martes, 22 de diciembre de 2015

El recuerdo de mi madre

Mientras yo doblaba la camisa me he acordado de mi madre. Mientras yo doblaba escrupulosamente la camisa. Alineando los ojales. Plegando pechera y mangas con milimétrica exactitud. Hace muchos años -la camisa, aunque está nueva, es vieja- mi madre le pegó uno de los botones del cuello. Impecable. Cosido justamente en su sitio. Sin provocar una arruga.

Me he emocionado acordándome de mi madre mientras yo doblaba la camisa. Imaginando cómo hizo la compostura. Poniendo todo cuidado. Mimando cada puntada. Calzada con su dedal de plata. Que me fascinaba. Me he emocionado por tanto esmero como prodigó a la prenda. Graciosamente. A mi prenda…

De "Teoría de fragmentos".

domingo, 13 de diciembre de 2015

Mi querido clip

Quiero hoy anotar tu gracia, cómo religas el vértigo de las separaciones, cómo haces naturaleza de la juntura. En el meandro de tus circunvoluciones haces río perfecto de las cosas dispares, acercas en el metal de tu agua orillas viejamente contrapuestas, estrechas ciudades enemigamente históricas. A tu suave presión se rinden adversarios imposibles, patrias odiantes, fronteras insalvables, uniformes desnudos, apartijos y simas. 

Mi querido clip agudo y redondo, clip (vocación) puente, fierro humanista, síntesis dialéctica, pirata definitivamente legal, quiero hoy anotar tu gracia, cómo transformas el pan y el vino, cómo juegas, cómo arriesgas. Cómo aglutinas. Arrimo.

Mi querido clip adolescente y antiquísimo, gracioso y pensativo, juez de paz, rara harmonía, para ti en estas palabras la república toda de mi corazón.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 15 de noviembre de 2015

Soneto despacio para mi hijo, que pierde el tiempo


Pudiendo regalarte a la belleza,
cederte, en verdad que no comprendo,
hijo, por qué en lugar de darte ardiendo
te hielas más acá de la simpleza.


Derrochas, manirroto, tu fiereza,
irrecuperables, las horas, confundiendo;
buscas al revés, retrocediendo,
creyendo atirantarte en tu firmeza.

La belleza se ofrece pudorosa,
recatada, latente, invisible,
manifiestamente transparente,


elocuentemente silenciosa.
Sé, hijo mío, hábil, piel, sensible.
Atrévete. Ríndete. Sé valiente.


De "Sonetos despacio".

sábado, 31 de octubre de 2015

Mi queridísima planta artificial

Quiero ahora decirte, dejar escrita, tu radical extravagancia. La paradoja de tu naturaleza. Muerta, cómo te permaneces enhiesta, primaveral, florida, en pie de -fingida- tierra. Viva -porque estás ahí, yo no te invento-, cómo te ajas, cómo dimiten tus pétalos de su rubor, cómo te empolvas con pátina de mueble. De arpa olvidada. Mi querida planta artificial, ficción desleída, la erección mantenida de tu tallo es baladronada pura, apócrifa potencia de escayola. Los insectos te rehuyen y el sol te hiere. Te destiñe. Te desanima. Te asombra.

Mi querida planta artificial, te estoy diciendo -escrita- tu vegetal humanidad de yeso. Cómo vives sin vivir en ti. Deshabitada. Vigorosamente muerta.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 11 de octubre de 2015

Lux Aeterna


En verdad te digo, señor, que, a pesar de todos los pesares, de nuestros pecados tercos, de nuestra condición insuperable de corderos, de nuestra carencia de dioses, de nuestro ser huérfanos, o, quizás, por todo ello, brillará una luz inextinguible y débil, muy endeble, para nosotros. 

Porque la muerte guarda una pequeña alma misericordiosa para sus muertos. Porque la muerte luminosa no nos pretende sempiternos ciegos. Porque la muerte se resigna a que, incluso muerto, un hombre es un hombre. 

No puede descansar de serlo.

