martes, 8 de enero de 2013

A mi Cristo de plata


Mi queridísimo cristo de plata:

Sin cruz, flotando crucificado en el mar jaspe de una medalla como de amatista, sin cruz, ingrávida, franca, desprendidamente colgando, sin cruz, mi cristo crucificado de plata sobre la mesa del despacho, muertemente velando. Mi pequeño cristo de plata crucificado -sin cruz- en la laja cornalina, yo sé que a tu retorcido cuerpo de carne y verbo le ofende el metal rico en que te apresó el ignorante orfebre; yo sé que, sin cruz, tus palmas y tus plantas y tu torso necesitan el hogar de su madera y repugnan el tacto frío de la preciosa piedra. Reclaman una simple cruz de madera en que perdonar. Y posarse.

Sin cruz, mi queridísimo cristo de plata sobre amatista u ónice o ágata, no sé, reducción, bagatela, miniatura gigantesca, por qué no, mi cristillo descrucificado, ahora que puedes, sin cruz, sin plata y sin piedra, reencarnado, a lo grande, por qué no se lo pides a tu padre y, de nuevo, vuelves sin cruz a la tierra. Al acecho -¿por qué no?- te espero.
 
De "Cartas a mis cosas".

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