miércoles, 6 de febrero de 2013

Federico

Decía Federico que el meollo del gitano es la pena, que se filtra. Por eso Federico, que se abría las venas por los demás, le cantaba. Al gitano. Porque el gitano es la antonomasia de la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que Federico, mi Federico, el que a tantos alumnos he descubierto, me cantaría. Cantaría mi alma gitana. Porque en este momento, a treinta de enero de dos mil trece, a las siete y cuarto de esta perenne noche que soy, no hay en ninguna esfera más pena que en mi alma. No hay en ningún hemisferio ningún gitano en cuya navaja resida tanta pena como en mis ojos. No hay en toda la circunferencia de la Andalucía universal ningún Camborio que se alimente, flaco, de tanta pena como yo. En este momento, perpetuas siete y cuarto de esta perpetua noche nochera, no hay en toda la luna lorquiana de la gitanería nadie que renuncie a toda cosa, como declaro que renuncio yo, por ser pena. Sólo pena. Toda la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que mi Federico me cantaría a mí. Porque la pena se me filtra. Porque yo creía que el alma no existía. Pero ahora, a treinta de enero de dos mil trece, sé que existe. Que mi alma existe. Porque en ningún lugar físico puede, me puede caber tanta. Tanta pena.

Y por eso estoy convencido de que Federico cantaría, ahora, en romances, mi alma gitana.

 
30 - 1 -13

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