Especial Lázaro

Con ocasión de la publicación de ‘Lázaro Valbuena’, abrimos esta página especial para publicar una serie de textos sugeridos por esta obra, sin duda la más completa y destacada de todas cuantas ha publicado Juan L. de la Cruz Ramos. Textos que no pretenden otra cosa que orientar y facilitar más argumentos al lector curioso, de manera, que se acerque al texto de este profesor universitario con más elementos de juicio para abordar la lectura. También, ejerce otra función, cual es enriquecer las conclusiones, una vez leído el texto, y ayudar a la reflexión que sus palabras provocan, que son muchas, y valiosas.






El alma de un lector impresionado
Por Gorka Zumeta

 

 

 

Empiezo descubriéndote mis cartas –estoy, sinceramente, impresionado- en esta partida de la vida que me propones, en forma literaria, tal y como tú haces en tu en parte autobiográfico ‘LÁZARO VALBUENA’. No te importa adelantar a través de ‘Angela, que el profesor –el maestro (“el profesor que lo aprueba con entusiasmo precisamente porque su estudiante es un disidenteXLI)- ha sido asesinado. Desvelas tus armas (después de escuchar a ‘Lázaro’, estoy seguro de que preferirás el término ‘herramientas’) literarias porque el asesinato incorpora un interés añadido al lector que animará su lectura, entre otras cosas, para conocer las razones que condujeron a esa determinación funesta, marcada por la violencia.



Y te aseguro, al menos ésta ha sido mi experiencia, que el lector queda satisfecho en cuanto a las razones –si es que puede hablarse de razones- que terminan en un asesinato. En medio, en el camino recorrido para conocer esas motivaciones oscuras, el lector sufre, se desmorona, se emociona, se marea (“Yo, muy asustado, solo, indeciblemente solo, sentía los pinchazos en mi pena. No encuentro vena. Los brazos secos se resistían al ultraje de la joven banderillera. Yo solo”, XCII), no hay una brizna de esperanza, una nota de humor. No cabe. No procede. Y es duro. Muy duro


Está claro que existen notas autobiográficas (algunos de los mejores escritores reconocen que no hay mejor materia prima literaria que la vivida por uno mismo; aunque, por contra, otros consideran que la ‘nota autobiográfica’ es un tópico recurrente cuando se analiza la obra de cualquier autor) como por ejemplo la estatura, las gafas, su voz sugerente, su faceta de rapsoda (“Había organizado algunos recitales…”), su profesión (profesor universitario) y, además de algunos de los pasajes del libro, que luego comentaré más detenidamente, el título de la obra, que me resulta, cómo no, determinante: Juan L. de la Cruz Ramos Lázaro Valbuena


Sabía perfectamente que cuando estabas escribiendo algo no iba a ser una batallita de piratas. Me esperaba algo grande, propio de ti, con tu sello y acertada pluma. Hacía mucho tiempo que no leía un libro con el diccionario al lado. La riqueza léxica, en la forma y, sobre todo, la riqueza de lo expuesto, en el fondo –de las clases del maestro- hacen de este ‘LÁZARO VALBUENA’ un libro difícil, por lo denso, pero bellamente escrito, como no podía ser de otra forma en tu caso. La crudeza es la nota dominante, pero también hay espacio –y mucho- para la ternura (la merienda, LXXXI; el infarto de ‘la Tata’, XCII; el amor de ‘Ismaelillo’ por ‘la Tata’, XCIII; la pistola de caramelos, CXX) e incluso para el ‘romanticismo’ (la ‘verdadera revolución’ debe ser un acto de amor, LI, o la defensa de la palabra frente a la violencia, que se reparte en varias clases de Lázaro: XXII, XXXVIII, LXVIII, entre otros). 



Las frases de Lázaro


Al igual que hace Lázaro en sus clases magistrales, donde recurre a las citas de muy numerosos autores, como ilustraciones de sus a veces demasiado categóricas afirmaciones, al igual que él –repito- yo me voy a servir de sus frases para comentar algunos pasajes del libro:


Del Nacionalismo


-“El nacionalista no es un humanista. No ama al hombre. Lo discrimina”, XI.

