domingo, 31 de mayo de 2015

Mi querido aplicador de betún

Escribo hoy tu detergente batalla contra el barro. ¿Por qué, mi pertinaz embaucador, te empeñas en abrillantar la piel tocada por la tierra? ¿Por qué, mentiroso artificial, quieres barnizar lo que ha mitificado la impureza? Betún arrogante e insolente, ¿por qué desnudas al polvo del polvo? ¿Por qué de unos pies honrados y rendidos pretendes charol desalmado, frío? Betún, inmaculado dogmático, dinero sin trabajo, agua sin vino, miserable aplicador tramposo y tinto, ¿en nombre de qué te atreves a corregir charcos, a enmendar limos?

Implicador farsante, trolero, liante, explicador indigno, complicador, voluntarioso replicador de la realidad, te suplico, negro aplicador falsario, timo, me dejes -manchándome, viviéndome- retozar hasta la última hez en la mierda del camino. Vade retro.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 24 de mayo de 2015

La lectura

(práctica de imperfectos)

Paralizado en la última página, llevaba viviendo quieto horas y horas. Una quietud en ebullición. Metal frío por fuera. Como una olla. Abrasándome por dentro. Había llegado al final y no podía clausurar el libro. Atrapado, instalado en el párrafo postrero que se abría infinitamente más allá de las últimas calles. El poema, como el gran teatro de un cuento, terminaba el capítulo con un verso que empezaba el mundo en una parábola que subía. Sólo subía. Todo lo subía. Llevaba quieto subiendo horas y horas. Paralizado ascendiendo a la vida de arriba, que es la vida verdadera, atrapado, instalado en el fulgor del texto, creciendo inmóvil, profundamente escalando. Disfrazado. Traspasado al otro costado. Incendiadamente lejos. Tras el azogue de las palabras. No podía cerrar aquel libro que me inauguraba el fuego. En las manos. El fuego en las manos. En el pecho. En los dedos del pecho. Horas y horas llevaba quemándome quieto. Lejos.

De "Curso de Gramática"

domingo, 17 de mayo de 2015

Ni un milímetro

No recorre ni un milímetro la lluvia

sin que mis versos

no se inventa ni la luna de un minuto

sin que todas mis estrellas

y es que no hay un ruido

ni un añil ni una demencia

ni un papel ni una almohada

ni el chiste de una viñeta

ni un secreto ni un cristal

ni un pecado ni una arteria

no hay nada

no hay absolutamente nada

que yo no te pertenezca.

De "Ni en los vientos, ni en los mapas"

domingo, 10 de mayo de 2015

Mi queridísimo libro viejo

Mi queridísimo libro de viejo:

Aunque es imposible, ayer te compré en la milyunanoche de la almoneda. Aquella formidable cueva -sésamo- abierta. Aunque es imposible. Los libros -como la sangre, como los riñones- no pueden comprarse. Se prestan. Se roban -como el fuego-. Se pelean. Ayer te rescaté de la cueva de la almoneda aquella. Fatigado. Convalecías lleno de penas. Las tapas llagadas. Herido el lomo, al costado, por una lanza descuidadamente aneja. Las hojas sucias, crucificadas de humedad y arena. Arrodillados tus versos, desleídos, pero arrogantes, ascendidos en el firmamento de tus páginas, viriles, en reto de resistencia. Refugio bendito, sepulcro, mi queridísimo libro de viejo, custodiabas altamente moribundo la hostia de tu texto.

Mi queridísimo libro de viejo, aunque parecía imposible ayer te resucité y en la ambulancia de mis dedos te traje a mi mesa -ese vasto campo- y en mis manos me mostré, como un quirófano, y te anestesié y te lavé los pies y te intervine y te pegué y te cosí y te curé con celo, con mucho celo, con papel de cielo, y te hiciste mío, mi libro viejo, mi queridísimo libro bueno.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 3 de mayo de 2015

Dios derrocado

En verdad te digo, señor, que no tienes que suplicarme el perdón, ni alabarme, ni ofrecerme ningún sacrificio. Dios derrocado, serás amnistiado gratuitamente porque para mí y para todos los hombres muertos buenos es más fácil exonerarte que odiarte. Ni yo ni ningún otro hombre ya muerto queremos eternizar nuestra muerte en rencor hacia ti. La eternidad es demasiado tiempo detestándote. A diferencia de ti no conozco el rencor perenne. No quiero conocerlo. No quiero malgastar mi muerte. En verdad te digo, señor, que creo que tú, como máximo otro, también tienes una alma que se puede cuidar. Que se puede alimentar. Que se puede convertir. Yo y todos los hombres muertos a los que has atormentado queremos que pases, señor, a la buena muerte. Al lado de la bondad. A la banda de la fragilidad prometedora.

Del libro "Réquiem", de inminente publicación