viernes, 17 de diciembre de 2021

El antiteatro de Peter Handke

I JORNADAS UNIVERSITARIAS DE INVESTIGACIÓN TEATRAL

Controversia. Iconoclasia. Hondura

Peter Handke (Fotografía Wikipedia, CC)

El único normal entre

mil, mientras que, a

primera vista, los otros

novecientos noventa y nueve acabarían al final

mostrándose como locos de remate

(P.H.)

Señoras y señores, buenos días. 

Peter Handke es un hombre extraordinario. Extraordinario. Stricto sensu. Aceptó el Premio Nobel de Literatura del año 2019 entre la sorpresa y - ¡cómo no! - la contradicción. Su propia constante contradicción. Siempre había sido muy crítico con esos galardones porque rodean de una suerte de santidad académicolaica a sus poseedores; y porque Handke es irreconciliable con el Poder. El once de noviembre de aquel año, en el Brindis del banquete en su honor, ante la estupefacción de los Reyes de Suecia y de decenas de gerifaltes de hogaño, nuestro incorruptible laureado saludó a los Gansos Salvajes de Nils Holgerssons para culminar con un beatlesiano “Strawberry Fields for ever”.


"Cuando se habla sobre él, digo, es costumbre oír calificativos del tipo huraño, misántropo, narcisista… Pero Peter Handke no es huraño, es insoportablemente independiente; no es misántropo, es fanáticamente filántropo; no es narcisista, es hospitalariamente generoso de sí mismo. Peter Handke, con sus errores todos y sus muchas miserias -levante la mano quien esté libre de pecado-, es hombre controvertido, intelectual polemista, lector libropésico, poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, traductor, guionista y director de cine"

 

Peter Handke es un hombre extraordinario. Cuatro días antes, el siete de diciembre, había leído ante otra atónita, ilustre multitud, su Discurso de Aceptación del Nobel. Un discurso atípico e irredento temerosamente esperado. Un dislocado discurso que contenía buena parte, todo el arte de sus convicciones. Un discurso que reivindica su compromiso (“involúcrate”, “mantente alerta”, “arrostra desafíos”, “sé vulnerable”, “hay peligro; a través de mí habla el espíritu de una nueva era”, “nuestros hombros existen para el cielo”, “¿quién te obliga a estrellarte y abrasarte?”, “haz correr el susurro”, “transforma tus inexplicables suspiros en poderosas canciones”); un discurso en radical romántico (“permítete perder”, “siempre mantente distante del poder”, “profundamente bebemos de la amargura: los gritos de terror continuarán para siempre”); un discurso de soledad (“yo siempre fui único oyente”, “mis libros: mis expediciones solitarias”); un discurso en profundo humanista (“Yo puede ser la cosa más débil y efímera de la tierra y al mismo tiempo la más completa que llegue a desarmarte”, “la casa de la fuerza está en el rostro del otro”, “eres bello: la belleza que creamos los humanos es lo que nos sacude hasta la médula”); un discurso, en fin, poesía (“Puedes humillarte para mostrar respeto por una flor. Se puede hablar con un pájaro en una rama”, “Describe el horizonte, no sea que lo bello se disuelva en la nada de nuevo”).

Peter Handke es un hombre extraordinario. Como otros hombres extraordinarios - ¡tan pocos! - es un elegido. Se sabe elegido. “Algo bello /…/ aquella luz especial, concentrada en esencia, me tocó”, escribe en alguna de sus páginas.

 

Peter Handke es un hombre extraordinario. Extraordinario. Stricto sensu. Cuando se habla sobre él -se habla y se cotillea mucho sobre él; debiera leérsele-; cuando se habla sobre él, digo, es costumbre oír calificativos del tipo huraño, misántropo, narcisista… Pero Peter Handke no es huraño, es insoportablemente independiente; no es misántropo, es fanáticamente filántropo; no es narcisista, es hospitalariamente generoso de sí mismo. Peter Handke, con sus errores todos y sus muchas miserias -levante la mano quien esté libre de pecado-, es hombre controvertido, intelectual polemista, lector libropésico, poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, traductor, guionista y director de cine. Y siempre y en toda circunstancia se exhibe sabiamente inconformista y cultísimamente contracultural. Tras su falsa hosquedad y su pretendido egoísmo se asoma su -permítanme- barojiana independencia intelectual, su librepensamiento, su incapacidad de autocensura, su osadía de no callar opiniones urticantes. Añádase a todo esto su concepción inclemente de la existencia -hija de su lucidez casi lorquiana- y, entonces, se comprenderá el porqué de la aspereza última de su lija literaria. “Me gustaría tanto escribir cosas más agradables, pero no las hay”, ha declarado alguna vez.


