sábado, 31 de octubre de 2015

Mi queridísima planta artificial

Quiero ahora decirte, dejar escrita, tu radical extravagancia. La paradoja de tu naturaleza. Muerta, cómo te permaneces enhiesta, primaveral, florida, en pie de -fingida- tierra. Viva -porque estás ahí, yo no te invento-, cómo te ajas, cómo dimiten tus pétalos de su rubor, cómo te empolvas con pátina de mueble. De arpa olvidada. Mi querida planta artificial, ficción desleída, la erección mantenida de tu tallo es baladronada pura, apócrifa potencia de escayola. Los insectos te rehuyen y el sol te hiere. Te destiñe. Te desanima. Te asombra.

Mi querida planta artificial, te estoy diciendo -escrita- tu vegetal humanidad de yeso. Cómo vives sin vivir en ti. Deshabitada. Vigorosamente muerta.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 11 de octubre de 2015

Lux Aeterna


En verdad te digo, señor, que, a pesar de todos los pesares, de nuestros pecados tercos, de nuestra condición insuperable de corderos, de nuestra carencia de dioses, de nuestro ser huérfanos, o, quizás, por todo ello, brillará una luz inextinguible y débil, muy endeble, para nosotros. 

Porque la muerte guarda una pequeña alma misericordiosa para sus muertos. Porque la muerte luminosa no nos pretende sempiternos ciegos. Porque la muerte se resigna a que, incluso muerto, un hombre es un hombre. 

No puede descansar de serlo.

De "Réquiem".

domingo, 4 de octubre de 2015

Kyrie Eleison

En verdad te digo, señor, señor frío, que me afliges. Me aflige que no conozcas al hombre. Que nunca hayas descendido hasta su barro para cortar las azucenas. Que te permanezcas en un escarpado paraíso, en tu torre de marfil inabordable y hueca. Por cierto, tienes que saber que ningún hombre desea vivir en un paraíso. En tu paraíso. Los hombres, vivos o muertos, deseamos pugnar en una realidad abajada, flaca, en una tierra donde podamos estrellarnos, en una estrella donde poder enterrarnos. Yo, que lo sepas, odio los paraísos. Tu paraíso. Los artificios imposibles e ilusos donde el hombre, el hombre auténtico, el de carne y hueso, el de sangre y fuego, no cabe. En verdad te digo, señor, que me afliges. Tu eterna equivocación. Tu soberbia eterna. Tu ignorancia desdeñosa y áspera. Y por eso, señor frío, cuando yo vivía, y ahora con fervor de muerto, tengo piedad de ti. Te tengo piedad. Te conmisero. Es decir: intento traer tus miserias a mi corazón. Te compadezco. Es decir: intento padecer la pobreza de tu púrpura en mí. Contigo. En verdad te digo, señor, que me afliges. Que me apiado de ti. Pero también te digo, señor, señor frío, que estoy harto. Que me tienes harto. Que estoy harto de ti.

De "Réquiem"