Aunque es imposible, ayer te compré en la milyunanoche de la almoneda. Aquella formidable cueva -sésamo- abierta. Aunque es imposible. Los libros -como la sangre, como los riñones- no pueden comprarse. Se prestan. Se roban -como el fuego-. Se pelean. Ayer te rescaté de la cueva de la almoneda aquella. Fatigado. Convalecías lleno de penas. Las tapas llagadas. Herido el lomo, al costado, por una lanza descuidadamente aneja. Las hojas sucias, crucificadas de humedad y arena. Arrodillados tus versos, desleídos, pero arrogantes, ascendidos en el firmamento de tus páginas, viriles, en reto de resistencia. Refugio bendito, sepulcro, mi queridísimo libro de viejo, custodiabas altamente moribundo la hostia de tu texto.
Mi queridísimo libro de viejo, aunque parecía imposible ayer te resucité y en la ambulancia de mis dedos te traje a mi mesa -ese vasto campo- y en mis manos me mostré, como un quirófano, y te anestesié y te lavé los pies y te intervine y te pegué y te cosí y te curé con celo, con mucho celo, con papel de cielo, y te hiciste mío, mi libro viejo, mi queridísimo libro bueno.
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