martes, 18 de diciembre de 2012

Profesores

Conozco tres tipos de instrucción, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos.

La del profesor que suspende a su discípulo por opinar de forma diferente.

La del profesor que lo da por bueno aunque discrepe de sus enseñanzas.

Y la del profesor que lo aprueba con entusiasmo precisamente porque su estudiante es un disidente.

De estos tres profesores, escuchadme bien, sólo el último es un maestro.

De "Lázaro Valbuena".

martes, 11 de diciembre de 2012

Diccionario

Mi queridísimo diccionario:

Dueño absoluto, abarrotado almacén de telas, laberinto con todas las entradas, infinito espejo pequeño como la tierra, llave maestra, biblioteca, mi queridísimo diccionario, inútil como un museo. Paleontológico. Piedra. Industria textil parada y quieta. Muerta. Guitarra sin dedos. Galilea.


Mi abigarrado diccionario otoñal y planeta, sólo hilos, destejido, desastrado, estepa, maldito catálogo de terciopelos y rizos y tules y sedas, exhaustivo y tentador, excitante, proxeneta. Maldito diccionario, te falta, no ofertas, la rueca que teja y desteja, no adjuntas manual que el hilandero comprenda. Condenado lexicón, no acompañas prospecto para tu poeta.

De "Cartas a mis cosas"

miércoles, 5 de diciembre de 2012

En los libros

Las grandes personas, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos, las he encontrado siempre entre libros. En la inmensa compañía de la soledad bibliotecaria. Siguiendo la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. No me gustan las efigies ni el humo. No soporto las estatuas de peanas que debieran estar vacías. Desprecio a los voceras y a los bocazas. La logorrea mezquina. A los personajillos. A los reyezuelos. La obra bien hecha es obra de amor, trabajo y tiempo. El mar necesita muchas olas para llegar a la playa. Las grandes personas que he conocido han demorado sus vidas entre páginas. Blancas o impresas. Páginas. Las grandes personas que he conocido han sido radicalmente libropésicas. Invulnerablemente letraheridas. Sed valientes. Leed. No temáis acompañar a Lewis Carroll a través del espejo. No temáis acceder con Juan Ramón al otro costado. Sólo allí hallaréis la verdad desnuda. Esquinuda. Cortante. La verdad. Lenta. Tozuda. Sólo allí hallaréis la crítica. Para ese viaje no necesitáis gran impedimenta. Id ligeros de equipaje. A tercios oídos sordos, resistencia y bondad.

De 'Lázaro Valbuena"

viernes, 30 de noviembre de 2012

Ocaso

Ahora que empezaba a ser viejo había decidido morirse. No podía soportarlo. No podía soportar que el sarmiento de sus dedos le impidiera tocar el violín. No podía soportar que la humanidad de su cabeza acabara con su genio. No podía soportar que las vocales de su cuerpo fueran puro dolor. No podía soportar que la lentitud de los minutos ralentizara su carrera perfecta. No podía soportar a Dios, al que había amado tanto. Y ahora le traicionaba. Ahora que empezaba a ser viejo había decidido morirse. Aunque no sabía cómo. Estaba tan solo. Y tenía tanto miedo.

Como siempre. Pero ya demasiado tarde.

De "Teoría de Fragmentos"

domingo, 25 de noviembre de 2012

Palabras

Necesito tus palabras

invadir tu hoy tu cama

cuando cae sigilosa desde el viento

la desnuda vergüenza de la ropa

necesito que me toques

necesito

el vientre muelle de tu norte donde reposar mi ayer

necesito desde el sexo

de la espada

nacer tu pelo tu cara

te necesito arriba y abajo

a diestra y a esperma

desde el reloj a la tierra

desde la espalda al océano

desde dios al aserrín


este abril que me pesa.



De "Ni en los vientos, ni en los mapas"

domingo, 18 de noviembre de 2012

La Mosca

(estilo a ráfagas; lea atentamente este ejemplo)

Sobre la mesa un mantel. Sobre el mantel un confite. Sobre el confite la mosca. Sobrevolándolo. Sobrevolándome. Permanezco quieto a ver qué pasa. Con su zumbido interpreta una eufonía pura en cuatro movimientos. VIVACE. ALLEGRETTO. PRESTO. ALLEGRO CON BRIO. Vuela como un hombre jamás podrá hacerlo. Su acrobacia reta todas las leyes. Mientras rubrica el viento leo en su desafío de volatines una literatura titiritera, un libro lejos. Evoluciona, aérea, flameando versos -verso a verso- que jamás hubiera imaginado existir. Abigarra el éter de revueltas consonantes, como cielos, y lo hace azul. Cómo vuela. Cómo piruetea. Cómo nada en el cristal del tiempo. Cómo se maneja en la transparencia. Qué alarde de plenitud. Cuánta ala. El mantel sobre la mesa. Sobre la mesa el pastel. Permanezco quieto a ver qué pasa. Exhausta, muerta de belleza, cae en barrena. Inevitable golosa. La dejo hacer.

