A Juamba le mataron los que no saben de agua ni brisa ni trigo ni besos. A Juamba le mataron los cazadores de ciervos. Zacarías e Isabel se derrumbaron, palacios viejos, en ruinas sus corazones de padres de un muerto. Padres de un muerto. Cómo entiendo ahora, tan sola, su dolor sólido, su dolor sin agujeros. Manuel se volvió loco. Le habían saqueado hasta el último céntimo de su amigo. De su compañero. Habían matado a un hombre. A un hombre. Para Manuel fue el primer muerto. Simplemente no podía entenderlo. José había muerto porque era su padre. Como nacen los ríos. José Puente. Porque era carpintero. Había vuelto a la madera a su debido tiempo. Pero lo de Juamba era distinto. Lo habían apagado. Lo habían desnacido en pleno celo. No podía ser. No podía entenderlo. Se volvió loco en las venas. De pena. Dejó de leer. Durante, yo no sé, más de cinco semanas no comió casi nada. Agua. Sólo bebía agua. La comía. Comía agua llorando. A dentelladas secas y calientes. Yo le llevaba pan y vino y queso y leche con canela y buñuelitos de viento y todo lo rechazaba y devolvía los platillos íntegros. Se quedó en los huesos. Deliraba esquelético. También rechazó a los médicos como si llevaran el diablo dentro. Yo no me apartaba de su lado. En verdad, en toda su vida nunca me aparté de su zona eléctrica. Yo no sé. Estuvo cuarenta días enfermo. Menguando. Un día me llamó quedo y balbuceó tres palabras. Madre. Cada. Hombre. Tal vez también ensayara la palabra palabra. Ya no me acuerdo. Y se quedó dormido. Poco a poco fue recuperándose. Comía y empezó a leer. Engordó un poquito y se dejó el pelo largo como un cantante. Sí. Como un cantante. A mí no me gustaba porque, además, Manuel cantaba muy mal. Yo no le comprendía. Pero le guardaba todo entero, como un pañuelito de hierbas, en mi corazón.
De '...Según María".
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