La luz hacía vidriera los cristales. Toda mi piel y lo más íntimo eran de puros colores. Me paseaba extático por la catedral. Pulcra. La vida era una filigrana de piedra. Una piedra blanda. Como de carne. Sin aristas. Había algo mágico. Eléctrico. Sin cables humanos. Una energía telúrica y alta al mismo tiempo. Todo era bello, dentro. Fuera quedaba muy lejos. Tordo era dentro. Bello. Piedra y luz. Sólo color y yo. Dios no estaba por ninguna parte. No le hacía falta a tanta hermosura. Sólo yo. De cristal. Y piedra.
De "Teoría de Fragmentos" (2411)
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