Antoni Shkraba (Pexels) |
La poeta se contaba en versos. La poeta me contaba. No hay, claro, agua de particular, nada de agua, en que una poeta se diga en versos. Pero... Pero sí hay cisterna -y muy nata- si el agua de esos versos es de leche condensada. La poeta se decía, me decía, recordaba que, cuando era una bebé, su madre y los médicos y los profesores de hidrografía la desahuciaron. La bebé poeta no comía. La poeta niña, niñísima, nadie sabía por qué, no comía, rechazaba la leche materna y los científicos brebajes y los polvos mágicos e, incluso, las galletas de luna. La poeta bebé se consumía, se derrochaba a sí misma hasta el acabamiento. Su madre, sapiente inmensa a fuerza de pena, probó con leche condensada. No era fácil el fluir de la textura por el cielo del tete, pero la madre, calmosa inmensa a fuerza de venas, lo logró. Logró que la bebé inmensamente poeta succionara y succionara, deleitosa, aquella leche intensa...
Y, claro, clara, la poeta sobrevivió. Y se crió. Y creció sin límite acechante. Y me contaba, ayer, ahora ya mujer completa, inmensa mujer poeta, me contaba en versos -cómo no- dulces, espesos y cándidos, se contaba, me contaba, recordaba, lacrimosa, la pugna deliciosa de su madre y la deliciosa resistencia de la niña poeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario