domingo, 7 de julio de 2024

Colliure 2024

El poeta Juan de la Cruz recitando ante la tumba de Machado en Colliure (Francia)
Desde que su muerte penetró mi vida viajar a la Colliure de Antonio Machado se elevó en mí como una deuda. La peregrinación consumadora de este mes de mayo me provocó ansiedad. Ansiedad que era gozo.

Ingresar en el cementerio - tímido, solitario, gris y morado - ahondó mi síntoma. Localizar inmediatamente, casi focalizar la tumba, me quemó. Sin posibilidad de agua. Quemadura que era gozo.

Regalarle al poeta versos y castañas y lágrimas muy mesuradas, y ser regalado por él tercamente permanecido en el otro costado, me produjeron interior tiemblo. Temblor que era gozo.

La Colliure turística y cosmopolita, la bella Colliure de espaldas a la Poesía, la Colliure fiel, a pesar de todo, engendró en mí tristeza, tristeza que es amor.

domingo, 26 de mayo de 2024

“Pasan, si quieren pasar”

Libros en el aula (Fotografía Pexels)

Antes que nada quiero pediros perdón por el portazo del otro día. Os confieso que, desde mi desasosiego y confusión, no fui consciente de cometerlo. También quiero pediros perdón por no haberme dado cuenta, esa infausta mañana, de vuestro miedo, de vuestro miedo natural, de vuestro miedo que, exactamente, era lo que perseguían. Desde el miedo paralizante es difícil reaccionar.

Me parece que la huelga estaba justificada. Concuerdo con la reivindicación de dignidad laboral y salario justo para muchos profesores jóvenes de la Universidad del País Vasco. Ahora bien: los diez energúmenos que irrumpieron en nuestra clase no eran profesores, no pueden serlo, nunca podrán serlo. Reventar la puerta, interrumpir violentamente la lección de un colega, gritar consignas y exhibir pancartas, amedrentaros a vosotros y a mí, acorralarme, prostituir la palabra en bruta fuerza, vencer, no convencer, son actitudes propias de matones, no de académicos. Lo que os enseñaron fue lo implacable de la violencia, la prepotencia de la palabra coercitiva, la imposición del silencio de goma oscura.

Perpetraron un pequeño, pero gravísimo, acto de terror. Infundieron miedo de fina arena. Bajo el pretexto de la huelga atacaron la ciudad de los gitanos. Otra vez.

Ante aquellos diez fornidos chulos me sentí, porque lo estuve, desamparado. Y fracasado. Y viejo. Y diminuto. Y jondamente frágil.

Os confieso, también, que soy un llorón. Lloro por aquéllos a los que quiero. Lloro por aquéllos que me quieren. Lloro por el caballo malherido. Lloro por la bailarina sin caderas. Desde mi corazón vulnerado quiero agradecer la infinidad de visitas y llamadas telefónicas de docentes de la Facultad y miembros del Decanato. Pero, sobre todo, sobre todos, quiero agradeceros el hecho innegable de vuestra asistencia a clase en una jornada que se preveía peligrosa. Quiero agradeceros vuestra presencia posterior en mi despacho, gota a gota, hasta colmar un mar que me bañó de alegre pena, no de pena negra. Quiero agradeceros vuestras lágrimas, que no merezco, que lamento - hasta el vértigo - haber causado.

Os anuncio que no voy a abandonaros. Que de ninguna manera ramera voy a abandonar esta clase. Ni puedo. Ni quiero. Ni os voy a traicionar. No sólo os necesito porque no sería profesor sin vosotros, sino porque me habéis ganado el corazón. Lo habéis penetrado. Y me gusta teneros. Ahí. Os anuncio también que retomamos a Lorca. Que no vamos a permitir que acallen a Federico. Otra vez. Os anuncio que, tal vez, su fuego haya incendiado esta aula. Mira, aquí está. Os anuncio que, tal vez, Federico no sólo repose en Víznar sino que su duende trasparente está jugando. Mira. Aquí.

                                                                                                                   Facultad de Letras, UPV/EHU

                                                                                                                    Vitoria, 11 de marzo de 2024

PoesíApp: El viento

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En una larga vida -la vida siempre es cicatera- puede ocurrir. Ayer pasó. Me quedó. El viento. Sí. Ya sé. Sé que el viento se escucha. Se mide. Toca. Me tocó. Vaya si me oprimió. Pero no se ve. El viento no se ve. Al menos, yo, no lo vi. Ayer me pasó. Invisible. Racheado. Omnipotente, el viento me detuvo, me arredró, me humilló. Tras una larga vida. Ayer. Ocurrió.

PoesíApp: El Psoeta

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Necesariamente, el psiquiatra está tocado del ala. Sufre de ala quebrada; puede volar, claro, pero vuela mal, en constante riesgo de caída. El psiquiatra, necesariamente, claro, también, está loco; sólo un loco puede atender, puede entender a otro loco. Pero su locura es aérea: le seduce a volar. Aunque a volar mal. Siempre cayendo.

