Señor: He viajado hasta lo hondo de mi pluma. Hasta la mina del alma. Requiriéndote. He culminado. Porque mi peregrinaje -decepción- ha sido, claro, un claro viaje vertical. No exactamente de verticalidad ascendida. Sino de perpendicularidad penetrante. Me he escalado entrando. Entrándome. Como si fuera un viaje horizontal y alpinista e interno. He accedido a la cumbre, a mi cumbre, dentro. Decepción. La peregrinación, clara, ha merecido tanta, tanta pena. Ya la he culminado, Señor. No te he encontrado. En mi cima. Dentro. No estabas. Es cierto, Señor. No me estabas, dentro. Pero -decepción- lo que he descubierto... Lo que he revelado -tanta pena- no es que no me estuvieras. Lo que he abierto es que sí. Que podrías estar. Que tal vez, incluso, quisieras. Estarme. Pero -tanta pena- lo que he manifiesto es que no he ganado. Que no te he ganado. Que no me estás porque no te merezco.
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