Un poema escrito ex profeso para celebrar
el Día Mundial de la Radio, instituido por la Unesco
el 13 de febrero de 2018
Me pones. Y entonces ocupo un lugar
en tu vida. En la historia. Me quitas. Y entonces me matas. Me enciendes. Y
entonces soy yo la que me pongo de fuego. Me apagas. Y entonces se extingue mi
incendio. Soy tu marioneta fría. Tu caliente muñeco. Soy tuya. Tú me creas y me
destruyes.
Soy casi omnisciente. Lo sé casi
todo. Digo mucho. Callo por discreción. Puedo mentir. Pero entonces chirrío y
no me crees. Prefiero acompañar. Acompañarte. Contar. Denunciar. Tengo la voz.
La palabra me sustancia. La palabra resuelta en ondas. Invisible, soy sonido
puro. Pura dicción. Adicción pura. Lenguaje no más. Agudeza que pincha. Ingenio
que escuece. Soy canto. Ironía. Y llueve.
Soy ubicua. De cadera simultánea, mi
emisión sube a los palacios y baja a las cabañas, se hunde en la tierra y
naufraga en el bar, vuela en aerostato y bucea por la belleza, asciende al
infinito y desciende a los límites infiernos. Ubicua soy. Mi emisión penetra
simultáneamente toda la carne que escucha.
Soy la heredera de la tradición
oral. La heredera del juglar. La heredera también del poeta que escribe sus
besos. Su muerte. Soy radio porque soy poeta. Porque soy clásica y romántica.
Porque soy realista e ideal. Porque trivializo. Y porque sondeo. Soy la radio.
Porque a veces hay sol. Y llueve.
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