Aquel profesor azul y suelo que nos enseñaba filosofía y poesía e ingeniería de vidrieras, aquel profesor azul y vuelo nos enseñaba que no importaba lo que fuera ni dónde residiera. Aquel profesor de viento y de fuego nos enseñaba que el alma estaba donde el hombre estuviera, que el alma se resolvía por el cuerpo entera, desde los pies hasta la estratosfera. Aquel profesor azul y abuelo nos enseñaba que el alma, estadía total sin detección cualquiera, nos reside no para hallar el sentido sino para soportar la simpleza.
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