Después de tantos años sobrellevándome esta mañana me he dado cuenta de que mis manos están dislocadas. Entiéndaseme bien -¡qué abismo!-. Lo que estoy diciendo es que la que desde siempre he creído la mano derecha es mi mano izquierda, y viceversa. El brazo diestro termina en un apéndice siniestro. Una perfecta mano izquierda cuyo pulgar se abre al exterior alejándose tímidamente del cuerpo. La otra mano, la que culmina con destreza el brazo izquierdo, es un magnífico ejemplar derecho cuyo meñique quiere el interior. Después de tantos años reconociéndome, reconociendo, esta mañana me he percatado de que mis manos resuelven el mundo en un reflejo. De que mis manos confunden cuanto tocan. Mis manos juguetonas. A contramano. Qué sabias.
De "Curso de Gramática"
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