domingo, 14 de abril de 2013

Sopa

En el supermercado. Aunque parezca mentira, en el supermercado. Colmado de tantas cosas superfluas. Allí la he encontrado. En la sección de preparados. En un sobre amarillo. Llamativo. Con fideos. Advertía la carátula. Sopa maravilla con fideos. He hecho abstracción, claro, de los dichosos hilos de pasta. Pero a lo que no me he podido substraer es a la maravilla. Así. La maravilla. Nada menos que la maravilla ofertada impúdicamente en un llamativo sobre amarillo. En el mismísimo supermercado. Entre tantas cosas superfluas. 

Huelga decir que, ansioso, me he hecho con ella. Lector empedernido, he devorado, crudas, todas las palabras publicitarias. Sobre la ostentosa carencia de conservantes y colorantes. Sobre su sanidad en grasas. Sobre la naturaleza excepcional de la exquisitez culinaria. Ávido, he engullido, también, la leyenda de los ingredientes. Y por fin lo he comprendido. Ahí radicaba la maravilla. La maravilla de las maravillas. 
Sin cuantificar, eso sí, el porcentaje, he leído extasiado que la sopa contenía potenciador del sabor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Estupefacto, una vez en casa, siguiendo con escrupulosidad las instrucciones, he cocinado la maravilla de la sopa y la he sorbido, en efecto, la he sorbido con fruición, aspirando convulsivamente, como un enfermo, su perfume.

Yo quisiera, es lo que más quisiera en este mundo, saber aderezarte, en el supermercado de mi corazón, colmado de tantas cosas, saber guisarte mi sopa maravilla, sin fideos, con potenciador del amor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Pero, ni sé yo, ya, adobártela. Ni estás tú, ya, para sorberla.


20 - 3 - 13

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