Me reía. Escuchaba por la radio a un nutricionista. Así se decía el petulante. Nutricionista. Sabrá el pobre diablo lo que precisa la condición humana para nutrirse. Nada menos. Me reía, yo. Él, muy, muy arrogante, insistía hasta el amargor en que el azúcar es perniciosa. Yo me reía, mísero. Sabio. Hace años, muchos, que no he probado, que me rehúye el dulzor.
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