En verdad te digo, señor, que no tienes que suplicarme el perdón, ni alabarme, ni ofrecerme ningún sacrificio. Dios derrocado, serás amnistiado gratuitamente porque para mí y para todos los hombres muertos buenos es más fácil exonerarte que odiarte. Ni yo ni ningún otro hombre ya muerto queremos eternizar nuestra muerte en rencor hacia ti. La eternidad es demasiado tiempo detestándote. A diferencia de ti no conozco el rencor perenne. No quiero conocerlo. No quiero malgastar mi muerte. En verdad te digo, señor, que creo que tú, como máximo otro, también tienes una alma que se puede cuidar. Que se puede alimentar. Que se puede convertir. Yo y todos los hombres muertos a los que has atormentado queremos que pases, señor, a la buena muerte. Al lado de la bondad. A la banda de la fragilidad prometedora.
Del libro "Réquiem", de inminente publicación
Del libro "Réquiem", de inminente publicación
No hay comentarios:
Publicar un comentario