De "Réquiem".

domingo, 4 de octubre de 2015

Kyrie Eleison

En verdad te digo, señor, señor frío, que me afliges. Me aflige que no conozcas al hombre. Que nunca hayas descendido hasta su barro para cortar las azucenas. Que te permanezcas en un escarpado paraíso, en tu torre de marfil inabordable y hueca. Por cierto, tienes que saber que ningún hombre desea vivir en un paraíso. En tu paraíso. Los hombres, vivos o muertos, deseamos pugnar en una realidad abajada, flaca, en una tierra donde podamos estrellarnos, en una estrella donde poder enterrarnos. Yo, que lo sepas, odio los paraísos. Tu paraíso. Los artificios imposibles e ilusos donde el hombre, el hombre auténtico, el de carne y hueso, el de sangre y fuego, no cabe. En verdad te digo, señor, que me afliges. Tu eterna equivocación. Tu soberbia eterna. Tu ignorancia desdeñosa y áspera. Y por eso, señor frío, cuando yo vivía, y ahora con fervor de muerto, tengo piedad de ti. Te tengo piedad. Te conmisero. Es decir: intento traer tus miserias a mi corazón. Te compadezco. Es decir: intento padecer la pobreza de tu púrpura en mí. Contigo. En verdad te digo, señor, que me afliges. Que me apiado de ti. Pero también te digo, señor, señor frío, que estoy harto. Que me tienes harto. Que estoy harto de ti.

De "Réquiem"

domingo, 20 de septiembre de 2015

Tipp-Ex

Hay un producto químico que borra lo escrito. Que hace desaparecer las palabras. Que las vacía. Que vuelve el blanco. 

Me parece un prodigio. Pero tengo la sospecha de que, acechando bajo esa albura encubridora, las palabras proscritas se permanecen. 

Acechando...

De "Teoría de Fragmentos"

domingo, 13 de septiembre de 2015

Mi queridísima alianza

Sabes, no me gusta el oro. Pero en ti el oro está hecho de dedos. Desvelado yo, esta noche el oro se me ha revelado bueno. Insomne yo, esta noche te he descubierto en la mano en la que llevas tanto tiempo. Estando. Resistiendo. Tanto y yo casi sin saberlo. Te lavas cuando me lavo las manos. Te estrechas cuando las estrecho. Cuando besas, beso. Y yo casi sin saberlo. De tanto permanecer conmigo. Sustancia mía. Compañera. Tu oro se ha hecho de mis dedos.

Despabilado yo, esta noche, mirándote, anillo mío, dos letras se me han puesto de manifiesto. Enlazadas. Dos letras. Dos iniciales. Dos potencias. La mía, la de ella. Dos letras grabadas en la tersa meseta de tu circunferencia. Todo mi mundo en dos letras. Mi querida alianza de oro. Contigo. Conmigo dos letras. Sustancia mía. No quiero quitarte. No puedo quitármelas. De oro. De dedos. Enlazadas. Dos letras.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 26 de julio de 2015

De la mano

El lugar era feo. El tramo final, sin salida, de la escalera. A ninguna parte. Habíamos subido, ella y yo, clandestinos, sin saber adónde. Habíamos subido disfrutando cada escalón. Cogidos de la mano. Subiendo el corazón en cada peldaño. Jadeando cada beso. Habíamos llegado. Arriba. El lugar era feo. Un descansillo ciego. Sucio. Una escombrera perdida que embellecimos labio a labio. Como un palacio abandonado.

“De Teoría de Fragmentos”.

domingo, 19 de julio de 2015

Hostias et Preces

En verdad te digo, señor, que no tienes que suplicarme el perdón, ni alabarme, ni ofrecerme ningún sacrificio. Dios derrocado, serás amnistiado gratuitamente porque para mí y para todos los hombres muertos buenos es más fácil exonerarte que odiarte. Ni yo ni ningún otro hombre ya muerto queremos eternizar nuestra muerte en rencor hacia ti. La eternidad es demasiado tiempo detestándote. A diferencia de ti no conozco el rencor perenne. No quiero conocerlo. No quiero malgastar mi muerte. En verdad te digo, señor, que creo que tú, como máximo otro, también tienes una alma que se puede cuidar. Que se puede alimentar. Que se puede convertir. Yo y todos los hombres muertos a los que has atormentado queremos que pases, señor, a la buena muerte. Al lado de la bondad. A la banda de la fragilidad prometedora.

