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Es curioso. Cómo es la herida. En estos momentos debiera estar muerto. No sé. Tras un accidente doméstico ridículo, necesariamente letal. Ayer. Hoy, sin embargo -embargado, aún, de insuperable, ocre miedo-; hoy, digo, ha resultado un día vital, luminoso. Insuperable. Qué curioso. Lo que es la herida. Hoy, mientras vivía, resurrecto, me han abordado, a pie de calle, en faena separada y consecutiva, dos muchachillos. Chavalitos haciéndose, de entre once, doce años. El primero me ha ofrecido, desde la ternura de su ignota fragilidad, no sé qué boletos para no sé qué fin de curso. A un precio hermosamente mínimo. Inerme, he recurrido a un billete largo y le he comprado una astronomía de papeletas. Y el chiquillo, incrédulo, sonrojado. Roto de contento. El segundo muchachillo me ha asaltado por la tarde. Por no sé qué encuesta de no sé qué colegio. Y me ha preguntado, nada menos, que por mi felicidad. Mi grado de felicidad. Me ha suscitado, también, tanta ternura su ignota inocencia que, claro, en el baremo que me ofrecía le he mentido. Me he puntuado alto. Muy alto. Porque me daba tanta pena que el chavalito supiera... En fin que, ayer, casi muero y, hoy, embargado todavía, sin embargo, he regalado vida. Es curiosa. Mi herida.
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