domingo, 28 de junio de 2015

Mi queridísimo botellín de agua

Como un cachorro san bernardo, mi fiel botellín de agua, tan humano, al rescate de mi voz perniquebrada, rotos tantas veces la tibia y el peroné de mi palabra. Perrillo restaurante de la fatiga crónica de mi canto, mi querido botellín. Ameno botellín lluvia, refrescante, bebedizo, botellín sindical y justiciero -aguacero-, te me das generosamente líquido para saciar el hambre de mis amígdalas, para aliviar las ampollas de la voz, la garganta de la fiebre. Te canto hoy el puño cerrado de estos versos, el himno de esta carta. A ti, camarada acuífero, activista lustral de la internacional de la bondad. 

Mi queridísimo botellín de agua, leve, adecuadamente femenino, casi como una botella, como una perrilla, botellín siempre conmigo, igual que mi nombre, botellín que bautizas -hidráulico- mi campanilla, para ti mi gratitud toda.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 21 de junio de 2015

Confutatis

En verdad te digo, señor, que, a tu diferencia, yo y todos los hombres buenos, todos muertos, ya muertos, no condenaremos a nadie. Ni siquiera, claro, a ti. Recién converso a la rasante verdad. Yo entiendo que, pudiendo perdonar, hay que perdonar. Yo entiendo que condenar eternamente -nada menos que eternamente- no es ejercicio de bondad. Sino ejercicio de venganza. De sobrepoder. No sólo hay que perdonar al arrepentido. O al justo. Eso es fácil. Perdonar, digo, al arrepentido o al justo. Lo misericordioso es saber perdonar al injusto empecinado. Al malo. Al otro. Ése es el ejercicio de compasión incondicional del bueno. En verdad te digo, señor converso, que ni yo muerto ni los buenos hombres muertos, erigidos en muertos jueces, rechazaremos a los malditos ni los entregaremos a las llamas. No haremos ceniza de ningún corazón. Tampoco del nuestro: jubiloso en su magnanimidad. Supliquen o no, perdonaré, perdonaremos a todos desde nuestra acendrada piedad.

De "Requiem"

domingo, 14 de junio de 2015

El soldado muerto

Desde hacía unas horas, unos días quizá, tenía al soldado entre sus brazos. Al soldado muerto entre sus brazos. Muerto. El soldado no tenía brazos. Tenía entre sus brazos a un soldado sin brazos. Y muerto. A un soldado que había muerto sin brazos. ¿Dónde estaban los brazos del soldado muerto que tenía entre sus brazos? ¿Dónde los brazos muertos del soldado abrazado? Desde hacía unas horas, unos días quizá, abrazaba a un soldado muerto sin brazos. También estaban muertas las piernas del soldado al que abrazaba. Y el vientre también estaba muerto. Y la boca. Todo el soldado estaba muerto. Excepto los brazos. Que también estarían muertos. Pero que no estaban... Llevaba horas, días, quizá, abrazado a un soldado muerto sin brazos. Como aferrándose.

De "Teoría de fragmentos"