En verdad te digo, señor, señor frío, que me afliges. Me aflige que no conozcas al hombre. Que nunca hayas descendido hasta su barro para cortar las azucenas. Que te permanezcas en un escarpado paraíso, en tu torre de marfil inabordable y hueca. Por cierto, tienes que saber que ningún hombre desea vivir en un paraíso. En tu paraíso. Los hombres, vivos o muertos, deseamos pugnar en una realidad abajada, flaca, en una tierra donde podamos estrellarnos, en una estrella donde poder enterrarnos. Yo, que lo sepas, odio los paraísos. Tu paraíso. Los artificios imposibles e ilusos donde el hombre, el hombre auténtico, el de carne y hueso, el de sangre y fuego, no cabe. En verdad te digo, señor, que me afliges. Tu eterna equivocación. Tu soberbia eterna. Tu ignorancia desdeñosa y áspera. Y por eso, señor frío, cuando yo vivía, y ahora con fervor de muerto, tengo piedad de ti. Te tengo piedad. Te conmisero. Es decir: intento traer tus miserias a mi corazón. Te compadezco. Es decir: intento padecer la pobreza de tu púrpura en mí. Contigo. En verdad te digo, señor, que me afliges. Que me apiado de ti. Pero también te digo, señor, señor frío, que estoy harto. Que me tienes harto. Que estoy harto de ti.
De "Réquiem"
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