El poeta es el otro costado del psiquiatra. El psoeta. El psoeta, necesariamente, está tocado del alma. Sabe, sólo, volar. Volar solo. Pero no sabe caer. Ésa es la gran diferencia. Cuando el psoeta cae, necesariamente, muere.

domingo, 12 de mayo de 2024

PoesíApp: Ella

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Afortunadamente, algunas veces las gramáticas se equivocan. En muchos de mis viajes a américas angloparlantes mis amigos nativos, queriendo resultarme simpáticos, han recurrido al español y, en su errar castellano, han perpetrado imposibles idiomáticos. Así, por ejemplo, me resulta fácil recordar a conspicuos neoyorquinos diciéndome que tal obra era "muy preciosa". En verdad, preciosa es un adjetivo superlativo en sí mismo y acepta mal, por tanto, el énfasis de muy. Está claro.

Sin embargo -y este sin embargo es el más hondo que yo jamás haya poetizado-, sin embargo, digo, hace unos días la conocí. A ella. Ella. Cuya rosa... En fin. Ella. No preciosa. No. Algunas veces las gramáticas se equivocan. Ella. Muy preciosa.

PoesíaApp: Pena fraterna

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Mientras los hermanos mayores envejecemos los hermanos menores, tal vez, crecen. Tal vez. El otro día, en una cualquiera reunión de queridos, hablando yo -siempre hablo de lo mismo- de mi fracaso, en un momento dado -cemento armado-, hablando más fracasado que nunca, rompí a llorar. Todos mis queridos presentes paralizaron. Se paralizaron. Sólo mi hermano pequeño, crecido y viejo, se me acercó. Me tomó. Y levantó mi pena.

PoesíApp: Ojo mudo

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Desde la adolescencia practico una táctica falible. Cierro el ojo derecho o cierro el ojo izquierdo. Mientras me paseo por la vida, en cuanto atisbo fealdad a diestra o a siniestra cierro el ojo correspondiente. Así no la veo. Esta mi técnica de socorro y auxilio me ha permitido, mientras paseo la vida, sobrevivir. Me ha ocultado excrementos, ruinas, mutilaciones, lisiados, infiernos. Desde la dolorescencia, eso sí, mientras me paseo por la vida, falible y tuerto, ni un solo minuto he dejado de estar vigilado por la muerte, binocular.

PoesíApp: Certezas imposibles

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Yo quisiera que Él no se enojara. Que Él comprendiera. Me comprendiera. Si Él con seguridad roja existiera, si, por ende, más allá hubiera -azul certeza- otra ría, otra playa, otra marea, entonces me gustaría que Él me comprendiera. Que Él comprendiera que en aquella otra mar definitiva, eternamente fiera, deseara yo no contemplarle, ni temerle, ni adorarle, a Él, sino reconocerla y reamarla y disolvérmela, a Ella, fieramente eterna, ya. Ella.

PoesíApp: Vestigios de adolescente

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En la adolescencia no se es. Se está. Se malestá. Yo, para paliar tanta incomodidad, antes de la ducha de todos los viernes -sólo de los viernes-, desnudo ante el espejo de muerto entero, la mano ejerciendo de micrófono, solía cantar a voz en grito tonadas famosas de los setenta. Eso sí: Con la letra trastocada, incierta, mal improvisada. Desnudo, reflejando muerte, constituía yo mi único auditorio mientras clamaba una lírica ligera e inventada. Ahora, muy lejos de aquella pubertad -no estoy en la adolescencia, claro, pero soy...-; ahora, digo, no sólo los viernes, desnudo, duchándome, sino todos los días, encorbatado pero muerto, digo poesía al espejo de la vida, poesía sesuda, con letra aprendida, poesía mía, y me permanezco. Me permanezco único miembro de mi auditorio, único miembro de mi fracaso, de mi tonada hambrienta.

Poesíapp: Encorbatarse

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Muy de mañana, mientras me encorbataba... Sobre la mesilla, entre bagatelas, reposa un crucificado. Un tímido crucificado de plata soportado por una lasca de amatista. Mientras me encorbataba con destreza la estatuilla ha resucitado. Otra vez. Ha renunciado a su ser metálico, precioso, y se ha encarnado, otra vez. Además, se ha acrecido hasta dimensión humana. Imponente. Llenaba el dormitorio, ahora, pleno de hombre. Extasiado, yo, he cesado las circunvoluciones del adminículo sedoso. Y miraba. Sólo miraba. Sin atreverme a tocar. Ni a hablar, siquiera. Tampoco Él me ha dicho. Nada. No ha dicho nada. Me ha clavado una ojeada de pena, de tanta, tanta pena... Y, súbito, se ha empequeñecido y se ha resuelto en plata. Otra vez. Y se ha involucrado en la amatista. Crucificado. Otra vez. Eternamente crucificado.