lunes, 28 de agosto de 2023

PoesíaApp: 'Braslí'

Fotografía Pixabay
Hoy por la mañana tenía contratado un masaje muscular profundo en el gimnasio/spa del hotel. Más que puntual, me he personado. De súbito, me han acomodado en una cabina sicalíptica. Tenue luz. Musiquilla insinuante... No sé de dónde ha surgido una endemoniada belleza sudamericana que me ha sugerido ponérmelo. Sólo eso. Ponerme sólo eso. Un livianísimo adminículo al que ha llamado 'braslí'. Con discreción, la simpar sureña ha abandonado el cubículo para que yo procediera a la investidura del sucinto trapo. Ante mi sorpresa, éste era tan, tan diminuto -yo no soy hombre especialmente dotado- que el taparrabos apenas si cubría lo que debiera... Excitado, casi descubierto, casi desnudo, la puerta ha vuelto a abrirse. Ahora... Era el momento... Excitado, casi desnudo, he asistido con estupefacción decepcionante al ingreso del fisioterapeuta para mí designado. Un maromazo aragonés de pelo en pecho que, sonriendo, ha machacado mi viejo cuerpo. Muscular profundo.

martes, 25 de julio de 2023

PoesíApp: La imperfección

Pexels (Elif Deniz Karabacak)

Según se dice -parece dicho por expertos en matemáticas, aritmética y geometría-, a todo lo largo y ancho del universo no hay ni una sola figura perfecta. Según dicen, es imposible para el mundo un triángulo, un cuadrado, una circunferencia perfectos. Tan sólo en un orbe ideal sería factible el completo primor formal. Sin embargo, el poeta -experto en humanidad- sabe, sabe, que cada hombre está irreprochablemente terminado. Consumado. Es miserablemente cabal. Absoluto. Frágil. Exacto. Cada hombre.

PoesíApp: Colección de crucificados

Pexels (Piotr Arnoldes)

Comprendiéndolo, nunca lo he entendido. El panteísmo. El pancristeísmo. Que Jesús, que es quien me importa, esté por todos lados, en todos los campos. Hace sólo unos días resolví un tanto más esta mi perplejidad. 

Sala del museo. Colección de crucificados. Marfil. Mi sorpresa: en el colmillo fálico de un grotesco animal bueno, de un animal gigante, esperpento, se permanece agazapado, Él, aguardando el albur del artesano, del escultor, del hacedero. En el colmillo reposan, expectantes, sin saberlo, el pudoroso paño, el exquisito paño, las piernas quebradas, los pies en puro desperfecto, las manos taladradas, los brazos universo, la herida del costado, la anémica tablazón del pecho, el tórax deshinchado, el corazón perpetuo, el rostro -sangre, perdón, miedo-, la frente espinosa, la afrenta de tanto cuerpo detenido en ese exacto  muriendo. Todo eso -pancristeísmo- en el colmillo fálico de un grotesco animal bueno.

PoesíApp: El Tiempo

Pexels (Julia Volk)

El monasterio milenario. Cueva. Piedra. Azul. Y versos. Todo leve. Todo pesa. Tanto tiempo. Nacimiento. Muerte y nacimiento. Le nacen lenguas al monasterio. Pero, sin cese, la muerte: muerte tras muerte de monjes y legos. Escritura y muerte de manuscritos y rezos. Arte y muerte conviviendo. Perdurando, el tiempo. Solo. El tiempo. En el atrio, incógnitas, tres tumbas. Trinidad de polvo, amnesia,  desprecio. Tres reinas eternamente cero. Anónimas. Anémicas. Tres tumbas apenas asiento para visitantes viejos. ¡Ay! El tiempo. Cómo se burla de la realeza y de la belleza y de Dios. ¡Ay! El tiempo. Vértigo...

PoesíApp: Melitón y Albina

Pexels

No los conocí nunca. Tal vez, sin embargo, los he reconocido siempre. La esencia, el miedo. Ya su nombre -abejas, música y candidez- era un verso. Un hexasílabo íntegro. Un cuadrado perfecto. Se llamaban Melitón y Albina como se podrían haber llamado libélula y vuelo. Su vida: hambre, orinales, ovejas y, por fin, dinero. Él, pastor büeno. Ella, pobre eterno. Ambos olían, siempre olieron, a lechuga, a tomate y a heno. Por fin, con su dinero -limpio, misérrimo-, compraron el cielo...

viernes, 16 de junio de 2023

PoesíApp: Los arneses

Katya Wolf (Pexels)
No cabe duda. La realidad es compleja. A veces, un efecto diseñado para controlar, para someter, puede convertirse en un afecto protector, en un afecto cuidador. Por ejemplo, los arneses.

Concebidos desde el poder para sujetar al caballo o al soldado -para el poder, un caballo y un soldado no son calidades, pero sí cantidades semejantes-, los arneses, en manos maternales, devienen en atención y primor.

Así, cuando yo era padre de un bebé lo transportaba colgado de mí, embarazado de él, mediante un artilugio arnesiano que lograba que el niño fuera a su ser, regalándome su espalda y asomando al mundo en apoteosis de curiosidad.

