domingo, 28 de abril de 2013

Tal es



Cuentan los sabios, los filósofos, los poetas -tres alas para el mismo vuelo-, cuentan, digo, de un filósofo, de un poeta, de un maestro -tres vuelos de la misma ala- que se cayó cómicamente. Cuentan que contemplaba el cielo, paseando a tierra las estrellas, y que no advirtió una fosa en el suelo y que se derrumbó en ella como un fardo. Cuentan que el cosmos se rió de aquel filósofo, de aquel maestro, de aquel poeta que intentando vivir la vida de arriba no sabía siquiera andar aquí abajo sin tropezarse. 

Tal es la historia, la anécdota, mejor, que cuentan. Yo entiendo bien a aquel sabio despistado. A aquel sabio alado, alto, que, viviendo elevado, fue reclamado por la tierra. Yo he volado años y leguas junto a la luna, a la que casi ya no quedaba blanco. Yo he volado eternamente el instante en el que me llenabas el mundo. Yo he volado, cada noche, reclinado en tu pecho, cara al cielo, por las cimas del cielo. Yo he volado tanto mi amor que mi amor era sólo eso. Vuelo. Pero, volando, volando, aéreo, perdida la consciencia de mi peso, no me percataba de que caía a plomo, volando, cayendo, cayendo a la fosa que el maldito cosmos -envidioso, riendo- había dispuesto. Me había dispuesto.  

Cómo entiendo a aquel maestro, a aquel poeta alado, despistado, enamorado y, al cabo, descenso.

5 - 4 - 13

 

domingo, 21 de abril de 2013

Enyesada

Finalmente la han tenido que enyesar. Me la han tenido que enyesar. Aunque no salía en las radiografías ni en las resonancias magnéticas ni en ninguna exploración médica. Jugaba al escondite con los rayos equis y con todas las ondas perseguidoras que la pretendían. Aunque ningún facultativo la ha visto, esa es la verdad, finalmente me la han tenido que enyesar. Porque, eso sí, el diagnóstico era claro. Y unánime. Tiene usted el alma rota. Fracturada. Me han dicho. Tiene usted el alma fracturada.

Me han preguntado si me había caído. Si me había dado algún golpe últimamente. Si había tenido algún percance. Algún accidente. Han quedado estupefactos cuando les he respondido a todo que sí. Que sí. Que, en efecto, sí se me había caído vertiginosamente el alma hasta el mármol rígido del desamor. Que, en efecto, sí me la había golpeado un puñetazo de dios. Que, en efecto, sí, mi alma era un puro percance, un impuro accidente sin substancia.

Así que, finalmente, me la han tenido que enyesar. Y aquí estoy. Con ella fracturada. Rota. Con el alma en cabestrillo. Arrastrándola, arrastrándome, escayolada, arrastrando la vida escayolada, añicos el interior.

6 - 4 - 13

domingo, 14 de abril de 2013

Sopa

En el supermercado. Aunque parezca mentira, en el supermercado. Colmado de tantas cosas superfluas. Allí la he encontrado. En la sección de preparados. En un sobre amarillo. Llamativo. Con fideos. Advertía la carátula. Sopa maravilla con fideos. He hecho abstracción, claro, de los dichosos hilos de pasta. Pero a lo que no me he podido substraer es a la maravilla. Así. La maravilla. Nada menos que la maravilla ofertada impúdicamente en un llamativo sobre amarillo. En el mismísimo supermercado. Entre tantas cosas superfluas. 

Huelga decir que, ansioso, me he hecho con ella. Lector empedernido, he devorado, crudas, todas las palabras publicitarias. Sobre la ostentosa carencia de conservantes y colorantes. Sobre su sanidad en grasas. Sobre la naturaleza excepcional de la exquisitez culinaria. Ávido, he engullido, también, la leyenda de los ingredientes. Y por fin lo he comprendido. Ahí radicaba la maravilla. La maravilla de las maravillas. 
Sin cuantificar, eso sí, el porcentaje, he leído extasiado que la sopa contenía potenciador del sabor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Estupefacto, una vez en casa, siguiendo con escrupulosidad las instrucciones, he cocinado la maravilla de la sopa y la he sorbido, en efecto, la he sorbido con fruición, aspirando convulsivamente, como un enfermo, su perfume.