"Peter Handke cree aún, felizmente, en la utopía. Con pertinacia denuncia el sistema de poder, el “sistema amenazante” y omnipresente al que hay que pedir permiso hasta para escalar. Con pertinacia denuncia la hipocresía de las democracias occidentales; el antihumanismo de las sociedades industriales, el consumismo, la destrucción de la naturaleza (la del planeta y la del hombre). Con pertinacia denuncia la enajenación que conllevan las redes sociales, su simplismo, el calvario al que someten a la prosa. Con pertinacia denuncia el nacionalismo"


Peter Handke es un hombre extraordinario. Como poeta y dramaturgo, por serlo, para serlo, su vida ha sabido de violencias y penas. So capa de dureza se agazapa un ser hipersensible, conmovido por lo espiritual[1]. Un ser contrapoder que repudia las convenciones sociales, morales y estéticas. Un ser que no sólo rehúye la fama, sino que, en plena época mediática, despliega un absoluto desinterés por su imagen e, incluso, por la simpatía. Por su simpatía. Sólo alguien extraordinario resulta capaz de, siendo, en efecto, antipático, resolverse en empático. Aquéllos a quienes se deja conocer caen rendidos de respeto y afecto. Handke es hombre que se resigna a la soledad. Hombre solo y solitario. Hombre de soledad inconveniente, perturbadora; por decirlo en español: hombre de soledad sonora, de soledad que supera con la escritura. Hombre contemplativo y escribiente. No en vano uno de sus textos más representativos es su Ensayo sobre el lugar silencioso, un fascinante elogio del retiro y la meditación. ¡Ah, por cierto!: el lugar silencioso no es otro que el cuarto de baño…

 

Peter Handke es un humanista extraordinario. “No hay nada, realmente nada, como el rostro humano”, escribe. Conocedor -y sufridor- de la condición humana. Un existencialista -adiestrado y diestro en el existencialismo- desolado por la incomunicación, agobiado por la inefabilidad. Y, en consecuencia, un exigente del lenguaje, un pensador de la palabra. Fuera de la soledad fecunda, fuera de los lugares silenciosos acecha la mudez, la afasia, el mutismo aburrido y esterilizante; dentro de la soledad fecunda, dentro de los lugares silenciosos vuelve el habla, la fuente fresca de los vocablos, las palabras nuevas, su alivio, las lenguas de fuego, el orar de profundis, el regreso al otro.  

En La tarde de un escritor Handke insiste en su reivindicación del escribir. En este libro en el que el escritor pierde el habla. O tal vez no… En este libro pleno de contradicciones explícitas Handke se muestra “conmovido por las palabras”, dispuesto a “asediar el papel” pero, también, enfermo de “miedo a escribir”. En este libro experimental -como todos los suyos- ser escritor es jugar, es ensayar con el lenguaje, comprometerse con el lenguaje:


La cuestión no era: ‘Yo en tanto que escritor’, sino más bien: ‘El escritor en tanto que yo’. ¿Acaso no era verdad que desde aquella época en que creyó haber traspasado, sin querer, las fronteras del lenguaje, y no poder regresar jamás, usaba seriamente el apelativo ‘escritor’ para dirigirse a sí mismo?

 

Handke frecuentemente se expresa contra la literatura social -lo que le ha acarreado no pocas críticas desde la sedicente izquierda política-; rechaza esa literatura obviamente social porque la considera continuadora del lenguaje racional. Lo verdaderamente revolucionario, lo verdaderamente comprometido es el desmantelamiento del lenguaje convencional, su renovación radical. Recupera así aquel anhelo de las vanguardias históricas: si la razón ha llevado al hombre al callejón sin salida, si el lenguaje normativo ha llevado al hombre a la incomunicación, el literato debe aventurarse en el irracionalismo, debe tantear el aparente absurdo. El literato se debe a la ruptura.

