sábado, 16 de junio de 2012

Intentad que vuestra palabra sea honesta

Intentad que vuestra palabra sea honesta, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos. Limpia. Una palabra honesta no tiene por qué ser cierta. Pero ha de ser insobornable. Ha de permanecer insobornada. Limpieza es decir lo que se piensa. Satisfacer al príncipe con la palabra es traicionarla. Mercadear. La lisonja es la palabra confortable. Lucrativa. La palabra limada de sus aristas. La palabra honesta es afilada. Acongoja cielo y tierra con su lanza. Anuncia. Denuncia. Incordia al malo. Es el bálsamo del herido. La palabra. Haced palabra vuestra carne. No olvidéis que también la mentira es palabra. Que la palabra en bocas deshonestas es mentira. La palabra mentirosa es el disfraz frecuente de la trampa. Trampas atractivas. Seductoras. Palabras ornamentales. Embaucadoras mayúsculas. Huid de las palabras llenas de majestad y de excelencia. Majestad. Excelencia. Para mí, estas palabras son un insulto. Juegan al escondite de una inmensa injusticia. Honestamente yo no podría ser un rey. No conozco ninguna excelencia limpia. ¿Es posible hallar bondad en tales palabras? ¿Es posible ser bueno en un palacio? En un palacio sólo es posible ser ciego. No querer ver lo que hay fuera. Si una majestad, si una excelencia viera lo que hay extramuros no podría soportarlo. No es posible hablar a dios en un palacio. Por mucho que su nombre invoquen, la palabra de dios, honesta y limpia, no entra. “El rezo de los ricos, con la barriga bien llena y las carnes bien abrigadas, no vale..., por Dios vivo, que no vale”, clama el Galdós más pleno de misericordia. No entra el Cristo en los palacios, por más que éstos se cubran de espurias cruces de marfil y plata. ¿Es compatible ser poderoso y ser bueno? Decid siempre lo que pensáis. Insobornables. La palabra. No la palabra trampa. Sino la honesta y limpia. “Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor”, decía Jesús de Nazaret. La autoridad ha de ser diaconía. Servicio. No arrogancia. Vanidad. Interés. Hurto. No conozco ninguna majestad, ninguna excelencia limpia. “Nadie puede reinar inocentemente”, advirtió el controvertido, guillotinado, Saint-Just.

De "Lázaro Valbuena"

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