Yo quisiera, es lo que más quisiera en este mundo, saber aderezarte, en el supermercado de mi corazón, colmado de tantas cosas, saber guisarte mi sopa maravilla, sin fideos, con potenciador del amor y, nada menos, aroma de humo. Aroma de humo. Pero, ni sé yo, ya, adobártela. Ni estás tú, ya, para sorberla.


20 - 3 - 13

domingo, 7 de abril de 2013

Mi temida lámpara de techo

Grácil cae la mole de tu filigrana de bronce traspasada en luz. Como tres santos ahorcados, tus seis brazos cuelgan con inercia metálica iluminados y eléctricos. Como una espada de seis filos, pendiente sobre mi cama eres -ojo séxtuplo de dios- seismente vigilante. Mi cuerpo y mis sueños te temen porque te saben -alta- omnipresente. Apagada, estás invisible, secreta, taimada. Viendo. Encendida, apabullas -ostensible- inspeccionando. Superentendiendo. Deslumbrando. 
 
Terrorífica lámpara de techo, indefenso y vencido, rendido, desnudo, a ti me ofrezco.

De "Cartas a mis cosas"

viernes, 29 de marzo de 2013

Lagartija

Tendría yo unos once o doce años. Era un niño. Todavía era un niño. Aunque ya empezaba a anunciarse -bozo atrevido, retador vello- la tragedia. Paseaba solo. Muchos días paseaba solo perdido en la preadolescencia de tantos versos que aún no había escrito. Uno cualquiera de aquellos días -tendría yo unos once o doce años-, deambulando, topé con otro chiquillo que había cazado una lagartija. Yo nunca había sentido inclinación por estos bichos. Me refiero al saurio. Claro. El chaval la oprimía entre sus manos de uñas mordidas. Y negras. El animalejo, me parecía, escapaba todo su miedo por el salto de los ojos. Y se retorcía inútilmente. El crío me miró. Su mirada de hombrecillo no presagiaba nada bueno. Yo le rogué. Creo. Pero él, malo por decisión, la desenvainó. La navaja cortó limpiamente la cola. Suelo recordar que la lagartija sangró. Pero, la verdad, a día de hoy no sé si las lagartijas sangran. Aunque estoy seguro. Aquel día cualquiera aquella lagartija sangró. Una vez amputada, el mocoso la tiró a tierra y así, a medias lagartija, ésta se escabulló reptando entre la indignidad. Su verdugo me miró de nuevo, despectivo, y me dijo que no me preocupara tanto y me advirtió que a esas alimañas, de forma natural, se les reproducía la carne cortada.

Yo, la verdad, a día de hoy, tampoco sé eso. Lo que sí sé a pena cierta es que algún dios chiquillo me ha cazado entre sus manos de uñas roídas, y negras, y con su maldita divina navaja me ha cercenado el amor. Me ha mutilado de amor. Y el amor no me vuelve a crecer. Y, a día de hoy, me escabullo, reptando, entre la indignidad.

20 - 3 - 13

sábado, 23 de marzo de 2013

Llavero (Tejido de comparativas)

