Ayer, siempre ayer, jugué a morirme. Por ser un simulacro, por saberlo -¡ay, saber!-, por saberlo, tal vez el experimento no funcionara. Tal vez. Yo me morí. Ayer. Lo intenté. Cerré los ojos. Dimití de respirar. Clausuré los recuerdos. No escribí más nada. Nada. Ya. Así, muerto -yo lo intentaba-, comparecía en una suerte de cenestesia negativa. Todo me cesaba. Sin palabra. Sin cuidado. Sin cedros. Así, muerto -yo lo intentaba-, intenté verla. La luz. Esa dichosa luz. Pero -tal vez porque me sabía en simulacro, no funcionara- no la vi. Del otro lado. No la vi. Sí me iluminaba. La vida me iluminaba. Pero de este lado. De éste. Sólo desde este helado.
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