De "Curso de Gramática"

martes, 13 de noviembre de 2012

Retrato

Mi queridísimo retrato:

Apenas. Sólo a venas. Sólo algunas, muy pocas venas reconozco. Te reconozco. A mí. A duras venas. Al escondite con el tiempo, inmutable, imperceptiblemente amarillento, en asomo perpetuo tras el cristal enmarcado. Como desde un balcón de plata. No se cansan tus maseteros del rictus eterno. De la sonrisa larga. De años y años recalcitrantemente sonriendo. Los ojos como dos relojes imparables, tic-tac, tic-tac, abiertos. Incansables. Abiertos. Qué bárbaros. Nunca durmiendo. Nunca te los he pillado durmiendo... El pelo, brillante y denso, mi queridísimo retrato, el pelo volando, sólo roto el vuelo del flequillo por un remolino rebelde. Fiero. Los ojos incansablemente abiertos...

Mi queridísimo retrato. Si supieras cuánto te espío. Apenas me reconozco en ese niño. En ese niño siempre. En ese niño siempre sonriendo. Siempre volando. Siempre despierto. Nunca te he pillado durmiendo... Y a pesar de todo, a pesar de todo lo lejos, mi remotísimo retrato, me quedé. Me quedaste. Te estoy. Me sigues teniendo.

De "Cartas a mis cosas"

jueves, 1 de noviembre de 2012

A un muerto

(complete con cautela las oraciones causales que se proponen)

Porque ya no habla y ni la madre ni el amor ni los hijos pueden.

Porque los ojos han dimitido -huelga general de la memoria- y el paisaje resuelto en hambre la mirada.

Porque las manos sin dedos que las llamen ni otros platos que llevarse a las uñas.

Porque huele como sólo hiede -hiere- cuando ya no.

Porque la lengua se ha rendido y no busca y fláccida como un limaco y no juega y no penetra.

Porque los pies se han descalzado la vida y los reclama y los pisa acreedora la tierra.

Porque el sexo ha venido a menos.

Porque las tripas vacías se han llenado de agujeros.

Porque no tiene respiración ni cometas ni colores ni metales preciosos entre los huesos.

Porque regalar su boca es un imposible verso.

Porque no está.


De "Curso de Gramática"

sábado, 27 de octubre de 2012

Espera


En el invierno de la vida, abrigado en la biblioteca de casa, llevo siempre sobrepuesta, como un braserillo epidérmico, mi vieja bata de pirineo. Un remoto cuadro escocés verdeazul. Así resisto refugiado, pues, en plena naturaleza. Me la ciño con un desmedido cinturón. Bueno. No me la ciño. Más bien la amoldo al vientre que, curioso, pugna abundante por asomarse entre los faldones.

La bata es larga. Yo soy corto. Debo cobrar un extraño aspecto entre principito fascinador y maltallado monje medieval. Algo ridículo y desgarbado. Pero vivo muy cómodamente dentro de mi talar bata azul, verdosa y pirenaica.

En la pechera, a la izquierda, hay dispuesto un hondo bolsillo de plastrón. Desde que me dijiste que me ibas a telefonear intempestivamente, a la hora menos pensada, llevo en él, como un tesoro, mi móvil. Me pesa. Me descompensa. Me abulta. Pero no lo saco ni a sol ni a sombra. Ahí permanece. En el bolsillo corazón de mi bata. Esperando la llamada que ha de llegar hasta mi privado pirineo, hasta mi particular verdeazulado secreto. Pensando en ella, en tu llamada -y no hago otra cosa-, el móvil, quieto, se percata de cómo mi corazoncillo se acelera. Mi bata está disfrutando tanto, expectante, aguardando tu voz, que casi desea que no lo hagas. Que no telefonees. Para seguir gozando la sorpresa. Para seguir complaciéndose en la pura esperanza.

domingo, 21 de octubre de 2012

La lengua del bebé

El crío era una monada. La verdad. Rubito. Ojos azules. Mofletes sonrosados. Estaba para comérselo. Todos coincidían en que estaba para comérselo. Andaba graciosísimo. Tambaleándose. Con los brazos levantados. Como rindiéndose amablemente a la vida. Era una monada. La verdad. Un juguete. Por eso era tan sorprendente que hablara así. Tan raro. No es que hablara una lengua de trapo. O una jerguilla indescifrable. No. No era eso. Se hacía entender. Sí. Pero, al mismo tiempo, nadie comprendía lo que decía.

Vamos a ver. Hablaba perfectamente. Con claridad y fluidez impropias de su corta edad.  Pero es que hablaba otro idioma. No hablaba su lengua materna. No chapurreaba, como todos pensaron al principio, la exótica lengua de la tata que le cuidaba. Y que fue despedida. La pobre. No. No era eso. Tampoco era eso. Es que hablaba perfectamente un idioma desconocido. Por completo ignoto para sus padres. Y para cuantos le rodeaban...