 

Uno de los textos en los que Handke más incide en el eterno tema de la inefabilidad es Desgracia impeorable. Libro  escrito  en  1972  en prosa cruel, impávida -otra vez recordamos a Baroja…-, pocas semanas después del suicidio de su madre por sobredosis de narcóticos. Entre otras rosas -rosas negras-, el texto implica una dolorosa reflexión sobre los límites del lenguaje ante el dolor. Leemos cómo para decir la pena “no hay palabras”, cómo la pena “no se puede describir”; leemos cómo el escritor - ¡qué genialidad! - “necesita la sensación de que lo que está viviendo en aquel preciso momento es algo incomprensible e incomunicable”; leemos cómo “el lenguaje siempre llega demasiado tarde”. El escritor, por otra parte, perspicaz, subraya el riesgo de la literaturización cuando denuncia la posibilidad de convertirse “en una máquina de recordar y encontrar formulaciones adecuadas”; o cuando teme incurrir en “un ritual literario en el que una vida individual funciona solamente como pretexto”; o cuando teme “el hecho de que, sin dolor alguno, una persona desaparezca entre frases poéticas”.


"Se entiende también que su teatro sea pura iconoclasia, que su teatro sea una práctica ferozmente, sosegadamente antiteatral. La prosa de sus presuntas narraciones, los diálogos y monólogos y acotaciones de sus dramas, responden a un estilo poético, artesano, cardíaco; el deslumbrante idioma de Handke es su aportación, la carrerilla para el salto del muro de lo inefable. Lo inefable… Su literatura, su teatro son fundamentalmente introspectivos. Handke no es un escritor extravagante: Handke es hondamente, jondamente, intravagante, peregrino del interior"


Peter Handke es un hombre extraordinario. Hipercrítico con su contemporaneidad. Convencido de que la guerra posee una dimensión devastadora universal, nunca local, vive -sobrevive- obsesionado por la paz. Cree aún, felizmente, en la utopía: “Yo me siento /…/ como el último utopista”, dice. Con pertinacia denuncia el sistema de poder, el “sistema amenazante” y omnipresente al que hay que pedir permiso hasta para escalar. Con pertinacia denuncia la hipocresía de las democracias occidentales; el antihumanismo de las sociedades industriales, el consumismo, la destrucción de la naturaleza (la del planeta y la del hombre). Con pertinacia denuncia la enajenación que conllevan las redes sociales, su simplismo, el calvario al que someten a la prosa. Con pertinacia denuncia el nacionalismo; Handke es escritor errante, sin domicilio fijo, extraviado; Handke es escritor voluntariamente desarraigado, es decir, liberado: para él, desarraigarse, estar fuera de lugar es una opción ética; muchos de sus libros son libros del deambular de sus protagonistas.  Convertido a la iglesia ortodoxa -en otro acto provocador y profundo- denuncia con pertinacia el ateísmo inconsistente, trivial, tonto.

 

Su consciencia de tanta mezquindad le origina lo que llama “mi decepción fértil”. Esta decepción resultará fecunda porque le impelerá, como ya sabemos, a leer y a escribir. Para Handke leer “lo es todo”. Y escribir es “buscar”, es “una expedición”, es “un viaje nocturno durante el cual las palabras, las frases y los párrafos producen luz”. En uno de sus formidables chispazos alumbra: “mientras la pluma rascaba el papel, la muerte parecía alejarse”.

