sábado, 29 de junio de 2013

Su primer sueldo

Su primer sueldo. Bien sujeto. Lo llevaba bien agarrado en el bolsillo. Unos cuantos billetes grandes. Iba contándose el cuento de la lechera. Y le voy a regalar tal cosa a fulanita. Y tal otra a menganito. Y les voy a invitar a mis padres… Y me voy a comprar… Llevaba prisioneros los billetes en el bolsillo. Su primer sueldo. No lo sabía. Pero pronto se tendría que bajar los pantalones. Y los perdería. Los pantalones. Digo…

De "Teoría de Fragmentos"

domingo, 23 de junio de 2013

Zaratán

Un cangrejo en el pecho. Como un zaratán, un cangrejo en mi pecho. En mi pecho, que se ha quedado sin mujer. Hay un zaratán en mis pechos de hombre. Desde la poesía le he pedido a ella que vuelva. Pero ella, ya, no me lee. Soy, exactamente, de la sangre con que se ha ido. No me puedo creer. No puedo creerme. No puede ser -y todo cabe en estas palabras- que ya no me cuide. Que ya no la proteja con el beso. Es imposible -todo cabe- que yo ya no quepa en su amor. Me reconozco tierramente solo sin su belleza. Como si la vida no me cumpliera. Ella y yo, ya, no soñamos el mismo vuelo. Ya, no volamos al mismo fuego. Ya, no ardemos el mismo sueño. Ya no es ella mi profesión. ¿Cuántas rosas había en el dorsal de nuestro dos? A nuestros secretos, como a nuestras estrellas, les sobraban los números.

Como un zaratán, un cangrejo en mi pecho. En mi pecho, el tumor del vacío.

22 - 5 - 13

 

domingo, 16 de junio de 2013

Tratamiento

El médico me ha dicho que tengo que tomar la pastilla durante años. La droga contra la postración. Porque me va a durar kilómetros. Me ha dicho que una célula de pena, como una bacteria, como una flecha, se ha clavado en la libélula de mi amor. Me ha dicho, también, que las plumas de la paloma de mi esperanza han perdido las alas. Ya no podrás volar. Ha concluido.
 
El médico me ha recetado la pastilla, crónica, para todos los kilómetros de la soledad. Yo no confío en que la píldora sea suficiente piedad para mi horizonte. Lenitivo bastante para la SUMMA de mi dolor. Creo -me creo- que, a pesar del tratamiento, lo inevitable es ser espina en corona de pasión…
 
A pesar del tratamiento, ahora, si miro al cielo, es para estrellarme. De entre toda la rabia de todos los miserables de la vía láctea la mía es más. 
 
29 - 5 - 13

sábado, 8 de junio de 2013

Perro Viejo

Está esperando. Fumando el tiempo despaciosamente está esperando. Fumándose despacio el tiempo. En el límite del parque. De vez en cuando, entre las vaharadas de su propio humo, mira hacia atrás. Tranquilo, mira hacia atrás. Y, allá lejos, está él. El perro viejo. Que avanza sin avanzar, derrengando cada paso, los ojos cansados, la melena cansada, exhausta la vida. A través de las cataratas columbra a su amo fiel. Que le espera fumando. Como siempre. Como siempre le espera. Y el perro viejo hasta ensaya menear la cola.

Yo, perro viejo también, observo envidioso tanta mutua lealtad. De repente, en súbito susto, miro tras de mí y, claro, no veo a nadie enamoradamente esperando.

17 - 5 - 13

sábado, 1 de junio de 2013

Sastrerías


Me encantan las sastrerías. Puesto que mi cuerpo es alma las sastrerías son el refugio idóneo para mi fragilidad. Elijo la tela que me va a acorazar. El sastre toma medidas. Me toma medidas. Como si yo fuera un campo. Geometría. Y, finalmente,  por mor de las manos demiúrgicas, un anónimo retal cualquiera se resuelve en mi narcótico disfraz.
 
Me encantan las viejas sastrerías. Todas de madre madera. Sus baldas de nogal. La filigrana del hilo de naranjo. Las viejas sastrerías acogedoras. Cobijadoras.  Mentirosas. Me encantan. Me encanta, sobre todo, su olor. Ese olor plateado a tijerazas caricaturescas. Ese olor azul de los tejidos obscenamente dispuestos, expuestos.
 
Ese olor adictivo de las viejas sastrerías me recuerda inevitablemente a mi padre. Me evoca aquella vez, tendría yo nueve o diez años, en que lo acompañé a una prueba. Le estaban cosiendo otro traje nuevo. El maestro costurero nos esperaba reverente. Nos pasó a un elegante vestidor. Tan grande. Allí mi padre y yo nos quedamos a solas con el fascinante terno. Y entonces se me abrió la sorpresa. Me volaron los ojos. Para probarse el nuevo, claro, mi padre hubo de despojarse del impecable conjunto diplomático que llevaba puesto. Fuera la chaqueta. El chaleco fuera. Yo miraba atónito. Descubriendo. Abajo también los pantalones con su raya exacta, vertical. Don Padre casi en cueros. Desnudo de su armadura. Y, así, puro hombre, era igual que yo. Igual que yo…
 
Ahora, todavía, me siguen gustando las sastrerías. Las pocas viejas sastrerías que resisten. Pero, ahora, sin padre y sin amor, cuando me desvisto, pobre, sin amor, en sus probadores, ya no soy igual que era mi padre. Hombre puro. Ya no soy, siquiera, igual que era yo. Ahora, solo, maniquí. Muñeco surreal.
26 - 5 - 13