Como un correveidile, como un vademécum, mi viejo llavero. Como si fuera un tríptico se abre y se cierra -sésamo- como un folleto, o como un confesionario, o incluso como un verso. Siempre encinta, pare llaves como las mujeres de los antiguos serenos, las serenas, parían. Mucho más que la más abultada billetera, más, mucho más que una tripa llena, mi viejo llavero tripartito, como un fatigado diccionario, como una forja, fragua soles y flechas. Mi viejo llavero no es de piel. Es como marroquinería del alma. Desplegado, por la cornisa le corre, como las cuerdas de colgar ropa, una percha de la que penden, como si fueran murciélagos, casi nictálopes, las llaves. Una verde, muy dentada, sencilla como una máquina, franquea un antiguo despacho al que no voy hace cientos de semanas; la llave verde podría abrir una puerta que siempre permanezco cerrada. Otra, más pequeña, niquelada, como una ganzúa de plata, revela un buzón en forma de caja que es como una respuesta eternamente esperada. Hay otra llave cuadrada, con resaltes convexos y heridas como de viruela, cóncavas, que me ofrece, como vírgenes expeditas, prometedoras alcobas y recámaras. Un llavín de cabeza hexagonal, como un duende, sospecha de frigoríficos y despensas y alacenas del cuarto de las viandas... Y así podría seguir con la teoría de llaves que acuartela la armería de mi viejo llavero. Cuerpo de guardia. Pero hay una llave resistente, discretamente herrumbrosa, inquietantemente oxidada, remotamente metálica, cuyo mástil dibuja como un perfil de mapas, una llave lejanamente azul, tímidamente carta, una llave pertinaz, desusada, como un claustro sin iglesia, una llave deshabitada, en ruinas, una llave olvidada en mi viejo llavero que no sé para qué valga, qué cerradura desata, qué cancela inaugura, qué secreto canda. Como una pregunta abandonada.

De "Curso de Gramática"

martes, 19 de marzo de 2013

Mi queridísima pastilla

Ayer me dolían los ojos como si fueran de carne y hueso. Habían llorado mucho. Habían llorado tanto. Rojos, acuosos de vino, lloraban moscatel rancio y tinto. Lloraban como debe llorar el amor en las sábanas del prostíbulo. Lloraban limones a litros. Me dolían los ojos ayer. Me dolían mucho. Me dolía su carne cristalina y su hueso íntimo. Me dolía, en las niñas, todo lo que había visto. Tener niñas doloridas en mis ojos. Qué abismo. En mis ojos me dolía todo lo que había visto.


Mi queridísima pastilla, tanto dolor había en mis ojos que no podía ni escribirlo. Te tomé entonces, analgésico curativo, atontador somnífero, y mis ojos se cayeron -¿se callaron?-.Dormidos.

Mi queridísima pastilla, panacea sólo a medias, insuficiente paliativo, hoy he abierto mis ojos. Y me duelen lo mismo.


De "Cartas a mis cosas"

sábado, 9 de marzo de 2013

Yo morí a los cincuenta

Prólogo

Yo morí a los cincuenta. El día tres de julio del año en que los cumplí. Desde entonces. Como puedo. Como la tierra que me requiere me deja. Una serena automoribundia. Una calmosa agonía. Me continúo en sosegados estertores que me regalan, fieles, ventilación. Sigo comiendo. Desayuno. Y almuerzo. Y ceno. Pero ya no como. Ya no como antes. Ya no me alimento de pan ni de galletas de luna. Ando. Voy de aquí para allá. Pudiera decir que peregrino. Pero no me quedo en ningún. Todo mi presente es estar. Estar marchando. Perdí el futuro. Me apeé. 

Yo morí a los cincuenta años. Aquel día tres de julio. Justo cuando. Justo cuando ya no. Todo fue templadamente. Sin llanto. No hubo espasmos ni tragedia. Pero yo lloraba. Desde donde empieza hasta donde termina mi adentro, lloraba. Entre espasmos apacibles. Mi tragedia invisible. Todo fue vértigo. Verticalmente tranquilo. Plácido. Sin alas.

Yo morí a los cincuenta años. De aquel tres de julio. Cuando ya no. Justo cuando ya no. Se acabó. Mi vida. Mi alegría eterna. Se acabaron. Y hasta decidí acabarme. Pegarme un verso. Pegarme el último verso. Escribir el último disparo. No lo hice. Y mira que lo planeé. Y mira que supe cómo hacerlo. Pero no lo hice. Aunque. Porque. Aunque ya no podía vivir la belleza aún podía contarla. Me quedé. Me he quedado. Muerto. Es verdad que muerto. Pero me he quedado. Ya no viviendo la belleza. Como antes la vivía. Ahora ya no puedo. No viviéndola. Sin embargo, aquí estoy, pobre de mí, sobre de mí, contándola.
 
