquel maestro, a aquel poeta alado, despistado, enamorado y, al cabo, descenso.

5 - 4 - 13

 

domingo, 21 de abril de 2013

Enyesada

Finalmente la han tenido que enyesar. Me la han tenido que enyesar. Aunque no salía en las radiografías ni en las resonancias magnéticas ni en ninguna exploración médica. Jugaba al escondite con los rayos equis y con todas las ondas perseguidoras que la pretendían. Aunque ningún facultativo la ha visto, esa es la verdad, finalmente me la han tenido que enyesar. Porque, eso sí, el diagnóstico era claro. Y unánime. Tiene usted el alma rota. Fracturada. Me han dicho. Tiene usted el alma fracturada.

Me han preguntado si me había caído. Si me había dado algún golpe últimamente. Si había tenido algún percance. Algún accidente. Han quedado estupefactos cuando les he respondido a todo que sí. Que sí. Que, en efecto, sí se me había caído vertiginosamente el alma hasta el mármol rígido del desamor. Que, en efecto, sí me la había golpeado un puñetazo de dios. Que, en efecto, sí, mi alma era un puro percance, un impuro accidente sin substancia.

Así que, finalmente, me la han tenido que enyesar. Y aquí estoy. Con ella fracturada. Rota. Con el alma en cabestrillo. Arrastrándola, arrastrándome, escayolada, arrastrando la vida escayolada, añicos el interior.

6 - 4 - 13

domingo, 14 de abril de 2013

Sopa

En el supermercado. Aunque parezca mentira, en el supermercado. Colmado de tantas cosas superfluas. Allí la he encontrado. En la sección de preparados. En un sobre amarillo. Llamativo. Con fideos. Advertía la carátula. Sopa maravilla con fideos. He hecho abstracción, claro, de los dichosos hilos de pasta. Pero a lo que no me he podido substraer es a la maravilla. Así. La maravilla. Nada menos que la maravilla ofertada impúdicamente en un llamativo sobre amarillo. En el mismísimo supermercado. Entre tantas cosas superfluas. 

Huelga decir que, ansioso, me he hecho con ella. Lector empedernido, he devorado, crudas, todas las palabras publicitarias. Sobre la ostentosa carencia de conservantes y colorantes. Sobre su sanidad en grasas. Sobre la naturaleza excepcional de la exquisitez culinaria. Ávido, he engullido, también, la leyenda de los ingredientes. Y por fin lo he comprendido. Ahí radicaba la maravilla. La maravilla de las maravillas. 
Sin cuantificar, eso sí, el porcentaje, he leído extasiado que la sopa contenía potenciador del sabor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Estupefacto, una vez en casa, siguiendo con escrupulosidad las instrucciones, he cocinado la maravilla de la sopa y la he sorbido, en efecto, la he sorbido con fruición, aspirando convulsivamente, como un enfermo, su perfume.

Yo quisiera, es lo que más quisiera en este mundo, saber aderezarte, en el supermercado de mi corazón, colmado de tantas cosas, saber guisarte mi sopa maravilla, sin fideos, con potenciador del amor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Pero, ni sé yo, ya, adobártela. Ni estás tú, ya, para sorberla.


20 - 3 - 13

domingo, 7 de abril de 2013

Mi temida lámpara de techo

Grácil cae la mole de tu filigrana de bronce traspasada en luz. Como tres santos ahorcados, tus seis brazos cuelgan con inercia metálica iluminados y eléctricos. Como una espada de seis filos, pendiente sobre mi cama eres -ojo séxtuplo de dios- seismente vigilante. Mi cuerpo y mis sueños te temen porque te saben -alta- omnipresente. Apagada, estás invisible, secreta, taimada. Viendo. Encendida, apabullas -ostensible- inspeccionando. Superentendiendo. Deslumbrando. 
 
Terrorífica lámpara de techo, indefenso y vencido, rendido, desnudo, a ti me ofrezco.

De "Cartas a mis cosas"