De "Teoría de Fragmentos"

domingo, 14 de octubre de 2012

El Espía

(exceso de epítetos)


Cada mañana, puntual, arrellanado casi como un rey en la trona del baño, mientras la naturaleza desanda el camino de mis tripas, me sé observado. El suelo es de un conglomerado pétreo, de un mármol de similor que siempre se me antoja rojo. Como si el cuerpo se me descargara sobre el mismísimo infierno. Por entre las tortuosas vetas del piso juegan llamas y diablillos súcubos. Justo al pie del monte del lavabo -de cuya cima brotara el chorro estigio-, desafiante, una falla, un vicio de una de las losas se insinúa como un ojo saltón. Resignadamente sentado, cada mañana me estremezco ante esta mirada monocular e inmisericorde, fija, que me ataca en escorzo. Me estremezco ante este escrutador puntual, sulfúrico, fétido, que asoma desde el averno. Me estremezco ante este fisgón que apesta.

De "Curso de Gramática"

domingo, 7 de octubre de 2012

Al aerosol de colonia

Mi queridísimo aerosol de colonia:

Quiero escribirte hoy tu aguante, tu indocilidad, el vigor de tu desobediencia. Días llevas ya boqueando tu último perfume. Sobreviviendo en estertores. Asido por mi mano derecha como si fuera yo el bandolero de tu esencia, perseveras agonizando humores, vaporizando tu resistencia. Pulso una y otra vez el automático de tu alma y tu vida se dispara en una lluvia seminal de milmillones de fragantes -¿flamantes?- chispas. Pero yo miro incrédulo un día y otro la transparencia de tu frasco y te veo vacío. Casi vacío. Días y días te infinitas como un desierto. Apenas un charquillo imposiblemente interminable sobremuere en el fondo del pomo. Sin embargo, al reclamo de mi pulsión, el sifón, ávido, lo persigue día tras día y día tras día lo inhala -lo anhela- en fatigada respiración de lavanda. Un día tras otro tercamente resollando...

Mi jadeante aerosol, eterno hálito, mínimo y dulce luchador asmático, reciba tu descomunal batalla perdida el reconocimiento lírico de tu implacable asesino.

De "Cartas a mis cosas"

domingo, 30 de septiembre de 2012

Desconfianza

“Guardaos de los que utilizan falsamente la palabra y la imagen. En verdad os digo que estos bastardos son para mí los hombres más despreciables. Adulterar la palabra y doblar la imagen para beneficiarse o medrar es la máxima deslealtad. Disfrazados de charlatanes o de profetas vienen a vosotros con vestidos de ovejas mas por dentro son lobos rapaces. Engalanados siempre de banderas, su corazón está descalzo de canela y de bondad. Guardaos del que grita y se dice perseguido e invoca a la patria y desgasta la voz libertad. La impostura es necesariamente ruidosa. La auténtica profesión de servicio y de ayuda es mester secreto y es reserva y mesura y circunspección. Barril. No garrafa. Quien busca solo el bien busca el bien sólo y huye de la ínsita maldad de la fama. Guardaos de los que pervierten la palabra y la imagen. Esos ruines. Esas ruinas.

La palabra vale siempre y cuando esté llena de obras. Siempre y cuando explote en hechos borrachos del vino de la benignidad. La palabra siempre y cuando sea una paloma que defeque descarada sobre el carísimo traje de los inicuos. No basta el perfume de su teoría. La palabra vale siempre y cuando se abra la flor trabucaire de su irresignable rebeldía. La palabra es madre cuando pare sediciones, es roca cuando edifica, es suelo cuando os pone de pie. La palabra no es adorno. La palabra es sólo palabra cuando avergüenza y está armada hasta los dientes del infinito honor de las palabras”.

De "Según María"

martes, 25 de septiembre de 2012

Texto Incompleto

(princípielo y acábelo; proponga un título)


...Convencido como estoy de que no habría aire si no tuviera boca he decidido respirar. Respirar para hacer vaho. Jugando.


Cuánta piel está esperando mis dedos. Mis dedos respiran como diez bocas que tocaran un instrumento de viento. Un amor aerostático, pongo por ejemplo. Mis dedos lo inflan. Y asciende. Asciende. Se levanta el amor al amor de mis dedos. Y asciende. Asciende. Se hincha. Lo agito y suelta lastre. Se derrama como respirando. En estertores violentos. Se derrama el amor al reclamo de mis dedos. Estaba esperándolos. La piel del amor esperaba a mis dedos. El tuétano del amor exigía a mis dedos. Convencido como estoy de que no habría amor si no tuviera dedos he decidido...


De "Curso de Gramática"

lunes, 17 de septiembre de 2012

Hoy



Hoy, como siempre después, otra vez

sufro de anginas la espalda del viento,

sudo recuerdos del justo momento

en que ayer tu mano, hoy almirez.



Hoy no es un verbo del mismo jaez

que el ayer que por ser hoy hoy intento,

hoy es un torpe reloj de cemento,


lenta cadena perpetua sin juez.



Hoy es mañana, hoy es otro día,

hoy simplemente no debiera ser,

hoy es mentira, un error cruel,



picor de la pluma, antiguo papel.

Hoy, lo repito, hoy ya no es ayer,

piel a piel ayer tu piel tras la mía.



