sábado, 27 de octubre de 2012

Espera


En el invierno de la vida, abrigado en la biblioteca de casa, llevo siempre sobrepuesta, como un braserillo epidérmico, mi vieja bata de pirineo. Un remoto cuadro escocés verdeazul. Así resisto refugiado, pues, en plena naturaleza. Me la ciño con un desmedido cinturón. Bueno. No me la ciño. Más bien la amoldo al vientre que, curioso, pugna abundante por asomarse entre los faldones.

La bata es larga. Yo soy corto. Debo cobrar un extraño aspecto entre principito fascinador y maltallado monje medieval. Algo ridículo y desgarbado. Pero vivo muy cómodamente dentro de mi talar bata azul, verdosa y pirenaica.

En la pechera, a la izquierda, hay dispuesto un hondo bolsillo de plastrón. Desde que me dijiste que me ibas a telefonear intempestivamente, a la hora menos pensada, llevo en él, como un tesoro, mi móvil. Me pesa. Me descompensa. Me abulta. Pero no lo saco ni a sol ni a sombra. Ahí permanece. En el bolsillo corazón de mi bata. Esperando la llamada que ha de llegar hasta mi privado pirineo, hasta mi particular verdeazulado secreto. Pensando en ella, en tu llamada -y no hago otra cosa-, el móvil, quieto, se percata de cómo mi corazoncillo se acelera. Mi bata está disfrutando tanto, expectante, aguardando tu voz, que casi desea que no lo hagas. Que no telefonees. Para seguir gozando la sorpresa. Para seguir complaciéndose en la pura esperanza.

domingo, 21 de octubre de 2012

La lengua del bebé

El crío era una monada. La verdad. Rubito. Ojos azules. Mofletes sonrosados. Estaba para comérselo. Todos coincidían en que estaba para comérselo. Andaba graciosísimo. Tambaleándose. Con los brazos levantados. Como rindiéndose amablemente a la vida. Era una monada. La verdad. Un juguete. Por eso era tan sorprendente que hablara así. Tan raro. No es que hablara una lengua de trapo. O una jerguilla indescifrable. No. No era eso. Se hacía entender. Sí. Pero, al mismo tiempo, nadie comprendía lo que decía.

Vamos a ver. Hablaba perfectamente. Con claridad y fluidez impropias de su corta edad.  Pero es que hablaba otro idioma. No hablaba su lengua materna. No chapurreaba, como todos pensaron al principio, la exótica lengua de la tata que le cuidaba. Y que fue despedida. La pobre. No. No era eso. Tampoco era eso. Es que hablaba perfectamente un idioma desconocido. Por completo ignoto para sus padres. Y para cuantos le rodeaban...

De "Teoría de Fragmentos"

domingo, 14 de octubre de 2012

El Espía

(exceso de epítetos)


Cada mañana, puntual, arrellanado casi como un rey en la trona del baño, mientras la naturaleza desanda el camino de mis tripas, me sé observado. El suelo es de un conglomerado pétreo, de un mármol de similor que siempre se me antoja rojo. Como si el cuerpo se me descargara sobre el mismísimo infierno. Por entre las tortuosas vetas del piso juegan llamas y diablillos súcubos. Justo al pie del monte del lavabo -de cuya cima brotara el chorro estigio-, desafiante, una falla, un vicio de una de las losas se insinúa como un ojo saltón. Resignadamente sentado, cada mañana me estremezco ante esta mirada monocular e inmisericorde, fija, que me ataca en escorzo. Me estremezco ante este escrutador puntual, sulfúrico, fétido, que asoma desde el averno. Me estremezco ante este fisgón que apesta.

De "Curso de Gramática"

domingo, 7 de octubre de 2012

Al aerosol de colonia

Mi queridísimo aerosol de colonia:

Quiero escribirte hoy tu aguante, tu indocilidad, el vigor de tu desobediencia. Días llevas ya boqueando tu último perfume. Sobreviviendo en estertores. Asido por mi mano derecha como si fuera yo el bandolero de tu esencia, perseveras agonizando humores, vaporizando tu resistencia. Pulso una y otra vez el automático de tu alma y tu vida se dispara en una lluvia seminal de milmillones de fragantes -¿flamantes?- chispas. Pero yo miro incrédulo un día y otro la transparencia de tu frasco y te veo vacío. Casi vacío. Días y días te infinitas como un desierto. Apenas un charquillo imposiblemente interminable sobremuere en el fondo del pomo. Sin embargo, al reclamo de mi pulsión, el sifón, ávido, lo persigue día tras día y día tras día lo inhala -lo anhela- en fatigada respiración de lavanda. Un día tras otro tercamente resollando...

Mi jadeante aerosol, eterno hálito, mínimo y dulce luchador asmático, reciba tu descomunal batalla perdida el reconocimiento lírico de tu implacable asesino.

De "Cartas a mis cosas"