Como un correveidile, como un vademécum, mi viejo llavero. Como si fuera un tríptico se abre y se cierra -sésamo- como un folleto, o como un confesionario, o incluso como un verso. Siempre encinta, pare llaves como las mujeres de los antiguos serenos, las serenas, parían. Mucho más que la más abultada billetera, más, mucho más que una tripa llena, mi viejo llavero tripartito, como un fatigado diccionario, como una forja, fragua soles y flechas. Mi viejo llavero no es de piel. Es como marroquinería del alma. Desplegado, por la cornisa le corre, como las cuerdas de colgar ropa, una percha de la que penden, como si fueran murciélagos, casi nictálopes, las llaves. Una verde, muy dentada, sencilla como una máquina, franquea un antiguo despacho al que no voy hace cientos de semanas; la llave verde podría abrir una puerta que siempre permanezco cerrada. Otra, más pequeña, niquelada, como una ganzúa de plata, revela un buzón en forma de caja que es como una respuesta eternamente esperada. Hay otra llave cuadrada, con resaltes convexos y heridas como de viruela, cóncavas, que me ofrece, como vírgenes expeditas, prometedoras alcobas y recámaras. Un llavín de cabeza hexagonal, como un duende, sospecha de frigoríficos y despensas y alacenas del cuarto de las viandas... Y así podría seguir con la teoría de llaves que acuartela la armería de mi viejo llavero. Cuerpo de guardia. Pero hay una llave resistente, discretamente herrumbrosa, inquietantemente oxidada, remotamente metálica, cuyo mástil dibuja como un perfil de mapas, una llave lejanamente azul, tímidamente carta, una llave pertinaz, desusada, como un claustro sin iglesia, una llave deshabitada, en ruinas, una llave olvidada en mi viejo llavero que no sé para qué valga, qué cerradura desata, qué cancela inaugura, qué secreto canda. Como una pregunta abandonada.
De "Curso de Gramática"
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