domingo, 28 de julio de 2013

Antidepresivo

Es una ficción. Desde hace un mes y medio. En una ficción. Vivo una ficción. Me recetaron la pastilla. Ha podido. La pastilla ha podido. Yo, antes de vencerme al fármaco, no soportaba más. La pena me había hecho suyo. Me había deshecho. Todo lágrimas en el agua del amor. Era tan hondo el fondo de su mar que no cabía intentarlo. Imposible bucear. Nadar siquiera.

Desde hace un mes y medio sobrenado. Sobre nada. Vacía, la vida me sobrelleva. Me zarandea. El alma en zig zag. Entre huecos y ceros. Agujeros. Entre el no ser y el mal ser. Solo. La soledad no es una ficción. Es una laja caliente. Que arde mi corazón. Desde hace meses vagabundeo el alma. Sin pedir, ya. Sin pedir.

En la ficción en que yerro la pastilla ha mitigado la angustia. Es verdad que desde hace un mes y medio el pecho puede comer y el estómago respira. Es verdad que desde hace un mes y medio la pastilla disimula mi angustia. Pero, también es verdad, yo sé de la angustia agazapada. Acechante. Latente. Sé que, aunque no la invento, la siento. Esperante. Pertinaz. Traidora. A pesar de que la pastilla la pretende, la angustia me ha elegido a mí.

19 - 6 - 13

domingo, 21 de julio de 2013

Las manos de Lang Lang

Mi hijo me regaló. Yo soy un melómano. Por eso voy poeta. Me regaló un disco de Lang Lang. Universo. La orilla ilimitada del círculo se expandía. A través de palabras en sol de clave. Tanta maravilla venía enfundada. La carátula del cofre del tesoro es una foto azul. Lang Lang imberbe. Puro. De ojos enormes en los que la luna. Mirándome. Mirándome travieso desde su flequillo indómito. Y las manos. Las manos de Lang Lang. Las manos alzadas. Expuestas. Dos estatuas clásicas. Vivas, claro. Arte sólo. Las manos de Lang Lang. Los huesos justos. La espiga de los dedos. Rosas al cabo. Manos como poemas. Manos belleza. Capaces de todas las pompas que caben en el milagro. Mera potencia. Las notas todas en la posibilidad de sus falanges. De sus yemas. Manos tecla. Manos instrumento. Manos Midas que convierten en piano cuanto tocan. Las manos de Lang Lang. Dos mínimos absolutos, frágiles como almas.

Yo soy un melómano. Por eso voy poeta. Quisiera -no quiero nada tanto- que me las impusiera. Que las manos de Lang Lang pulsaran mi corazón silente. Que le crearan la antigua rosa. Que las manos de Lang Lang tocaran el piano mudo de mi corazón y sonara, azul, el tesoro de antes. Antes…

29 - 6 - 13

domingo, 14 de julio de 2013

Josemari

Tiene noventa años. Son las cuatro de la madrugada. Casi sin caderas, en curva a la tierra, como sea posible, se levanta una vez más de la cama. En una mano el bastón. Trípode resignado. En la otra el orinal. Cetro de la incontinencia. Ya está de pie. Trastabilla. Carmen, la suya -no es posesivo, es amor-; Carmen, digo, también vieja, en duermevela, le sujeta firmemente el corazón. Cuando Josemari termina, temblando el bastón y el orinal y las manos, los ojos en pregunta, se vierte en voz alta: ¿Y ahora qué hago? Carmen, la suya, duermevelada, le aprieta más el corazón lento y le susurra que toca volver a la cama. A soñar.

Josemari no lo sabe. Pero sus noventa años sí saben, claro, que su pregunta, que su perdición, son la condición del hombre. ¿Y ahora qué hago?

Desde que no está ella, mi ella, desde que ella no está, ¿qué hago yo? ¿Qué hago, ahora, yo?

domingo, 7 de julio de 2013

Camiseta

Yo soy friolero. Más aún desde que se me ha extinguido el hogar del amor. Por eso, como un guante hospitalario, me visto siempre una camiseta blanca. Un algodón madre que abriga mi temblor. Escondida, discreta bajo la ostentación del traje y la corbata nadie la adivina. Pero mi camiseta cumple su maternal cuidado calefactor fielmente.

Yo soy friolero. Por eso mi camiseta siempre talla menos de lo que debiera. Así se ajusta a la derrengadura de mi tronco, a mi corazón helado, y parece como que, ciñéndolo, me calentara. Como si pareciera.

Últimamente vengo observando un fenómeno desasosegante. Hace unos días en el pecho de la camiseta se atrevió una mancha. Roja. Sangre. Fría. Sangre fría. Asustado, me la descobijé. Me desvestí. Yo no estaba herido. Al menos por fuera. Desconcertado, decidí lavar la prenda. Una vez limpia y seca volví a ponérmela. Reconfortado, no pensé más en el suceso. 
Cuál no fue mi sorpresa, por la noche, al caer en la cuenta de que la mancha, en el mismo pecho de la misma camiseta, reapareciera. Confundido me exploré. Yo no sangraba. Incluso me ausculté. Lento, abrupto, el corazón me palpitaba pena.

Estos últimos días he lavado y requetelavado la intriga de la maculada camisilla. Una y otra vez, al despojarme, la mancha -sangre fría- se exhibía con estridencia. En el pecho blanco de la blancura. Por fin la he llevado a un laboratorio lleno de ciencia. El científico me ha dicho que, en efecto, la sangre persistente no es mi sangre. No procede de mis venas. La sangre fría que todos los días se obstina en el corazón de mi camiseta es de ella. De ella…


21 - 6 - 13