Toda frase categórica, rotunda, puede encontrar con cierta facilidad una idea contraria, una situación contraria, profesor. Los supranacionalismos artificiales que sometieron a diferentes pueblos a una igualmente artificiosa estructura estatal (pienso en la antigua Yugoslavia) cercenando cualquier identidad individual, pegada a la tierra, a su identidad, hicieron brotar –contra esa injusticia- nacionalismos de diferentes características, violentos y no violentos. En una situación como la que planteo, el nacionalismo puede convertirse en un humanista, en tanto en cuanto lucha –de diferentes maneras, las que le quedan- por defender la condición humana frente a la violencia que ejerce el  estado, que lucha a su vez por su supervivencia privilegiada y corrupta. Afirmar, como usted hace, que el nacionalista no tiene condición humana, en la medida en que ‘el otro’, que no es de su ‘cuerda’ ideológica, es, para él, un enemigo, no deja de ser un insulto para aquellos que defienden lo suyo, su propia identidad,  pero desde el respeto ‘al otro’, al que consideran igualmente portador de sus mismos derechos (que los hay).

-“No olvidéis que un idioma es un instrumento. (…) Los que hacen del idioma una patria lo pervierten esencialmente”, XXXVIII.

Como sé, don Lázaro, a qué realidad aplica la frase, estoy –en líneas generales- con usted.

-“Imposible compaginar nacionalismo y bondad”, XLV.

Yo creo, sinceramente, profesor, que debe usted hablar más con nacionalistas moderados, que los hay –repito-, para que le demuestren que también son humanos, también utilizan la razón para ordenar sus pensamientos y que aún les queda un brote de bondad para vivir.
 
-“Una bandera no es más que una mortaja. La patria sólo una tumba”, XLV.

Aquí le doy la razón, profesor. Creo sinceramente que una bandera es un trapo, y ¡qué curioso! que cuando alguien muere por causa violenta ejerciendo él mismo la violencia, con razón o sin ella, su féretro se envuelve con la bandera que defendía. Al final, es triste, ha muerto por ese trapo. Nadie merece morir por un trapo.


-“Todo nacionalismo monopoliza los símbolos. (…) El inevitable resultado es el desafecto de muchos ciudadanos por todos esos símbolos que eran suyos pero que ya no lo son, porque los sienten heridores y, por fin, ajenos. No puedo compartir símbolos por los que se mata. Por los que se me mata”, XLVI.
 
Le repito que como sé a qué realidad está aplicando su frase, profesor, hasta cierto punto entiendo su planteamiento, pero no lo comparto del todo. Durante la dictadura de Franco, ningún símbolo de esos a los que usted se refiere, podía ser utilizado en público. Le iba la vida en ello. Entonces, los símbolos eran patrimonio de todos. De todos los oprimidos. Hoy, pasada esa situación, los símbolos ya no son de todos, pero tal vez porque algunos han permitido que se los arrebatara una opción política determinada y no han hecho nada –o no hacen nada- para enarbolarlos como muestra del rico patrimonio cultural de un pueblo, desprovisto de cualquier ideología política –y menos de siglas políticas concretas-. La fuerza de la costumbre –y no la costumbre de la fuerza- haría convivir los símbolos y aceptarlos de otra forma. Si la violencia nacionalista se sirve de ellos, inteligentemente, como una estrategia que trata de llegar al sentimiento, parte irracional del ser humano, estrategia eficaz pero equivocada, astuta, pero traidora, hay que desproveerles a los violentos de ese campo de acción repleto de símbolos. Ahí es donde más les duele. Perder los símbolos de todos es también una irresponsabilidad. Es una cesión peligrosa que se puede transformar en un arma más. Como ha ocurrido.



De otras realidades e ideas


-“Entretengamos con la narcotizante fascinación de la televisión. Con la estolidez de interminables representaciones deportivas. Con estrambóticos edificios bombonera de curvas imposibles. Con la náusea de gigantescos monumentos al papanatismo. No. No es tan viejo. El barroco no es tan viejo”, XV.
 
¡Ay, profesor! ¡Cómo es usted! La televisión, efectivamente, puede llegar a ser fascinante. Todo consiste en elegir bien. ¿Fascinante para quién? ¿El opio del pueblo? En su tiempo, los comunistas dijeron que la religión respondía a ese criterio. Es posible. También es posible que la televisión se encuadre, en ocasiones, en ese campo deliberadamente desorientador; pero me niego a creer que la televisión forma parte del opio del pueblo. En lo del deporte, tampoco le doy la razón, y se lo dice alguien que, como usted bien sabe, no muestra el más mínimo interés por el mundo deportivo, no ya como practicante, sino siquiera como mero observador. El buen deporte, el de la superación, el del reto, el del compañerismo, el del equipo, ése es el que quiero, y el que no veo (también es verdad), pero debe existir el alguna parte. De edificios no hablo con el Guggenheim delante…

-“Que nunca sea tarde para la palabra”, XVII.

Ojalá.

-“Que cada asesinato es un fracaso del hombre (…). El asesinato jamás es la respuesta”, XXII.