 

Entendido todo esto, se entiende que Peter Handke sea un escritor extraordinario. Autor de libros inclasificables. Agenéricos. Multigenéricos, tal vez. Intensos continuadores de la vanguardia. Entendido todo esto, se entiende también que su teatro sea pura iconoclasia, que su teatro sea una práctica ferozmente, sosegadamente antiteatral. La prosa de sus presuntas narraciones, los diálogos y monólogos y acotaciones de sus dramas, responden a un estilo poético, artesano, cardíaco; el deslumbrante idioma de Handke es su aportación, la carrerilla para el salto del muro de lo inefable. Lo inefable… Algo de lo que Handke siempre quiere decir, algo de lo que siempre quiere penetrar, es el alma. “Mi problema es que soy una persona más bien orientada hacia dentro”, confiesa. Su literatura, su teatro, pues, son fundamentalmente introspectivos. Handke es un escritor extraordinario, sí; pero no extravagante: Handke es hondamente, jondamente, intravagante, peregrino del interior.

Su teatro ha de ser necesariamente antiteatro. Experimento. Investigación. Gaspar (1968) es, en verdad, una reflexión sobre el poder creador de la palabra, sobre el lenguaje como arma; es como si fuera la Carta de Lord Chandos al revés, su inversa; es teatro de aprendizaje, muy poético, cuyas acotaciones están plenas de valor literario.  El pupilo quiere ser tutor (1969) es una obra teatral sin texto dramático: una inmensa acotación la constituye; esta acotación plantea elementos irrepresentables -la irrepresentabilidad teatral es tema muy caro a Handke-: dudas, preguntas, sugerencias, posibilidades…; nos enfrentamos a un texto ininteligible; ¿o no? El juego de las preguntas o El viaje al país sonoro (1989) es otro fascinante juguete artístico: ¿teatro surrealista, del absurdo, arrabaliano?; Alfaguara lo publica en su colección de Narrativa Internacional…

Insultos al público, estrenada en 1966, es su obra maestra; un larguísimo diálogo… sin interlocutor. El interlocutor es el público: un interlocutor impotente, mudo. Parece como si Handke invitara a distinguir entre el espectador real, de carne y hueso, el que paga su entrada, y el ‘espectatario’, el espectador interior a la representación, interior al texto dramático. Porque Handke, con esta genialidad que es Insultos al público, rompe definitivamente la frontera genérica. Al mismo tiempo que se trata de una obra, de un fascinante ejercicio teatral, se trata de una no menos fascinante reflexión sobre el teatro, es decir, de un ensayo sobre teatro. Se trata, pues, de metateatro

En fin, Peter Handke, ese hombre controvertido, iconoclasta y hondo -jondo-, es un dramaturgo extraordinario. El extraordinario dramaturgo que advierte, que nos advierte:


Todo estaba previsto. Todo tenía un sentido. Incluso lo que parecía desprovisto de sentido, lo tenía, porque en el teatro todo tiene un sentido. Todo lo que hemos hecho aquí, tenía, realmente, un sentido. No hemos actuado por actuar, sino por afán de realidad. Detrás de la actuación, era preciso descubrir una realidad actuada. El Teatro era el tribunal. El Teatro era el circo. El Teatro era el templo de la moralidad. El Teatro era el sueño. El Teatro era liturgia. El Teatro era un espejo.

 

Muchas gracias.


Juan L. De la Cruz – UPV/EHU

(miércoles, 20/10/21, 11h 15’)


[1]A mí me conmueve lo espiritual”, dirá en algún momento. 

PoesíApp: Psiquiatra

Hablando con el psiquiatra. Escuchándole, más bien. Menos mal. Peor. Malos sueños. Ríos de sueños malos. Si las pesadillas son reflejo de la vida, entonces, son lo esperable. Si las pesadillas fueran compensación, entonces, mi vida sería perfecta. Le he escuchado. Al psiquiatra. Mi caso. No puedo elegir.

PoesíApp: Repleción

El nonagenario está harto. No es que esté cansado. Ni viejo. Es que el fatigado y diablo abuelo es sabio. Hartísimo. "El mundo me es -ya- feo".

PoesíApp: Antebrazo

En el colegio me señalaron. Me la enseñaron. En el colegio. La constitución tripartita de la extremidad. Brazo. Antebrazo. Y mano. Tantos libros transcurridos desde entonces. Tantos. Hoy, desde hace ya demasiado óxido, un dolor opaco y plomo se ha instalado. Se me ha instalado. Vive y no deja, no me deja escribir. Vive en mi diestro antebrazo. Ese antebrazo -hoy plúmbeo- por el que han corrido tantos versos. Ese antebrazo diestro -siniestro ya- que ha nacido tantos. Del corazón a la mano. Tantos versos. Ese antebrazo enfermo que ha conducido los dedos, causas de tantos efectos. Está lisiado el antebrazo. Estarán lisiados ellos. Me temo.

