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El soldado que no quiso ser soldado, que no se atrevió a no serlo, ahora, en el frente, solo, con su uniforme sin pecado -todavía sin pecado-, ha sobrepasado su vanguardia y se acerca al enemigo. De repente se ha arrepentido de su ser soldado y, no más que uniformado, en su avance topa con otro. Rival. Está herido. El soldado otro está muy herido. Genuflexo, junto a él, el que no quiso serlo rasga la pata de su pantalón cándido e improvisa un vendaje amigo. Cuidadoso -madre y hermano-, aplica el apósito al camarada adversario e intenta curarlo. Lo logrará o, tal vez, no. Pero, satisfecho o inmenso triste, sin duda, se habrá sanado a sí mismo.
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