-“La verdadera revolución (…) sólo puede ser un acto de amor. De lucha intelectual. De desenmascaramiento”, LI.

Hay dictadores, hay tiranos, hay infrahombres que no entienden de palabras. Desgraciadamente. La violencia de estado a veces exige una respuesta violenta. Pocos gobiernos autoritarios caen por una manifestación pacifista. Y los ‘Gendarmes del mundo’ –estados que asumen la misión de la salvaguarda de la pax mundial- son más peligrosos todavía, pero en este punto, perdóneme, no tengo las ideas del todo claras.
 
-“Me parece que el optimismo es una venda. Que optimista sólo puede mostrarse el ignorante. O el culpable. Sabéis, por otra parte, que el ignorante es siempre culpable”, XXIV.

No, por favor, profesor, no me diga usted eso. Entonces, ante usted, ¿debo considerarme culpable o ignorante? Aunque, según sus palabras, ya veo que a la ignorancia sigue la culpabilidad. Le ruego me perdone pero no me considero incluido en ninguna de esas dos clasificaciones. Sí ignorante de muchas cosas –muchísimas, que nunca llegaré a aprender y mucho menos a aprehender- pero no desde el punto de vista del que usted habla. Mi optimismo no es una venda. Es una actitud ante la vida. Prefiero la media botella llena. Siempre lo he preferido así, y usted lo sabe. Si cambiara, si adoptara el pesimismo, no sería yo. Sería otro. Es cierto que, “cualquier situación es susceptible de empeorar” –como dijo alguien, perdone la imprecisión en la paternidad de la frase- pero también se ha extendido de igual manera refranesca el pensamiento contrario. Una situación política inestable, enquistada, puede resultar explosiva. En el Ulster católicos y protestantes se odian hasta extremos insospechados. El odio ha arraigado. La situación se ha enconado. En Euskadi, antes, la división se establecía entre terroristas y no terroristas. Ahora, desde Madrid, el del bigote –y no soy yo- se empeña en establecer otra división: constitucionalistas y nacionalistas. No es éste el camino, no es éste. Ulsterizar Euskadi es un suicidio.
 
-“Estoy harto de que maten a los vivos. A los muertos. A los vivos. Estoy harto. Cada día. Cada día. Harto de muertos”, XXX.

Sin comentarios.
 
-“…¡cuidado! el poder es artificial por naturaleza”, LVIII.

La democracia es la forma de gobierno menos mala que conozco”, Winston Churchill. Los defensores de la democracia estamos de acuerdo con la frase. Pero en el fondo ‘la democracia es mala’. En una grado reducido, pero mala al fin y al cabo.
 
-“La cara lavada y la ropa impecablemente planchada no son síntoma de una conciencia limpia. Es más. No sé muy bien si pueden serlo”, LXXXVII.

 Le reitero que sé desde dónde habla, profesor, pero, por contra, si le parafraseara, con su permiso: “la cara lavada y la ropa impecablemente planchada son síntoma de una conciencia sucia”, seguro que ni siquiera usted estaría de acuerdo con su propia frase, modificada en parte; porque si no, no entendería que se llevara bien con su autor, mi buen amigo, atildado, dandi, y desde luego, con la conciencia más que limpia, límpida.
 
-“Morir es certeza que también queda fuera de la humana libertad. La muerte es imposición y necesidad. Es hurto. Tal vez puerta”, XCVIII.

‘¿Tal vez puerta?’, ¿profesor? ¿Puerta a la vida eterna? ¿Puerta a la reencarnación?
 
-“¿Cómo se puede mandar a un hijo a la guerra?”, CXV.

Si el mundo lo rigieran sólo mujeres, habría menos guerras. ¿Estamos de acuerdo, profesor?

 

Comentarios sugeridos


Quería dedicar un espacio a comentar algunos capítulos, algunas conferencias, que me parecen magistrales, por muchas razones, que enumeraré a continuación:


XV. Homogeneización cultural. Es cierto que la homogeneización de la cultura mundial trata de controlar al individuo. En este caso la homogeneización parte de la primera potencia mundial, EE.UU., desde la que se irradia amor al individualismo, frente al miedo que provoca la masa incontrolada. Toda la industria del ocio tiende a la individualización, porque cuanto menos se junten los hombres, más controlada estará la sociedad. “El hombre racional que hace preguntas sobre la realidad es un ser muy peligroso. (...) Confundamos. Atontemos. Estupidicemos”. En este sentido, un hombre que se haga preguntas siempre será más libre.