PoesíApp: El número de la nada

No es que lo hubiera descubierto. Se había topado con él. Más bien no se había topado con nada. Porque el número nihil no existía. Precisamente: Ese número era ausencia. En la serie enemillonésima el número sucesivo al trece no era. En vertiginoso salto digital le sucedía el quince. Así,  el número enecientosmilmillonescatorce no existía. El número nihil. El capricho de la ciencia exacta. Esa anomalía matemática, esa inexplicable excepción cuántica, esa imposible certeza le satisfizo, le ratificó la inexorable verdad de la aritmética.

PoesíApp: Deporte saboteado

Un amigo bueno, deportista, profesional de la intención de volar,  me explica que en cualquier partido, que en los planeos, que en todos los aterrizajes se agazapa un saboteador. No hay deporte ni hay vuelo sin sabotaje. Maldito, hierro, imprescindible, el saboteador,  alerta siempre, impide.

jueves, 16 de septiembre de 2021

"Peregrinaje por la poesía"

El profesor Juan L. de la Cruz Ramos impartió esta conferencia el pasado 14 de septiembre de 2021, en la Asociación Artística Vizcaina, en Bilbao. Con ella se inauguró el trigésimo primer ciclo anual de las "Tertulias Poéticas" de los martes en Bilbao (Vizcaya).

Señoras y señores, buenas tardes. Vaya en este adelantado mi agradecimiento a la Asociación Artística Vizcaína por su invitación. Y, muy especialmente, mi agradecimiento a Don José Ramón López, su Presidente.

Este acto deriva su nombre de peregrinar, no de errar o vagar o vagabundear, pongo por caso. Y es porque un peregrinaje es un viaje tal vez errático -incluso erróneo-, tal vez vago, tal vez vagabundo, sí; pero esencialmente heurístico y alto. El peregrino viaja siempre buscando, con frecuencia encontrando y, pie a tierra, volando. Así nosotros esta tarde: peregrinos por la Poesía, peregrinos con Ella, buscándola, encontrándola, volándonos.

El gran poeta universal -cualquier época, cualquier lengua-, no descubro nada, es, claro, Juan Ramón Jiménez. «Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y el mío, a la Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados», decía el moguereño. Juan Ramón fue el elegido y el elector. Ella y él -Ella por él, él por Ella- se apasionaron mutuamente. Y se penetraron -con permiso, Federico- jondo. Hondo. Hondamente. A mí me visita a su capricho, asidua, esta Poesía juanramoniana, lorquiana; me visita asiduamente la Poesía: es dama elegante y popular, y es hombre y niña y niño y platero y luna y caleidoscopio; es prosa y verso, historia y tragedia, lírica y épica, ficción e infierno. Todo lo es la Poesía visitadora y asidua que nos guía en este peregrinaje, de santuario en santuario.

Un momento de la conferencia

Poesía es, mucho más que decir, decirse. Mucho más que decirse, sugerir. Poesía es introspección y extrospección. Es terapia y es refugio. Es acusación. Y es desafío. Desafío al hombre -a uno mismo y al otro- y a los dioses. Es revelación y es desvelo. Es el placer inmenso y el inmenso dolor de la creación pura. ποίησις. Poesía es, mucho más que responder, preguntar. Mucho más que preguntar, preguntarse. Rainer María Rilke, harto de la estupidez del joven poeta, le aconseja: “No busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas”. Poesía: nada menos, vivirlo todo, vivir las preguntas…

Poesía es palabra. La sublimación de la palabra. Si el hombre es hombre porque es capaz de palabra, el hombre es máximo hombre -verbo al principio, dios- cuando es capaz de Poesía. Como concluyó Juan Ramón, el poeta, y sólo el poeta, es competente para hacer fable lo inefable. En efecto: el filósofo explica lo explicable y el científico explica lo mensurable. Ambos lo intentan, al menos. Sólo el poeta con su arma omnímoda, la metáfora, es apto para explicar lo inexplicable, para clariver lo invisible.

