Sabía de las coincidencias. Sabía de poetas que, sin
conocerse -ni en persona, ni en verso-, coincidían en el hallazgo. Sabía que la
Poesía era una. Una y misma. Confiaba -recelando- en su extravagancia.
Confiaba, esta vez, en su originalidad. Sabía que la Poesía era un
supermercado, un supermercado libre, una infinita oferta -exquisita, a
veces; a veces, mero saldo-. Confiaba. Recelaba. Se le había venido.
Sobrevenido. Iluminada. La palabra. Nueva. Dura. Doncella y lila. Confiado
-recelando-, obstinado en su originalidad, la regaló a las estanterías del
colmado lírico. La palabra. Enamorirse. Enamuriéndome.
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