XXIV. El optimismo frente a la verdadera naturaleza del hombre. Recoge, profesor, una frase de Cela, de su ‘Tobogán de hambrientos’: “el hombre es una mala víbora sin principios, un alacrán que se peina y se pone corbata para engañar a sus semejantes”. Me recuerda a la célebre afirmación de Hobbes: ‘homo homini lupus”, que traduciendo por el método patentado de ‘santamartatienetren’ (pregúntele a su autor por él), significa “el hombre es un lobo para el hombre”. De hecho de alguna manera volvemos a la conferencia anterior, XV, porque la cultura, la educación tiene por objeto domesticar la fiera que todos llevamos dentro. El período formativo, desde bien temprana edad, no tiene otro objeto que rebajar los ánimos violentos que, por naturaleza, según apuntan Hobbes, Cela, Baroja y otros muchos, posee el ser humano, y especialmente –y con diferencia- el hombre sobre la mujer (el niño sobre la niña).

XLI. Tres tipos de instrucción. Creo sinceramente, que se ha olvidado una división o subdivisión: aquel tipo de profesor que suspende a sus alumnos simplemente por opinar. No ya por opinar “de forma diferente”, sino simplemente por introducir elementos valorativos subjetivos y personales, que distraen del verdadero discurso, académico y oficial. El ‘creo’, ‘pienso’, ‘en mi opinión’... para muchos malos educadores, sobra. Y considero –como usted, compruebo- que formar criterio debe ser uno de los objetivos esenciales de todo educador que se precie.

LXXV. El ‘tontodelaclase’. Permítame, profesor, que me dirija, sólo por unos momentos, a su autor. Juan: este pasaje, esta conferencia es deliciosa. Te revelas como un magnífico narrador de historias, un contador de vivencias y sabes echarle los condimentos necesarios para establecer el ritmo adecuado, y dosificar el interés de lo sucedido. El lector percibe el patetismo de la situación, pero se encariña fácilmente con la víctima, diana de las iras irracionales del resto de niños de la clase. Sublime.

LXXXI. La merienda. De nuevo, una magnífica narración, repleta de elementos descriptivos, acertados, ajustados, valiosos.

XCII. La tata. Cariñoso relato de un momento difícil en la vida de un ser tan querido como la Tata, con mayúsculas. Es increíble cómo, en unas pocas líneas, se pueden transmitir tantas sensaciones: impotencia, tensión, inseguridad, amor.

CVII. Carpe diem. Una de sus mejores conferencias, profesor: Malgastar el tiempo primero, el ‘primer tiempo’, y no incluyo la niñez ni siquiera la adolescencia en ese ‘primer’ tiempo, porque en estas etapas biográficas la conciencia tiene muy poco protagonismo. Cuando de verdad una persona es consciente de su vida y toma las primeras grandes decisiones que van a conformar, e incluso hipotecar, el resto de su vida es en la juventud, y coincide con el período universitario. “Lo que hagáis invadirá como un lastre inextirpable, como un tumor, vuestros años. Lo que no hagáis ahora os acusará siempre como un estremecedor vacío, como un retortijón acusica y fiscal”. Haciendo mi particular y personal recapitulación, creo que dejé de hacer muchas cosas que debería haber hecho y que, por diferentes razones que sería muy largo enumerar y analizar, no llegué a hacer. Mi período universitario fue, si quiere, claustrofóbico, porque me limitaba a ir de casa a la Facultad y de la Facultad a casa, para estudiar. Tenía mi tiempo muy repartido entre clases y estudio y no contemplaba la relación personal como un elemento prioritario en mi formación. Ahora me pesa.

CXVIII. El hombre de tierra. Magistral. Magnífica narración de este cuento-leyenda de un hombre aprisionado por su amor a la tierra que muere por ella y termina convirtiéndose en un “muñeco de arcilla reseca”. Un folio delicioso que se lee con verdadero placer y en el que subyace –de nuevo, profesor, ¡cómo es usted!- una crítica despiadada –una metáfora descarnada- contra el nacionalismo exacerbado, ‘pegado a la tierra’, que puede terminar en la anulación más extrema. En la anulación absoluta. En muerte.

CXIX. El dolor de una imagen. Se agradece la referencia a la fotografía y el análisis ante la repercusión de la imagen de la violencia en el plano de los sentimientos. Cierto es que quien se duele, equivoca el objeto de su dolor, confundiendo el continente con el contenido. La foto, la imagen, con el dolor de la niña. Pero es algo tan habitual en nuestro entorno, que se ha llegado a asumir. Se dice: ‘las fotos nos hacen llorar’. Una foto no puede hacer llorar en sí misma. La realidad recogida por la foto sí que provoca sentimientos. Y malo de aquella foto que no provoque sentimientos. Será una mala foto, aunque puede que no una foto mala.

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