5 – 12 - 12

sábado, 2 de marzo de 2013

Pero / Desde

No puedo escribir. Puedo. En verdad puedo. Es lo único que puedo. Que me cabe. Pero me duele. Escribir me hiere. Porque escribo desde la herida. Porque escribo la herida. Escribir es hurgar. Sangrar versos. Buscarlos en la hemorragia. Me debato. Escribir es, sí, una terapia. Pero escribir es, también, resolverme exangüe. Me estoy arruinando en versos. Estoy arruinándome la salud en versos. Me vacío escribiendo. Pero, es cierto, escribo desde el vacío. Sólo puedo escribir, pues, el vacío. Sólo puedo escribir vacío. Si no escribo no hay amor. Pero si escribo, como ya no hay amor, sólo escribo dolor. El amor me induce a escribir. Pero es el dolor el que me lleva a la poesía. Es el dolor el que lleva poesía. El que posee poesía. El dolor crea. Pero no crea amor. El dolor crea dolor. Creo desde el dolor. Creo dolor. Creo en el dolor. Dolerme crea. Las palabras ya no curan. Las palabras ya no me curan. Me enferman. Aunque estuviera enfermo antes de ellas. Sin ellas. Enfermo con ellas. Mi arte es vida. Desamor. Desvida. Mi vida es arte. Malo. Arte malo. Desamor. Desarte. Yo que querría besarte. Desearte.

No puedo escribir. No lo soporto. No lo soporto más. Pero, escribiendo, al menos, me duele.


18 - 1 - 13

domingo, 24 de febrero de 2013

Mapa del Tesoro

En el trastero, en la gaveta más olvidada del más destartalado pupitre, he hallado un saquito de arpillera, todo dentera y polvo. Dentro, alguien abandonó veinte preguntas. Veinte preguntas que transcribo en el aleatorio orden en que las he extraído. No sé si así forman el imposible mapa del tesoro de un sufrimiento. A saber:
 
¿Por qué hoy una tristeza tan, tan sin naturaleza humana que no cabe en la lana de mis calcetines? ¿Por qué hoy, si yo creía que sólo era una metáfora, el hospital de la pena ha detectado un clavo, con todo su hierro, sangrándome el amor? ¿Por qué hoy, si no me llamara juan el de la cruz, me llamaría dolor o zanja o costurón? ¿Por qué hoy la bondad se ha marchado, se me ha marchado, y me ha puesto vacío? ¿Por qué hoy sé que moriré esta tarde, que la palabra que vas a decirme me suicidará justo -injusta- esta mismísima tarde? ¿Por qué hoy lo corpóreo acecha con tentación de vena, de cuchilla, deceso? ¿Por qué hoy la espina de la...? ¿Por qué hoy la queja se hincha como un montgolfier que sólo descendiera? ¿Por qué hoy me llama, desde el otro lado, una voz siniestra? ¿Por qué hoy dios sólo me concede el pavor del tiempo? ¿Por qué hoy salgo desnudo a pesar de mi impecable traje de franela y de mi corbata de guerra? ¿Por qué hoy mi piel es una frontera tan irrisoria para el virus de la desesperanza? ¿Por qué hoy hay cordero para comer? ¿Por qué hoy he averiguado el invierno? ¿Por qué hoy no me queda lugar en la belleza? ¿Por qué hoy quepo cabalmente en la fosa? ¿Por qué hoy la palabra nunca se ha hecho carne? ¿Por qué hoy no me perdonas ser pequeño? ¿Por qué hoy la fúnebre certeza? ¿Por qué hoy?

19 - 12 - 12

domingo, 17 de febrero de 2013

Guantes

Mis queridos guantes:

Requetenegros, curtidos gemelos de mis manos capitolinas, de la roma de mis dedos, guantes, como anillo al cielo, mamáis calientes las ubres de mis sueños. Cuando están fríos, tiesos, duros, virilmente erectos, los acogéis como se cierran diez cuerpos al amarse, os acopláis como aire sobre un pájaro, los entibiáis como agua sobre un huerto. Guantes cavernosos y secos, guantes hospitalarios, guantes muelle, guantes pecho, guantes como madre, como útero, negros guantes todo sexo, hoy mismo quiero agradeceros vuestro virginal acogimiento y perpetraros diez besos.