De "Sonetos Despacio".

viernes, 7 de septiembre de 2012

El coche

Mi queridísimo coche:

Como un amante a destiempo me esperas cada mañana entre las sábanas grises del garaje. A la luz tenue de una fluorescencia sucia te insinúas -vagamente rutilante- y te me ofreces demasiado fácil abriéndote de puertas. Yo te entro, viajero inútil, repugnando el lupanar sórdido que huele a goma y petróleo. Y me llevas dentro, voraz, con vaivén promiscuo de ballena y me escupes como esperma, o como un aborto, tras nuestro vano viaje carnal.

Mi queridísimo coche, refugio impotente, claustro frustrado, mujer de ninguna manera, tentación, zorra, vulva fría, para ti el asco venéreo de mi kilometraje.

De "Cartas a mis cosas".

domingo, 2 de septiembre de 2012

La desconfianza intelectual

A vosotros os recomiendo, os solicito la desconfianza intelectual, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos. La desconfianza intelectual. Como recta actitud moral, el permanente recelo ante toda fuente, ante cualquier foco de poder. El poder no vivifica, inunda; no ilumina, quema. Frente a él, desplegad tozudamente la artillería de vuestra crítica; despegad el planeador de vuestra voladora reflexión. Optad por el dolor del compromiso, por la viruela de la socarronería, por la incomodidad ética, por la picajosidad del no sometimiento. Arriesgad. Apostad por el alacrán de las preguntas, no por el alazán de la condescendencia. Un universitario, un escritor, un poeta, ha de ser un irritante forúnculo, un dardo de desasosiego clavado en el trasero del poder. “No valgo para arrullar”, escribía en una carta Dostoievski. No arrulléis. Que vuestra palabra sea un tormento para los fuertes y el desenmascarador de todos los disfraces tras de los que el poder y su mendacidad se recatan.

Del Ensayo 'Lázaro Valbuena', de próxima publicación, capítulo LXXVII

martes, 28 de agosto de 2012

La pizarra

Mi queridísima pizarra:

Qué fácil borrarte, mi queridísima pizarra, almario verdinegro en el altar del aula. No es indeleble tu pasta, pizarra. Eres hojaldre de horas y verbos que pasan y se dejan y pasan. Y vuelan. Palimpsesto eterno, sangre mil veces reescrita, tesón mil veces incorrecto. Hecha polvo, la tiza te amenaza y hace polvo mis versos, mis lunas, mis anclas. Dónde está mi biografía tantas vueltas trazada, pizarra, tantas vueltas por tu borrador -cruel- zafada. Dónde está la enciclopedia que mis manos -mis dedos- te han tatuado durante tanto viento. Pizarra. Tanto lento viento. Cisco. Cenizas hecho todo mi pensamiento.

Mi queridísima pizarra, reloj implacable, despintado tiempo, aunque parezca que no esté, yo sé que estoy -olvidado, en borradura- en tus tuétanos. Sé que, a hurtadillas, impregnado, me llevas dentro. Sé que -pasajero- te pertenezco. Sé que en mis palabras caídas, quitadas, tuyas, también me quedo.

De "Cartas a mis cosas".

viernes, 17 de agosto de 2012

Carta a Dios

Querido Dios:

A esta carta le falta el final. Pero no pasa nada. Como eres todopoderoso, seguro que sabrás descubrirlo.


De "Teoría de Fragmentos".

jueves, 26 de julio de 2012

A una escalera

Te odio, mentirosa escalera,

escalera quieta y despaciosa,

zarandeas mi vida, sinuosa,

abajo y arriba, carcelera.




Escalera perpetua y pasajera,

bajas y subes tozuda, graciosa,

subes y bajas lenta, pesarosa,

me llevas sin llevarme dondequiera.



Como una cualquiera, escalera,

a ningún sitio llevas a cualquiera,

a cualquiera atrapa tu madera.



Escala disfrazada, dios, destino,

en el postrer rellano desespera

mi alma, que hace peldaños su camino.


De 'Sonetos despacio", XXXVII soneto

viernes, 20 de julio de 2012

A la corbata

Mi queridísima corbata:

La posibilidad es tu baza. Mi queridísima corbata. Cuándo paras. Enrollada a mi garganta, cuándo detienes tu lazo, cuándo decides el momento de ajuste. Exacto. Cuándo contemplas que, más prieta, me dañas, me asfixias. Me matas. Tu posibilidad, corbata potencialmente horca, máquina, ese no querer saberte soga, ese saber ser bufanda. De seda. Tu posibilidad de seda. Deslizante. Te amoldas a mi garganta. La oprimes. La oprimes más. Te paras. Te detienes en el instante preciso. Antes, descolocada. Después, estranguladora. Justiciera. Parca.

Mi queridísima corbata, adminículo hermoso, posibilidad de seda, quién, qué manos, qué diosecillo coqueto y bueno te maneja, te voltea, te anuda en revolución -en revolación- a mi cuello y nunca te hace verdugo, nunca te quiere patíbulo. Pudiendo, nunca me terminas. Quién frustra la tentación. Quién te impide el crimen. Quién te para.