De “Réquiem”.

domingo, 5 de julio de 2015

Sanctus

En verdad te digo, señor, que no se puede ser dios bueno si se es dios de los ejércitos. Que no se puede ser hombre bueno si se es hombre de los ejércitos. La santidad, claro, dios mío, no es posible. Pero es absolutamente inalcanzable en ningún cielo ni en ninguna altura. En verdad te digo, señor, que es una impostura la santidad cerca del brillo de las armas o en el vértigo de arriba. Sólo puede aspirar a ser santo -ola inconseguible- el poeta que se permanece a ras de palabra, en el fango en el que crecen las azucenas. La santidad, si es, es cosa de abajo. De muy abajo. Sólo de abajo.

De "Réquiem"

domingo, 28 de junio de 2015

Mi queridísimo botellín de agua

Como un cachorro san bernardo, mi fiel botellín de agua, tan humano, al rescate de mi voz perniquebrada, rotos tantas veces la tibia y el peroné de mi palabra. Perrillo restaurante de la fatiga crónica de mi canto, mi querido botellín. Ameno botellín lluvia, refrescante, bebedizo, botellín sindical y justiciero -aguacero-, te me das generosamente líquido para saciar el hambre de mis amígdalas, para aliviar las ampollas de la voz, la garganta de la fiebre. Te canto hoy el puño cerrado de estos versos, el himno de esta carta. A ti, camarada acuífero, activista lustral de la internacional de la bondad. 

Mi queridísimo botellín de agua, leve, adecuadamente femenino, casi como una botella, como una perrilla, botellín siempre conmigo, igual que mi nombre, botellín que bautizas -hidráulico- mi campanilla, para ti mi gratitud toda.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 21 de junio de 2015

Confutatis

En verdad te digo, señor, que, a tu diferencia, yo y todos los hombres buenos, todos muertos, ya muertos, no condenaremos a nadie. Ni siquiera, claro, a ti. Recién converso a la rasante verdad. Yo entiendo que, pudiendo perdonar, hay que perdonar. Yo entiendo que condenar eternamente -nada menos que eternamente- no es ejercicio de bondad. Sino ejercicio de venganza. De sobrepoder. No sólo hay que perdonar al arrepentido. O al justo. Eso es fácil. Perdonar, digo, al arrepentido o al justo. Lo misericordioso es saber perdonar al injusto empecinado. Al malo. Al otro. Ése es el ejercicio de compasión incondicional del bueno. En verdad te digo, señor converso, que ni yo muerto ni los buenos hombres muertos, erigidos en muertos jueces, rechazaremos a los malditos ni los entregaremos a las llamas. No haremos ceniza de ningún corazón. Tampoco del nuestro: jubiloso en su magnanimidad. Supliquen o no, perdonaré, perdonaremos a todos desde nuestra acendrada piedad.

De "Requiem"

domingo, 14 de junio de 2015

El soldado muerto

Desde hacía unas horas, unos días quizá, tenía al soldado entre sus brazos. Al soldado muerto entre sus brazos. Muerto. El soldado no tenía brazos. Tenía entre sus brazos a un soldado sin brazos. Y muerto. A un soldado que había muerto sin brazos. ¿Dónde estaban los brazos del soldado muerto que tenía entre sus brazos? ¿Dónde los brazos muertos del soldado abrazado? Desde hacía unas horas, unos días quizá, abrazaba a un soldado muerto sin brazos. También estaban muertas las piernas del soldado al que abrazaba. Y el vientre también estaba muerto. Y la boca. Todo el soldado estaba muerto. Excepto los brazos. Que también estarían muertos. Pero que no estaban... Llevaba horas, días, quizá, abrazado a un soldado muerto sin brazos. Como aferrándose.

