El
lugar era feo. El tramo final, sin salida, de la escalera. A ninguna parte.
Habíamos subido, ella y yo, clandestinos, sin saber adónde. Habíamos subido
disfrutando cada escalón. Cogidos de la mano. Subiendo el corazón en cada
peldaño. Jadeando cada beso. Habíamos llegado. Arriba. El lugar era feo. Un
descansillo ciego. Sucio. Una escombrera perdida que embellecimos labio a
labio. Como un palacio abandonado.
“De Teoría de Fragmentos”.
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