lunes, 12 de julio de 2021

PoesíApp: Antebrazo oxidado

En el colegio me señalaron. Me la enseñaron. En el colegio. La constitución tripartita de la extremidad. Brazo. Antebrazo. Y mano. Tantos libros transcurridos desde entonces. Tantos. Hoy, desde hace ya demasiado óxido, un dolor opaco y plomo se ha instalado. Se me ha instalado. Vive y no deja, no me deja escribir. Vive en mi diestro antebrazo. Ese antebrazo -hoy plúmbeo- por el que han corrido tantos versos. Ese antebrazo diestro -siniestro ya- que ha nacido tantos. Del corazón a la mano. Tantos versos. Ese antebrazo enfermo que ha conducido los dedos, causas de tantos efectos. Está lisiado el antebrazo. Estarán lisiados ellos. Me temo.

PoesíApp: Número nihil

No es que lo hubiera descubierto. Se había topado con él. Más bien no se había topado con nada. Porque el número nihil no existía. Precisamente: Ese número era ausencia. En la serie enemillonésima el número sucesivo al trece no era. En vertiginoso salto digital le sucedía el quince. Así,  el número enecientosmilmillonescatorce no existía. El número nihil. El capricho de la ciencia exacta. Esa anomalía matemática, esa inexplicable excepción cuántica, esa imposible certeza le satisfizo, le ratificó la inexorable verdad de la aritmética.

PoesíApp: Saboteador

Un amigo bueno, deportista, profesional de la intención de volar,  me explica que en cualquier partido, que en los planeos, que en todos los aterrizajes se agazapa un saboteador. No hay deporte ni hay vuelo sin sabotaje. Maldito, hierro, imprescindible, el saboteador,  alerta siempre, impide.


PoesíApp: Palabras

No todas las palabras son azul y verde al mismo aliento. No todas ahondan peces y pecios. No todas se explayan y marean acordes con la luna. No todas las palabras, a golpe de voz, restallan -unísonas- cuatro, tres, una sílabas. Ni todas rielan ni gimen -unánimes- al vuelo flamante de un velero. Ni todas sugieren, al mero soplo, bajeles y bergantines y caravelas y caleidoscopios. No todas las palabras cumplen. Acaban. Consuman. Muchas restan. Conrestan. No todas las palabras proponen sublimidad. No todas son verbos y nombres al ritmo, tiempo. No todas lo logran. Cumplir. Acabar. Consumar. No todas navegan infinitas -azul y verde- con su mar.

PoesíApp: Tórtolas

Haciendo puente. Dos. El palomo y la paloma. Titiriteros del amor. En la cornisa. Él, desafiando el equilibrio, eléctrico en su cortocircuito de alas, cortejándola, humillándose, persistente, faldero. Ella, displicente, fríamente caliente, digna. Esta pareja de tórtolos, tan humana. Dos. Pontificando. Amando sin volar.

PoesíApp: Perderse y reencontrarse

Cuentan de un pintor chino que se perdió en su cuadro. Quizá algún emperador o algún mandarín o algún perito o  algún dios le pidiera lo pintara. Él, sin duda, lo realzó  muy por encima, muy lejos de tal solicitud. Lo pinceló tan delicado -el paisaje o lo que riera- que decidió penetrarse en el lienzo, perderse -en verdad, quedarse- en la hermosura. En su hermosura. Creada. Yo, seguro, quisiera perderme en la pena preciosa de mis versos. Quedarme ahí. Suicidarme en mi escrita belleza. Pero, enfermo, al contrario, al maldito contrario, nunca me pierdo en mis poemas. Me encuentro.

PoesíApp: Reglamento

En una ciudad del norte. Verdegrís. Dinero. Franquicias. A docenas. Ropa barata. Estadio. Higiene. Todobar. Tranvía superferolítico. Puntualísimo. Inútil. Cuyo reglamento -la urbe, pulquérrima, asolada por la peste- advierte: 1) Póngase la mascarilla 2) Mantenga la distancia de seguridad 3) Lávese con frecuencia las manos 4) Guarde silencio: Durante el trayecto no hable con los demás viajeros...

