El crío era una monada. La verdad. Rubito. Ojos azules. Mofletes sonrosados. Estaba para comérselo. Todos coincidían en que estaba para comérselo. Andaba graciosísimo. Tambaleándose. Con los brazos levantados. Como rindiéndose amablemente a la vida. Era una monada. La verdad. Un juguete. Por eso era tan sorprendente que hablara así. Tan raro. No es que hablara una lengua de trapo. O una jerguilla indescifrable. No. No era eso. Se hacía entender. Sí. Pero, al mismo tiempo, nadie comprendía lo que decía.
Vamos a ver. Hablaba perfectamente. Con claridad y fluidez impropias de su corta edad. Pero es que hablaba otro idioma. No hablaba su lengua materna. No chapurreaba, como todos pensaron al principio, la exótica lengua de la tata que le cuidaba. Y que fue despedida. La pobre. No. No era eso. Tampoco era eso. Es que hablaba perfectamente un idioma desconocido. Por completo ignoto para sus padres. Y para cuantos le rodeaban...
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