Y otro caso. Cuando yo cumplía el servicio militar prostituía el uso de la mochila de campaña y su arnés. En lugar de cargarla de bombas y de tanques y de metralla, la atiborraba de poemas y de granadas -rojísimas, jugosas- y de crepúsculos en azul.

En fin. Que no cabe duda. Que la verdad es compleja. Que, a veces, el hombre, el poeta sobre el lodo, es capaz de transgredir.

PoesíApp: Ballestrinque

Pixabay

Qué equivocación. Qué aturdimiento. Haber pasado. Tanto, tanto extenso. Haber errado -cuánto- sin saberlo. Yo, que creía estar anudado a ella en ballestrinque. A ella. La vida. La belleza. La misma. Y no. Es que no. Es que. La verdad es que. La maldad es que la otra, la muy otra, fue quien me ató, de nacimiento. La otra. Me ató. Me ataúd. Inzafable. En ballestrinque.

PoesíApp: Leche condensada

Antoni Shkraba (Pexels)

La poeta se contaba en versos.  La poeta me contaba. No hay, claro, agua de particular, nada de agua, en que una poeta se diga en versos. Pero... Pero sí hay cisterna -y muy nata- si el agua de esos versos es de leche condensada. La poeta se decía, me decía, recordaba que, cuando era una bebé, su madre y los médicos y los profesores de hidrografía la desahuciaron. La bebé poeta no comía. La poeta niña, niñísima, nadie sabía por qué, no comía, rechazaba la leche materna y los científicos brebajes y los polvos mágicos e, incluso, las galletas de luna. La poeta bebé se consumía, se derrochaba a sí misma hasta el acabamiento. Su madre, sapiente inmensa a fuerza de pena, probó con leche condensada. No era fácil el fluir de la textura por el cielo del tete, pero la madre, calmosa inmensa a fuerza de venas, lo logró. Logró que la bebé inmensamente poeta succionara y succionara, deleitosa, aquella leche intensa...

Y, claro, clara, la poeta sobrevivió. Y se crió. Y creció sin límite acechante. Y me contaba, ayer, ahora ya mujer completa, inmensa mujer poeta, me contaba en versos -cómo no- dulces, espesos y cándidos, se contaba, me contaba, recordaba, lacrimosa, la pugna deliciosa de su madre y la deliciosa resistencia de la niña poeta.

PoesíApp: El poeta no es idiota

Quang Nguyen Vinh (Pexels)

El poeta no es idiota. No. No lo está. Ya sabe que, simplemente, habrá caído del piso de arriba. Ya sabe que una caracola no puede aparecer -birlibirloque- en el alféizar de su alcoba. Ya lo sabe. De sobra. Que una caracola es cosa del mar. Él, que vive en el centro... Ya sabe que es imposible. Esa caracola. En su ventana. Y, sin embargo, a contraola de la realidad, ahí persevera, en el derrame de la cristalera. Donde no debiera... El poeta no es un idiota. Habrá caído, se dice, del piso de arriba. Pero, ¿y si procediera de un bajel prodigiosamente equivocado, de un bajel que, en vez de navegar, vüela? ¿O si me la hubiera depositado una caprichosa sirena como queriendo obsequiarme un secreto? ¿O si, quizás, sólo fuera arte -parte- de restos de la resaca de mi mar de penas? No sé. No sabe. El poeta no sabe. El poeta es un pobre idiota. No sabe. Pero la caracola, dislocada, impertérrita, ahí persevera, en la luminaria de su alcoba...

sábado, 22 de abril de 2023

PoesíApp: La herida

Pixabay
Es curioso. Cómo es la herida. En estos momentos debiera estar muerto. No sé. Tras un accidente doméstico ridículo, necesariamente letal. Ayer. Hoy, sin embargo -embargado, aún, de insuperable, ocre miedo-; hoy, digo, ha resultado un día vital, luminoso. Insuperable. Qué curioso. Lo que es la herida. Hoy, mientras vivía, resurrecto, me han abordado, a pie de calle, en faena separada y consecutiva, dos muchachillos. Chavalitos haciéndose, de entre once, doce años. El primero me ha ofrecido, desde la ternura de su ignota fragilidad, no sé qué boletos para no sé qué fin de curso. A un precio hermosamente mínimo. Inerme, he recurrido a un billete largo y le he comprado una astronomía de papeletas. Y el chiquillo, incrédulo, sonrojado. Roto de contento. El segundo muchachillo me ha asaltado por la tarde. Por no sé qué encuesta de no sé qué colegio. Y me ha preguntado, nada menos, que por mi felicidad. Mi grado de felicidad. Me ha suscitado, también, tanta ternura su ignota inocencia que, claro, en el baremo que me ofrecía le he mentido. Me he puntuado alto. Muy alto. Porque me daba tanta pena que el chavalito supiera... En fin que, ayer, casi muero y, hoy, embargado todavía, sin embargo, he regalado vida. Es curiosa. Mi herida.