Conferencia pronunciada por Juan L. de la Cruz Ramos en el transcurso de una Jornada Lorquiana
celebrada en el Museo Bibat de Vitoria-Gasteiz, el pasado 27 de mayo de 2014.
Señoras
y señores lorquianos, buenas tardes.
Al
comenzar una charla como ésta suele ser de rigor explicitar algún
agradecimiento. Con frecuencia, tal agradecimiento no responde a una emoción
sincera sino que se reduce a un mero tópico frío, a un mero formalismo sin
carne caliente. Muchos de ustedes me conocen -y Federico también- y saben que
yo soy incapaz de deshabitar mis palabras de efusión. Es decir, soy incapaz de
pulsar palabras deshabitadas de mí. Por eso, desde toda la agitación de la
poesía, quiero -quiero- agradecer muy hondamente a ese verso que es la
profesora Elisa Rueda su invitación para hablar hoy y aquí, ante ustedes y ante
él, de mi Federico. Quiero agradecerle también el haber encarnado los poemas
lorquianos en estos gitanos de cobre y aceituna, en estos gitanos de Vitoria,
en estos mis amigos gitanos dulces de limón amargo. Y quiero agradecerle
también a la buena y profesora Elisa Rueda su afán por hacer vida de la poesía
en este momento en que, como casi siempre, como Federico, la poesía está
condenada a muerte.
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