De "Teoría de fragmentos"

domingo, 31 de mayo de 2015

Mi querido aplicador de betún

Escribo hoy tu detergente batalla contra el barro. ¿Por qué, mi pertinaz embaucador, te empeñas en abrillantar la piel tocada por la tierra? ¿Por qué, mentiroso artificial, quieres barnizar lo que ha mitificado la impureza? Betún arrogante e insolente, ¿por qué desnudas al polvo del polvo? ¿Por qué de unos pies honrados y rendidos pretendes charol desalmado, frío? Betún, inmaculado dogmático, dinero sin trabajo, agua sin vino, miserable aplicador tramposo y tinto, ¿en nombre de qué te atreves a corregir charcos, a enmendar limos?

Implicador farsante, trolero, liante, explicador indigno, complicador, voluntarioso replicador de la realidad, te suplico, negro aplicador falsario, timo, me dejes -manchándome, viviéndome- retozar hasta la última hez en la mierda del camino. Vade retro.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 24 de mayo de 2015

La lectura

(práctica de imperfectos)

Paralizado en la última página, llevaba viviendo quieto horas y horas. Una quietud en ebullición. Metal frío por fuera. Como una olla. Abrasándome por dentro. Había llegado al final y no podía clausurar el libro. Atrapado, instalado en el párrafo postrero que se abría infinitamente más allá de las últimas calles. El poema, como el gran teatro de un cuento, terminaba el capítulo con un verso que empezaba el mundo en una parábola que subía. Sólo subía. Todo lo subía. Llevaba quieto subiendo horas y horas. Paralizado ascendiendo a la vida de arriba, que es la vida verdadera, atrapado, instalado en el fulgor del texto, creciendo inmóvil, profundamente escalando. Disfrazado. Traspasado al otro costado. Incendiadamente lejos. Tras el azogue de las palabras. No podía cerrar aquel libro que me inauguraba el fuego. En las manos. El fuego en las manos. En el pecho. En los dedos del pecho. Horas y horas llevaba quemándome quieto. Lejos.

De "Curso de Gramática"

domingo, 17 de mayo de 2015

Ni un milímetro

No recorre ni un milímetro la lluvia

sin que mis versos

no se inventa ni la luna de un minuto

sin que todas mis estrellas

y es que no hay un ruido

ni un añil ni una demencia

ni un papel ni una almohada

ni el chiste de una viñeta

ni un secreto ni un cristal

ni un pecado ni una arteria

no hay nada

no hay absolutamente nada

que yo no te pertenezca.

De "Ni en los vientos, ni en los mapas"

domingo, 10 de mayo de 2015

Mi queridísimo libro viejo

Mi queridísimo libro de viejo:

Aunque es imposible, ayer te compré en la milyunanoche de la almoneda. Aquella formidable cueva -sésamo- abierta. Aunque es imposible. Los libros -como la sangre, como los riñones- no pueden comprarse. Se prestan. Se roban -como el fuego-. Se pelean. Ayer te rescaté de la cueva de la almoneda aquella. Fatigado. Convalecías lleno de penas. Las tapas llagadas. Herido el lomo, al costado, por una lanza descuidadamente aneja. Las hojas sucias, crucificadas de humedad y arena. Arrodillados tus versos, desleídos, pero arrogantes, ascendidos en el firmamento de tus páginas, viriles, en reto de resistencia. Refugio bendito, sepulcro, mi queridísimo libro de viejo, custodiabas altamente moribundo la hostia de tu texto.

Mi queridísimo libro de viejo, aunque parecía imposible ayer te resucité y en la ambulancia de mis dedos te traje a mi mesa -ese vasto campo- y en mis manos me mostré, como un quirófano, y te anestesié y te lavé los pies y te intervine y te pegué y te cosí y te curé con celo, con mucho celo, con papel de cielo, y te hiciste mío, mi libro viejo, mi queridísimo libro bueno.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 3 de mayo de 2015