De "Cartas a mis cosas".

jueves, 12 de julio de 2012

Empezar

Es muy importante anotar en la cartera de mis versos que esto ocurría cuando yo era un niño. Como todas las madres -pero eso no tiene la más mínima relevancia; para un niño sólo hay su madre-, mi madre me cantaba y me cantaba. Una de las cancioncillas con que me cuidaba hablaba de un barquichuelo y decía así:
                   
Había una vez un barquito chiquitito
que no sabía navegar,
y si esta historia parece corta
volveremos a empezar.


Pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis semanas
y aquel barquito navegó,
y si esta historia parece corta
volveremos a empezar.

La cantilena, claro, como todas las piezas infantiles, se hacía música en una melodía pegadiza, facilísima, que me entusiasmaba interpretar. He de anotar también en esta cartera que la cancioncilla, breve como la he escrito, se demoraba en infinitas repeticiones. Se insistía en el hecho de que el barquichuelo no supiera navegar -“que no sabía, que no sabía”, reiteraba mi madre-. Y, asimismo, se recalcaba una y otra vez que la peripecia se cantaba de “aquel barquito, aquel barquito”. Por si tanta porfía fuera poca, las dos estrofas supraescritas se sucedían a sí mismas hasta el infinito sueño del escuchante.

La verdad es que yo nunca me dormía. ¿Por qué el barquito no sabía navegar? ¿Por qué ninguna nave nodriza, ninguna madre de los barcos le enseñaba? Tanto desamparo me producía desasosiego. Y, ¿por qué al paso de seis semanas justas el barquito, por fin, navegaba? ¿Qué prodigio había ocurrido en aquella mágica sexta semana que propiciaba la anhelada navegación? Todo esto se hurtaba en la cancioncilla. Todo esto mi madre me lo ocultaba. Y, además, puesto que con tanta mutilación narrativa la historia se hacía corta, la canción y mi madre, como una especie de cuento de la buena pipa, volvían y volvían indefinidamente a empezar. De forma que el barquito, que a la sexta semana maravillosa ya había aprendido y emprendía su singladura, en el nuevo recomienzo de la tonada otra vez no sabía navegar.

Tantas preguntas, tantas elipsis, tanto aprender y desaprender, tanta canción, tanta madre… No sé muy bien por qué, cuando era niño -y es muy importante anotar en la cartera de mis versos que esto ocurría cuando yo era un niño- tanta campanilla me fascinaba. Me vibraba. Me hacía temblar.

lunes, 9 de julio de 2012

Las gafas de Ángela Mallén

La reunión es bruja. La casa es hechicera. Las personas en puro sortilegio. Cinco. Cinco personas conversando el alma: una rosa, un ser hermano, la música y dos poetas. Uno de los poetas, creo, soy yo. La otra es Ángela. Ha llegado el momento de leer. Me ha llegado el momento de inaugurar mis últimos poemas. Todos, expectantes. Yo, amor.

De repente, me doy cuenta. He olvidado las gafas. Las gafas de los poemas. Las gafas para ver de cerca los poemas. Para acercarme a los poemas. Mis poemas están ahí. Imposibles a mis ojos.

Todos los poetas somos el mismo poeta. Todos perseguimos el mismo texto. El poema absoluto. Le pido, pues, a Ángela que me preste sus gafas de lectura. Me las calzo. Veo muy claros mis versos. Con una hondura que nunca hubiera sospechado. Pero aún hay más. Estoy clariviéndolos al mismo tiempo que veo todos los que Ángela había almacenado en sus anteojos. Mis versos se comparten en todos sus versos. Unos y otros se entran. Riman. Juguetean serventesios inexplorados, metáforas primeras, se encadenan libremente en un tejido lírico, en un humor lírico que humedece los cristales de aumento. Mis versos y sus versos en mis ojos. Entregados a mis ojos. Penetrándose. Penetrándome por la vista. Sus versos y mis versos, y todos los versos que ambos hemos leído y escrito y que permanecían agazapados en las lentes, todos los versos de todos los poetas ofreciéndoseme en las gafas de Ángela.

Se confunden. Sus versos y los míos se funden. Se hacen mutuos. Entreveo cómo mis versos, pícaros, se visten un bigotillo para seducir a los de Ángela y quedarse para siempre. En sus gafas. Juntos.

lunes, 2 de julio de 2012

Un prado minesido

Antonio Machado
Mi historia es muy sencilla. De hecho, yo soy una mujer muy sencilla. Y un poco frustrada. Estas palabras que está usted leyendo no las he escrito exactamente yo. Yo soy analfabeta. Estas palabras, otras muy parecidas, más pobres, se las he dictado al párroco. Aquí, en el pueblo, el señor párroco -que soy yo, el que está detrás de las palabras mendigas- me escribe las cosas que necesito. Bueno. Pues eso.

Mi historia es muy sencilla. Y un poco frustrante. Hace muchos años, cuando era -como soy ahora- la fregona de la escuela, escuché recitar al maestro de entonces, mientras relimpiaba los suelos de la galería del colegio, escuché recitar, digo, unos versos que me gustaron mucho. Los niños, a coro, los cantaban así:

“Ni un seductor mañana,
“Ni un prado minesido.”