Por fin. Queda, ya, expresamente advertido: Silencio.  Durante el viaje de la vida -limpias las manos- no hable con el otro.

viernes, 25 de junio de 2021

PoesíApp: Relojes venerables

Desplegados por mi casa varios siglos de relojes antiguos. Ninguno funciona. O quizá sí. Quizá funcionen todos. Por algún capricho cronométrico marcan, unánimes, la misma rosa. No sé. Las siete, pongamos por amenaza. Iluso, a veces me convenzo de que me demoro en esas siete en punta eterna. Perspicaz, me sorprendo de cuánta pena cabe en una puñetera hora insoportablemente dilatada.

PoesíApp: El dulzor del nutricionista

Me reía. Escuchaba por la radio a un nutricionista. Así se decía el petulante. Nutricionista. Sabrá el pobre diablo lo que precisa la condición humana para nutrirse. Nada menos. Me reía, yo. Él, muy, muy arrogante, insistía hasta el amargor en que el azúcar es perniciosa. Yo me reía, mísero. Sabio. Hace años, muchos, que no he probado, que me rehúye el dulzor.

PoesíApp: El tranvía

Me acuciaba. Lo había apetecido mucho tiento. Ayer por fin me colmé. El tranvía. De siempre me había fascinado el tranvía. Y su metáfora. Ayer por fin me satisfice. Lo hice. Me apeé una parada antes de lo que debiera. Y cumplí el envite. Desafiar al semoviente eléctrico. Retarlo desde fuera. Desde su fuera. Por supuesto corría más que yo. Cualquiera corre más que yo. Pero, altanero, yo lo perseguía, jadeante mi alma, sin humillación. La máquina se mantenía fiel a sus raíles. Yo, paralelo, me mantenía constante en su parangón. Ni él podía abandonar su vía ni yo quería traicionar la mía. Nuestra vida. Me ganaba. Claro. Acentuaba la distancia. Poderoso. Artefacto. Estrépito.

Modesta. Humanamente me empeñaba yo en el desafío. El tranvía llegó primero a su última parada. Exhausto, perdedor, tesonero, arribé después, muerto. De cansancio. De ajetreo. Casi muerto. De molimiento. Pero cuál no fue mi indemnización, mi regodeo, al prolongar mi carrera -exhausto, casi muerto- más allá de su estación término.

PoesíApp: Azulete

De seguro ya no será. Han transcurrido tantos años insolentes, reicidas, como para que ya no sea... En mi infancia, para zarquear la colada blanca, mi madre y la tata lo usaban. Azulete. Una suerte de polvillos iris que matizaban la albura de sábanas y toallas y manteles mancillados en el fragor de la mesa. El azulete eleganteaba el blanco pulcro con una süave nota de cielo. Azul ascendente y tenue.

De seguro ya no será. El azulete. Ya no será. Ya me gustaría que fueran hoy en día unos polvillos a cuyo sortilegio yo mismo me azulara, tenue y ascendente. Y pudiera, elegante y zarco, volar.

jueves, 27 de mayo de 2021

PoesíApp: El ángel negro

Siempre hay alguien. Que me advierte. Siempre un ángel negro. Chafador. Amenaza, me dice. Te amenaza un ácido que es como si fuera un gusano. O la muerte mismísima. La muerte. Un ácido amenaza, me amenaza, maldito. Perseverante. Transparente, corroe en ejercicio el papel de mis libros. Todo el papel. De todos los míos. Pausada. Sosegadamente. El ángel negro me ha advertido. Metódica. Implacablemente el ácido oxida, oxidará. Cada verso. Cada una de mis glosas. Cada página. La íntegra biblioteca de mi vida. Nada. No quedará nada. Polvo. Algunas desperdigadas letras heridas. Nada. No quedará nada. Todo lo que yo he leído. Todo lo que yo. Todo yo. Nada. No quedará nada. Ácido.