Dios derrocado

En verdad te digo, señor, que no tienes que suplicarme el perdón, ni alabarme, ni ofrecerme ningún sacrificio. Dios derrocado, serás amnistiado gratuitamente porque para mí y para todos los hombres muertos buenos es más fácil exonerarte que odiarte. Ni yo ni ningún otro hombre ya muerto queremos eternizar nuestra muerte en rencor hacia ti. La eternidad es demasiado tiempo detestándote. A diferencia de ti no conozco el rencor perenne. No quiero conocerlo. No quiero malgastar mi muerte. En verdad te digo, señor, que creo que tú, como máximo otro, también tienes una alma que se puede cuidar. Que se puede alimentar. Que se puede convertir. Yo y todos los hombres muertos a los que has atormentado queremos que pases, señor, a la buena muerte. Al lado de la bondad. A la banda de la fragilidad prometedora.

Del libro "Réquiem", de inminente publicación

domingo, 12 de abril de 2015

"Ni un solo día sin tu ira"

En verdad te digo, señor, que la historia no ha sabido de ningún día sin ira. Ni un solo día sin tu ira. Has llenado el cosmos de caos. Con constancia álgida has atestado el cosmos de caos. Has implado los siglos y las eras y la geografía y el viento de tu sempiterna cólera. Implacable, has destruido y has matado a diestra y siniestra. Diestramente. Siniestramente. Has descreado la creación tanto cuanto has descreído del hombre. Has hecho malo a éste, muy malo -pudiendo haberlo construido bueno, muy bueno-, para que te ayudara, cómplice necesario, en tu furia. En verdad te digo, señor, tu enojo no tiene comparanza con el de ninguna bestia. Tu saña no admite parangón con la de ningún malvado. Eres, señor frío, el perverso por antonomasia. El culmen de la infamia. La impura amoralidad. En verdad te digo, señor, señor frío, que la historia no ha sabido de ningún día sin tu ira. En verdad te digo, también, señor, que la historia no soporta más, no te soporta más, y está saturada de venganza.

De "Réquiem"

jueves, 29 de enero de 2015

Réquiem

Lo Nuevo de Juan L. de la Cruz Ramos

En verdad te digo, señor, tu crueldad. Pudiéndome hacer de cualesquier manera fuerte me hiciste doliente. Me podrías haber hecho firme. Me hiciste enfermo. A todos los otros animales los creaste ignorantes de su fatalidad. A mí me pergeñaste consciente. Muy consciente Del todo consciente. Consciente del todo. Sabedor a machamartillo de la muerte. Cierto en absoluto de mi final. Creaste todo, es palmario, menos la muerte. A la muerte no la creaste nunca. Como tú, es eterna. Desde. Hasta. La muerte no nace ni puede morir. Como tú. Tan es como tú que muchas veces he pensado -he creído- que la muerte y tú, señor, sois una y la misma cosa. La muerte enseñoreada. El señor muerte. Y que sois tú y ella quienes me habéis enseñado, a golpes, la tragedia: que yo no soy ni mortal ni inmortal, sino que sólo soy muerte misma.

En verdad te digo, señor, que ahora que ya he muerto mortalmente, ahora que ya no me resta nada de la vida hacia la muerte, ahora que ya esa vida mortal con que me hiciste, con que me deshiciste, ya se ha agotado; en verdad te digo, señor, que ahora que ya he muerto cabalmente, vacío de segundos discursivos, ahora, ahora, ya no quiero el descanso eterno. Necesitaba descansar mientras vivía muriendo. Necesitaba descansar del acoso carroñero del acecho. Del rayo que no cesaba. Entonces sí que urgía. Me urgía descansar de la pena. Del filo. De la espada y de su hilo. Pero ahora, señor, ya eternamente muerto, no quiero tu descanso podrido. Métetelo. Quédatelo. Ahora, señor, ahora, muerto indefectiblemente, no me interesa sosegarme. Deseo, deseo por encima de todas las rosas marchitas y retadoras, deseo, ahora que puedo, ahora que eternamente puedo, mortificarte, zaherirte. Devolverte -púas- el ácido de la bilis que, impune, me prodigaste.

"Réquiem" es un último, y nuevo libro, escrito por el profesor Juan L. de la Cruz Ramos, que verá pronto la luz en una nueva edición literaria de este autor.