Katya Wolf (Pexels) |
Concebidos desde el poder para sujetar al caballo o al soldado -para el poder, un caballo y un soldado no son calidades, pero sí cantidades semejantes-, los arneses, en manos maternales, devienen en atención y primor.
Así, cuando yo era padre de un bebé lo transportaba colgado de mí, embarazado de él, mediante un artilugio arnesiano que lograba que el niño fuera a su ser, regalándome su espalda y asomando al mundo en apoteosis de curiosidad.
Y otro caso. Cuando yo cumplía el servicio militar prostituía el uso de la mochila de campaña y su arnés. En lugar de cargarla de bombas y de tanques y de metralla, la atiborraba de poemas y de granadas -rojísimas, jugosas- y de crepúsculos en azul.
En fin. Que no cabe duda. Que la verdad es compleja. Que, a veces, el hombre, el poeta sobre el lodo, es capaz de transgredir.
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