A vosotros os recomiendo, os solicito la desconfianza intelectual, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos. La desconfianza intelectual. Como recta actitud moral, el permanente recelo ante toda fuente, ante cualquier foco de poder. El poder no vivifica, inunda; no ilumina, quema. Frente a él, desplegad tozudamente la artillería de vuestra crítica; despegad el planeador de vuestra voladora reflexión. Optad por el dolor del compromiso, por la viruela de la socarronería, por la incomodidad ética, por la picajosidad del no sometimiento. Arriesgad. Apostad por el alacrán de las preguntas, no por el alazán de la condescendencia. Un universitario, un escritor, un poeta, ha de ser un irritante forúnculo, un dardo de desasosiego clavado en el trasero del poder. “No valgo para arrullar”, escribía en una carta Dostoievski. No arrulléis. Que vuestra palabra sea un tormento para los fuertes y el desenmascarador de todos los disfraces tras de los que el poder y su mendacidad se recatan.
Del Ensayo 'Lázaro Valbuena', de próxima publicación, capítulo LXXVII
No hay comentarios:
Publicar un comentario