domingo, 29 de septiembre de 2013

Maña

Es difícil. Abrirlo. Si tan sólo es cuestión de fuerza para mí será imposible. Si interviniera la maña… Entonces sí. Entonces sí podría tener éxito. Soy hombre de cuidados. No de bríos. En cualquier caso, maña o fuerza, es difícil abrir el tarro. La tapadera se resiste. Insiste en no ceder. En no cederse. En no cedérseme. Lo he intentado. De hecho, lo llevo intentando no sé ya cuánto tiempo. He empleado, incluso, un artilugio mecánico de ésos. Una maravillosa palanca universal comprada al charlatán de un rastrillo. Un formidable abretodo ante el que ningún cerramiento, ante el que ningún taperujo se atreve. Pero, claro, nada. Aquí persisto forcejeando. Perdiendo.

Es difícil abrirlo. De repente se me ocurre. La idea. La idea simple. Maña pura. Romper el vacío del frasco. Procurar romper el vacío del frasco. Así, cojo de entre todos el cuchillo más puntiagudo. Con exactitud, milimétrico, lo penetro por la frontera entre el cristal y la tapa. Aprovecho el más mínimo intersticio y hundo el pico del acero hasta desflorar, muy suavemente, su hermetismo. Pop. Ya está. Roto. En efecto, roto el vacío. Abierto lo imposible. 
Es difícil abrirlo. Si yo pudiera. Ay, si yo pudiera. Pero ni hay abretodo milagroso ni navaja lo suficientemente, lo suavemente punzante, ni conozco, ya, la maña cuidadosa como para romper el vacío de su corazón.

7 - 7 - 13

 

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