lunes, 2 de julio de 2012

Un prado minesido

Antonio Machado
Mi historia es muy sencilla. De hecho, yo soy una mujer muy sencilla. Y un poco frustrada. Estas palabras que está usted leyendo no las he escrito exactamente yo. Yo soy analfabeta. Estas palabras, otras muy parecidas, más pobres, se las he dictado al párroco. Aquí, en el pueblo, el señor párroco -que soy yo, el que está detrás de las palabras mendigas- me escribe las cosas que necesito. Bueno. Pues eso.

Mi historia es muy sencilla. Y un poco frustrante. Hace muchos años, cuando era -como soy ahora- la fregona de la escuela, escuché recitar al maestro de entonces, mientras relimpiaba los suelos de la galería del colegio, escuché recitar, digo, unos versos que me gustaron mucho. Los niños, a coro, los cantaban así:

“Ni un seductor mañana,
“Ni un prado minesido.”

A mí me gustaron mucho aquellos versos. Me parecieron sonoros. Brillantes como el agua del cubo antes de enturbiarse. Yo no los entendía muy bien. Sigo sin entenderlos. Y decidí entonces que, aunque yo fuera una simple fregona, tenía que encontrar ese seductor mañana y ese prado minesido de los que hablaban el poema, el maestro y los niños. Y el poeta. Que se llamaba don Antonio Manchado. O algo así. Y ahora no sé por qué se sonríe el señor párroco…

Mi historia es muy sencilla. Y ha sido un poco frustrante. Me he pasado la vida -ya soy muy mayor- fregando los suelos del mismo colegio. Y me casé. Y tuve hijos. Y, en eso, mi vida no ha estado mal. Pero, la verdad, nunca he podido encontrar el mañana seductor que decía el poeta. Y, mucho menos, y eso que lo he intentado con ahínco, el prado minesido. No sé todavía lo que es un prado minesido. Ni dónde está. Y el señor párroco, sonriente, cada vez que le pregunto, me insta a que siga buscándolo.

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