Sufro cáncer de piel. Por si vivir fuera poco. Sufro hasta la piel. Por eso, en el ferragosto, intento proteger mi pena cubriéndome con un paraguas. Un paraguas negro que juega a quitasol. Debo cobrar un extraño aspecto, entre transeúntes tostados medio desnudos, coronado por mi paraguas el lino impecable de mi traje veraniego. Yo me preocupo en bajar el horizonte de mi artilugio hidrófugo hasta la cota de mis ojos. Así, aislado, no veo la burla del otro.
La calafateada tela negra es tupida. Prácticamente impenetrable. Pero, aun así, mientras camino la vida, el sol la reta. Y la vence. Yo, bajo la seta embreada del paraguas, soy, a pesar de todo, herido por la estrella. Todopoderoso, el sol se filtra. Se infiltra sin dificultad entre la oscuridad de mi refugio y me quema. El sol arde arrogante mi piel. Abrasa mi cáncer maldito.
Tú, desde hace ya tanto, has desplegado el paramor que me impide. Tu inexpugnable paramor. De esta manera, mientras caminas tu vida me vences. Yo intento herirte otra vez con mis flechas. Todopoderosas. Colar, colarte mi corazón mendigo. Pero tú, arrogante, con tu paramor imposible, rindes. Me rindes. Mis pobres saetas caídas. Mi pálpito detenido. Mi bajo sol. Y sólo me dejas mi cáncer maldito.
30 - 7 - 13
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