viernes, 25 de junio de 2021

PoesíApp: Relojes venerables

Desplegados por mi casa varios siglos de relojes antiguos. Ninguno funciona. O quizá sí. Quizá funcionen todos. Por algún capricho cronométrico marcan, unánimes, la misma rosa. No sé. Las siete, pongamos por amenaza. Iluso, a veces me convenzo de que me demoro en esas siete en punta eterna. Perspicaz, me sorprendo de cuánta pena cabe en una puñetera hora insoportablemente dilatada.

PoesíApp: El dulzor del nutricionista

Me reía. Escuchaba por la radio a un nutricionista. Así se decía el petulante. Nutricionista. Sabrá el pobre diablo lo que precisa la condición humana para nutrirse. Nada menos. Me reía, yo. Él, muy, muy arrogante, insistía hasta el amargor en que el azúcar es perniciosa. Yo me reía, mísero. Sabio. Hace años, muchos, que no he probado, que me rehúye el dulzor.

PoesíApp: El tranvía

Me acuciaba. Lo había apetecido mucho tiento. Ayer por fin me colmé. El tranvía. De siempre me había fascinado el tranvía. Y su metáfora. Ayer por fin me satisfice. Lo hice. Me apeé una parada antes de lo que debiera. Y cumplí el envite. Desafiar al semoviente eléctrico. Retarlo desde fuera. Desde su fuera. Por supuesto corría más que yo. Cualquiera corre más que yo. Pero, altanero, yo lo perseguía, jadeante mi alma, sin humillación. La máquina se mantenía fiel a sus raíles. Yo, paralelo, me mantenía constante en su parangón. Ni él podía abandonar su vía ni yo quería traicionar la mía. Nuestra vida. Me ganaba. Claro. Acentuaba la distancia. Poderoso. Artefacto. Estrépito.

Modesta. Humanamente me empeñaba yo en el desafío. El tranvía llegó primero a su última parada. Exhausto, perdedor, tesonero, arribé después, muerto. De cansancio. De ajetreo. Casi muerto. De molimiento. Pero cuál no fue mi indemnización, mi regodeo, al prolongar mi carrera -exhausto, casi muerto- más allá de su estación término.

PoesíApp: Azulete

De seguro ya no será. Han transcurrido tantos años insolentes, reicidas, como para que ya no sea... En mi infancia, para zarquear la colada blanca, mi madre y la tata lo usaban. Azulete. Una suerte de polvillos iris que matizaban la albura de sábanas y toallas y manteles mancillados en el fragor de la mesa. El azulete eleganteaba el blanco pulcro con una süave nota de cielo. Azul ascendente y tenue.

De seguro ya no será. El azulete. Ya no será. Ya me gustaría que fueran hoy en día unos polvillos a cuyo sortilegio yo mismo me azulara, tenue y ascendente. Y pudiera, elegante y zarco, volar.