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No los conocí nunca. Tal vez, sin embargo, los he reconocido siempre. La esencia, el miedo. Ya su nombre -abejas, música y candidez- era un verso. Un hexasílabo íntegro. Un cuadrado perfecto. Se llamaban Melitón y Albina como se podrían haber llamado libélula y vuelo. Su vida: hambre, orinales, ovejas y, por fin, dinero. Él, pastor büeno. Ella, pobre eterno. Ambos olían, siempre olieron, a lechuga, a tomate y a heno. Por fin, con su dinero -limpio, misérrimo-, compraron el cielo...
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