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Está esperando. Fumando el tiempo despaciosamente está esperando. Fumándose despacio el tiempo. En el límite del parque. De vez en cuando, entre las vaharadas de su propio humo, mira hacia atrás. Tranquilo, mira hacia atrás. Y, allá lejos, está él. El perro viejo. Que avanza sin avanzar, derrengando cada paso, los ojos cansados, la melena cansada, exhausta la vida. A través de las cataratas columbra a su amo fiel. Que le espera fumando. Como siempre. Como siempre le espera. Y el perro viejo hasta ensaya menear la cola.
Yo, perro viejo también, observo envidioso tanta mutua lealtad. De repente, en súbito susto, miro tras de mí y, claro, no veo a nadie enamoradamente esperando.
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