A mí me gustaron mucho aquellos versos. Me parecieron sonoros. Brillantes como el agua del cubo antes de enturbiarse. Yo no los entendía muy bien. Sigo sin entenderlos. Y decidí entonces que, aunque yo fuera una simple fregona, tenía que encontrar ese seductor mañana y ese prado minesido de los que hablaban el poema, el maestro y los niños. Y el poeta. Que se llamaba don Antonio Manchado. O algo así. Y ahora no sé por qué se sonríe el señor párroco…

Mi historia es muy sencilla. Y ha sido un poco frustrante. Me he pasado la vida -ya soy muy mayor- fregando los suelos del mismo colegio. Y me casé. Y tuve hijos. Y, en eso, mi vida no ha estado mal. Pero, la verdad, nunca he podido encontrar el mañana seductor que decía el poeta. Y, mucho menos, y eso que lo he intentado con ahínco, el prado minesido. No sé todavía lo que es un prado minesido. Ni dónde está. Y el señor párroco, sonriente, cada vez que le pregunto, me insta a que siga buscándolo.

viernes, 29 de junio de 2012

Estriado

El aula es triste. Gris. Muy gris. Las paredes sumidas en dos tonos fúnebres que contristan. Ahora no hay nadie. Falta la magia de la clase. La vida de los estudiantes falta. ¿Por qué he vuelto a esta sala vacía? En uno de los ventanales, desmesurado, altísimo, dividido como en un ajedrez de vidrios, el cristalero -el divino cristalero- tuvo una ocurrencia. Por no sé qué razón uno de los cristales cuadrados se rompió. En lugar de sustituirlo por otro igual, transparente, el empleado, sublime, colocó uno estriado. De forma que, por algún capricho óptico, cuando miro a su través, las imágenes se duplican. Las personas, por ejemplo. Cada una de ellas se dobla, su yo y su otro. Lo milagroso de este cristal acanalado es que, a su amor, por una vez, el hombre y su geminado se coordinan, están concordes, caminan juntos por una pantalla vítrea pura, esmerilada, ondulada, casi marina, sin matarse.

domingo, 24 de junio de 2012

La muerte de Juanba

A Juamba le mataron los que no saben de agua ni brisa ni trigo ni besos. A Juamba le mataron los cazadores de ciervos. Zacarías e Isabel se derrumbaron, palacios viejos, en ruinas sus corazones de padres de un muerto. Padres de un muerto. Cómo entiendo ahora, tan sola, su dolor sólido, su dolor sin agujeros. Manuel se volvió loco. Le habían saqueado hasta el último céntimo de su amigo. De su compañero. Habían matado a un hombre. A un hombre. Para Manuel fue el primer muerto. Simplemente no podía entenderlo. José había muerto porque era su padre. Como nacen los ríos. José Puente. Porque era carpintero. Había vuelto a la madera a su debido tiempo. Pero lo de Juamba era distinto. Lo habían apagado. Lo habían desnacido en pleno celo. No podía ser. No podía entenderlo. Se volvió loco en las venas. De pena. Dejó de leer. Durante, yo no sé, más de cinco semanas no comió casi nada. Agua. Sólo bebía agua. La comía. Comía agua llorando. A dentelladas secas y calientes. Yo le llevaba pan y vino y queso y leche con canela y buñuelitos de viento y todo lo rechazaba y devolvía los platillos íntegros. Se quedó en los huesos. Deliraba esquelético. También rechazó a los médicos como si llevaran el diablo dentro. Yo no me apartaba de su lado. En verdad, en toda su vida nunca me aparté de su zona eléctrica. Yo no sé. Estuvo cuarenta días enfermo. Menguando. Un día me llamó quedo y balbuceó tres palabras. Madre. Cada. Hombre. Tal vez también ensayara la palabra palabra. Ya no me acuerdo. Y se quedó dormido. Poco a poco fue recuperándose. Comía y empezó a leer. Engordó un poquito y se dejó el pelo largo como un cantante. Sí. Como un cantante. A mí no me gustaba porque, además, Manuel cantaba muy mal. Yo no le comprendía. Pero le guardaba todo entero, como un pañuelito de hierbas, en mi corazón.

De '...Según María".

martes, 19 de junio de 2012

Soneto despacio a un inmigrante negro

Como una mano rota está temblando

como sólo un hombre puede hacerlo:

tiritando desde el norte hasta los tuétanos,

temblando el alma, el amor temblando.


Tirita tanto que tirita cuando

está dormido y cuando está despierto,

le tiritan los ojos y el invierno,

metros de piel le siguen tiritando.



Tirita porque no tiene la palabra,

porque lleva descalzas las respuestas,

porque a sus manos una lágrima se asoma



más grande aún que el hambre de su cara,

más grande que el tamaño de su pena,

más grande que el color de su persona.



De "Sonetos Despacio"

sábado, 16 de junio de 2012

Intentad que vuestra palabra sea honesta

Intentad que vuestra palabra sea honesta, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos. Limpia. Una palabra honesta no tiene por qué ser cierta. Pero ha de ser insobornable. Ha de permanecer insobornada. Limpieza es decir lo que se piensa. Satisfacer al príncipe con la palabra es traicionarla. Mercadear. La lisonja es la palabra confortable. Lucrativa. La palabra limada de sus aristas. La palabra honesta es afilada. Acongoja cielo y tierra con su lanza. Anuncia. Denuncia. Incordia al malo. Es el bálsamo del herido. La palabra. Haced palabra vuestra carne. No olvidéis que también la mentira es palabra. Que la palabra en bocas deshonestas es mentira. La palabra mentirosa es el disfraz frecuente de la trampa. Trampas atractivas. Seductoras. Palabras ornamentales. Embaucadoras mayúsculas. Huid de las palabras llenas de majestad y de excelencia. Majestad. Excelencia. Para mí, estas palabras son un insulto. Juegan al escondite de una inmensa injusticia. Honestamente yo no podría ser un rey. No conozco ninguna excelencia limpia. ¿Es posible hallar bondad en tales palabras? ¿Es posible ser bueno en un palacio? En un palacio sólo es posible ser ciego. No querer ver lo que hay fuera. Si una majestad, si una excelencia viera lo que hay extramuros no podría soportarlo. No es posible hablar a dios en un palacio. Por mucho que su nombre invoquen, la palabra de dios, honesta y limpia, no entra. “El rezo de los ricos, con la barriga bien llena y las carnes bien abrigadas, no vale..., por Dios vivo, que no vale”, clama el Galdós más pleno de misericordia. No entra el Cristo en los palacios, por más que éstos se cubran de espurias cruces de marfil y plata. ¿Es compatible ser poderoso y ser bueno? Decid siempre lo que pensáis. Insobornables. La palabra. No la palabra trampa. Sino la honesta y limpia. “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor”, decía Jesús de Nazaret. La autoridad ha de ser diaconía. Servicio. No arrogancia. Vanidad. Interés. Hurto. No conozco ninguna majestad, ninguna excelencia limpia. “Nadie puede reinar inocentemente”, advirtió el controvertido, guillotinado, Saint-Just.

De "Lázaro Valbuena"

jueves, 14 de junio de 2012

Lo que hoy te quiero decir

Lo que hoy te quiero decir siempre te lo estoy diciendo lo que hoy te quiero decir no cabe en verbos perfectos no cabe en claustros ni en el vino lo que hoy te quiero decir siempre te lo estoy diciendo te lo dicen nuestros dedos nuestros atrevidos dedos tus noes siempre esqueléticos aquel sí que mide el tiempo las caricias como ejércitos las posturas clandestinas a hurtadillas del invierno las mentiras familiares los trapicheos sin cuento los mejores restaurantes y los peores (por cierto) las criptas santanderinas las propinas del silencio el sudor con que vestimos por completo los jadeos los hoteles repetidos siempre nuevos las playas la piscina la hípica el cemento lo que hoy te quiero decir te lo dicen las ciudades medievales y los pueblos las cuevas los monasterios los erizos de mar en condimento don antonio la tramontana los aeropuertos los pinchazos oportunos los abanicos de viento la memoria los proyectos cómo no: nuestro pañuelo las fuentes iluminadas los desayunos por supuesto las aceitunas rellenas el marisco sebastián los andaluces aquellos tu manera de nadar los helados que te gustan mis sabores predilectos las lágrimas y sobre todo su olor a verdadero el cheque de un millón y medio mis tropezones fingidos mis chistes viejos la gallega sin remedio los médicos de mujeres los farmacéuticos ah por dios se me olvidaba: el teléfono el veinticinco de enero mi perra tus bailarinas el rojo y el negro el descenso de bellver sus recovecos los apuros tan divertidos en los asientos traseros lo que hoy te quiero decir siempre te lo estoy diciendo

De "Ni en los vientos. Ni en los mapas".

lunes, 11 de junio de 2012

Estilo Epistolar

Querido hijo:
Ahora que tienes un tercio de mi edad y, quizá, el doble de lo que me falte quiero pedirte que te calces mis gafas y mires conmigo la distorsión de la vida. Con mis gafas pareces mayor. Casi tan lejos como yo. Yo, sin ellas, veo borrosas hasta las gafas que llevas puestas que, por cierto, me parecen muy similares a las mías.
¿Recuerdas, hijo, dónde he dejado yo mis antiparras? A mi edad se olvidan las cosas. Y las gafas también. Y sin mis gafas, hijo, no veo bien. Claro. No veo claro. Incluso a ti, que tienes una figura atlética, un corazón nítido, una cara nueva, te veo borroso. Es más. Te veo con gafas. Y yo no sabía que usaras gafas. Aún más, aunque apenas las distingo, me suenan mucho. ¿No estarás jugando, tomándome el viento, y me las habrás cogido a hurtadillas y te las habrás puesto? Así, como jugando. Conmigo. Tu viejo. Jugando…

De "Curso de Gramática"

viernes, 8 de junio de 2012

Mi queridísimo pantalón

Mi queridísimo pantalón:

Voy a escribirte hoy el capricho de tu vuelo. Acogedor pantalón, tibio guante postinero, cada vez que descalzado de ti intento ahorcarte en la cárcel del ropero, mi antojadizo pantalón titiritero, te escurres de la percha y tocas suelo y parece como si quisieras -automóvil- emanciparte. Semoviente. Soltero. En airoso vuelo de franela resbalas y, cada vez, por un momento, el esqueleto de tu raya te sostiene en pie, erguido, tenso, como balbuciendo un paso. El primero. Inmediatamente, claro, te derrumbas en el pozo del armario y te pliegas y te contraes y te achatas como un acordeón muerto. Como un pantalón muerto. Como un hombre muerto.

