Ingenua y osada a la vez, cierta -falsa- doctrina filosófica sostiene que la cosa -la que sea, que ya es sostenella-; que la cosa, digo, dice la filosófica doctrina, no existe si no tiene nombre. Yo acarreo una suerte de pena, un destino de pena para el que tal superlativo absoluto -pena- no es suficiente. Mi pena es mucho más que la pena negra. Mucho más que una atroz pena. Es mucho más allá que un nombre, ésa, mi pena anónima, maldita -victoria pura-; esa pena mía que me acarrea.
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