domingo, 25 de abril de 2021

PoesíApp: El tobogán

No recuerdo, hoy, haber escalado el tobogán. No lo recuerdo. Es más. No tengo edad para estas naderías. No pierdo mi tiempo. Ya. Sé de seguro que la vida, ruda, ya no me dura. De seguro sé que  el lapso ya se me tira. Me tira. Me evita. El lapso. A mí. No recuerdo haber ascendido este inhiesto, embalado tobogán que me dispara, este desalado tobogán por el que, cuasi eterno, pronto acantilado, solo, hoy, me entretengo en descender.

viernes, 2 de abril de 2021

PoesíApp: Adelilla

El desaparecimiento de Adelilla corrió como la canela. Por la clínica. Adelilla no estaba, ya, en su habitación. ¿Dónde estaba Adelilla? Trece años. Lirio. Promesa. Quiebra. El Doctor, claro, también se había enterado. De hecho, el Doctor Claro era uno de sus médicos. ¡Pobre Adelilla experimento! Al ingresar en su despacho el Doctor no se percató. Pero, en seguida, al llanto del viento, reparó en el almario. Entreabierto. En la balda más baja, ovillada sobre sí, Adelilla -trece años- se ocultaba mostrándose. Se escondía exponiéndose al Doctor. Éste, Claro, testigo de fragilidad tanta, impotente en su Título Académico, no sabía qué. No sabía cómo. No sabía claro si Adelilla -canela, alma, ovillo- necesitaba un médico o un repostero o un poeta o un pastorcillo o un acordeón o un caleidoscopio o una zalema o...

PoesíApp: Las peluquerías del cielo

Hoy, han colapsado las Peluquerías del Cielo. Hoy, ninguna otra estrella -¡Dios suyo!- ha accedido a peinarse. Imposible. Hoy, nonagésimo nono cumpleaños de la amá, los estilistas todos de las cohortes cenitales se han empeñado. Se han esmerado en lavar y en marcar y en cardar y en requetemoldear el tocado materno. Hasta lograr que rizos retadores y circunvoluciones y piruvueltas exactas satisficieran la perfección, la escultura impecable requerida por la modelo. No podía ser menos: Noventa y nueve años de irresignable coquetería.

viernes, 15 de enero de 2021

PoesíApp: Tuero

No mi naturaleza humana, sino la otra, la inhumana, la naturaleza que se dice madre, mi enemiga -en palabra exacta-, llama TUERO al madero último, tal vez primero, de la pira en la chimenea. El tuero es el leño basar, el leño que se permanece encendido leño, el que -hondo- cobija la brasa, el que, dice la mala natura, jamás ceja en arder, el leño rescoldo que, en imposible prodigio, clueco, embarazado siempre de fuego, se quema eternamente sin quemar su eterna madera, sin quemar su substancia eterna, ésta sí, de madera madre. Mi humana naturaleza me dice que yo, poeta achicharrado, no soy, no puedo ser, nunca seré, tuero.

PoesíApp: Dr. Sloan

Sin éxito. Me lo he aplicado tal cual reza el prospecto. Con esperanzada persistencia. Sin éxito. Como presuponía, no me ha surtido efecto. En el alma. La he sometido a tenaces, conspiradoras fricciones. Le he aplicado abundante género oleoso. A mi alma. Abundante linimento matadolores. Abundante ungüento con pretensión de panacea. Fiebre, el alma me ha ardido. Pero no se ha quemado la reuma de su pena. Ni la trementina, ni la picante cayena, ni el sasafrás, ni el alcanfor milagrosos la han curado. La contractura de mi alma. Resistente al tratamiento. Impertérrita. Inaccesible a bálsamo cualesquiera.

PoesíApp: Ser ola

Quizá, mucho peor que ser Juan me hubiera sido ser ola. Humedad y salumbre, las olas nacen sin saber delimitar exactamente dónde. Vagan, yerran cuasi eternas. E, irremisibles, rompen, se rompen. Acecha -vientre- una orilla traicionera.

Pensándolo ruin, quizá mucho más que ser Juan me he sido, perpetuo -humedad y salmuera-, ola.