Mi queridísimo pantalón libertario y tesonero, pantalón reincidente, intentadizo, pantalón vitalista y volandero, siempremente derrotado, prisionero, mi pantalón viejo, para ti estos versos contritos de tu descomunal alcaide.

De "Cartas a mis cosas"

sábado, 2 de junio de 2012

Lanzarote, Semana Santa 2012

Es la noche. Ella y yo. Y la isla. El mar no se ve. El mar y la tierra se presienten. Ella y yo paseamos por el litoral. Ella y yo somos todo compañía. Aislados. Litoralizados. Nuestras palabras se han agarrado de las manos. El amor se pasea por el litoral. La isla presentida. Es la noche.

La Geria, Lanzarote
(Fotografía Gorka Zumeta)
De repente, al amor de nuestro amor, se convoca la luna. Primero, un resplandor se anuncia en lo que debe ser el horizonte. El horizonte tampoco se ve. El resplandor lo intuye. Después, como una flecha de fuego, se asoma quemando un arco de luna. Es la noche. El mar y la isla empiezan a entreverse. Ella y yo paseamos el prodigio. La luna se sube y se ennaranja. Redonda. Flotante. Rumbosa. Rampante.

La noche se abrasa. La isla se hace luz manifiesta. El mar y la tierra luminosamente se ostentan. Todo se ve. También el amor es evidente. Ella y yo, agarrados de nuestras palabras, paseamos por el litoral llameante. Ella y yo. Lunamente.


En el barco todos vamos sonrientes. Navegamos desde una isla. Hasta otra. Hasta otra isla. Como si navegáramos la travesía de la vida. Todos estamos exultantes. En el barco. El sol nos broncea. Mientras navegamos, inconscientemente, el sol nos quema. El mar bambolea el barco. Los pasajeros, inocentemente felices, jalean cada bravío vaivén. El mar nos lleva. Nos aturde. Nos marea.

Parque Nacional de Timanfaya, Lanzarote
(Fotografía Gorka Zumeta)

En el barco todos navegamos contentísimos. Un adolescente militarmente rubio se apoya en el hombro de su madre. Su madre entiende de inmediato. Los dedos maternales se resuelven pronto en cuidados. Se demoran en la cabellera. Juegan en la nuca del hijo. Hacen de la espalda del chiquillo un blando tambor.


Todos en el barco les miramos. Todos bronceados. Zarandeados. Inconscientemente miramos cómo el amor navega, quemándose entre vaivenes, desde una isla hasta otra isla.

El hotel está lleno. Se hospeda una abigarrada galería de extranjeros. La pareja que ha adoptado a la niña que vive en su sillita de ruedas. La esposa que acerca, todos los días, las viandas del bufete a su marido ciego. La mamá escandinavamente alta que trata con ternura al adolescente fiero. Hay una abuela que, también cada día, se ríe con sus dos nietos chamuscados, obviamente sobrevivientes de un incendio. Una pareja muy joven alardea de su amor primero. Un hermano interminable y flacucho lleva de la mano, rescatado, al llorica pequeño...


El hotel está lleno. Una abigarrada galería de extranjeros. Pero, pienso, aunque no entienda sus idiomas, aunque sus tipos sean tan diversos, en verdad no me resultan extraños. Todos quieren. Todos saben querer. Todos son iguales en eso.


El hotel está lleno. Hombres y mujeres y niños y enfermos. Pienso. Pienso que, para mí, sólo el que no ama, el que no sabe amar, ése es mi extranjero.

Fundación César Manrique, Lanzarote
(Fotografía Gorka Zumeta)
Sentado esta mañana en una terraza del paseo marítimo se ha producido un curioso efecto óptico. Se me ha producido. Yo observaba. Como poeta, como hombre, me encanta observar. Lo necesito. Observaba el pretil. Era un murete bajo. De piedra volcánica mampuesta. De repente el pretil se interrumpía. Probablemente para dar acceso a la playa. La interrupción formaba como un cuadro. Como un cuadrángulo que enmarcaba la arena, primero; el mar, después; y, finalmente, el cielo. Lo sorprendente era que entre el agua ondulante y el espacio aéreo no se perfilaba el horizonte. No sé por qué curioso efecto óptico no se dibujaba la línea del horizonte. Sin solución de continuidad mar y cielo en un infinito perfecto. Súbitamente has irrumpido. No sé de dónde, has penetrado en el cuadro perfecto, infinito, haciéndolo, claro, aún más bello. Y, lo he comprendido, eras el horizonte que faltaba. No un horizonte horizontal. Tu interminable vertical de belleza plena ha perfilado, ha dibujado la línea que une el infinito mar y el infinito cielo. Hacia arriba.

Esta mañana se ha producido, se me ha producido un curioso afecto óptimo.