Aguerridos guantes de la batalla de mis dedos, guantes refugio, trinchera, dos mujeres guantemente versos, aceptad el amor lento de vuestro huésped.

De "Cartas a mis cosas"

sábado, 9 de febrero de 2013

La tetera

Algo debe de haber en mi alma. Me he fijado que en la tetera había una mácula. Como un jirón mate que mancillaba tanto brillo. Siempre va conmigo un pañuelo blanco. Lo he aplicado a la alevosa mancha. Persistía. He frotado con más ímpetu. Persistía. He desistido de mi pañuelo. Con saña he raspado con un cepillo temiendo herir la plata. La tacha persistía. Afrentosa. Muy picado, he decidido recuperar mi pañuelo. Cándido. He acercado la tetera a mi boca y le he exhalado aliento. Rápidamente la he acariciado con el lienzo. La mácula se ha rendido a mis adentros. Se ha perdido. Todo era espejo. No me cabe duda. Algo muy puro debo de tener en mi alma.
De "Teoría de Fragmentos"

miércoles, 6 de febrero de 2013

Federico

Decía Federico que el meollo del gitano es la pena, que se filtra. Por eso Federico, que se abría las venas por los demás, le cantaba. Al gitano. Porque el gitano es la antonomasia de la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que Federico, mi Federico, el que a tantos alumnos he descubierto, me cantaría. Cantaría mi alma gitana. Porque en este momento, a treinta de enero de dos mil trece, a las siete y cuarto de esta perenne noche que soy, no hay en ninguna esfera más pena que en mi alma. No hay en ningún hemisferio ningún gitano en cuya navaja resida tanta pena como en mis ojos. No hay en toda la circunferencia de la Andalucía universal ningún Camborio que se alimente, flaco, de tanta pena como yo. En este momento, perpetuas siete y cuarto de esta perpetua noche nochera, no hay en toda la luna lorquiana de la gitanería nadie que renuncie a toda cosa, como declaro que renuncio yo, por ser pena. Sólo pena. Toda la pena.

Yo estoy convencido, ahora, de que mi Federico me cantaría a mí. Porque la pena se me filtra. Porque yo creía que el alma no existía. Pero ahora, a treinta de enero de dos mil trece, sé que existe. Que mi alma existe. Porque en ningún lugar físico puede, me puede caber tanta. Tanta pena.

Y por eso estoy convencido de que Federico cantaría, ahora, en romances, mi alma gitana.

 
30 - 1 -13

sábado, 26 de enero de 2013

Disfraz


Hoy me ha felicitado el médico. Vas impecablemente conjuntado. Me ha dicho. Me ha dicho que el tono de la americana se condecía a las mil maravillas con la alpaca gris marengo del pantalón. Me ha dicho de la perfección del nudo de la corbata. De su vuelo grácil aterrizando en la pechera por mor del oro del alfiler. Me ha dicho que nunca había visto algodón de camisa tan bien planchado. Y me he dicho, por fin, que el charol de los zapatos con que me arrastro brillaba negro y noche. Hoy, pues, me ha felicitado el médico. Mi porte. La prestancia. La caída de la ropa. 

Del dolor de tanta elegancia. Del tumor bajo el disfraz no me ha dicho nada.

18 - 1 - 13

sábado, 19 de enero de 2013

Resistencia

Obviamente no es cuestión de fuerza. Meticulosidad. Necesito ser meticuloso. Proceder con cuidado. La operación requiere solicitud. Extremo. Del viejo marco de plata he de quitar la foto. Su foto. Es un viejo marco de plata. De plata antigua. De esa plata abigarrada y grave que hay que lustrar de vez en cuando. El cristal manchea por acá y por allá. Huellas. Polvo incrustado. Algunos besos indelebles. Pretéritos. La plata precisa ser bruñida. Un óxido, como si fuera pesantez de tiempo, ha impuesto su mancilla por doquier. Es un viejo marco de plata. De plata antigua. También está añecida la foto expuesta. Su foto. Con su sonrisa de entonces. Y sus hoyuelos. Y la mirada que columbraba el infinito. Que no suponía que hubiera un fin. Que no suponía que algún día, hoy, yo tuviera que retirarla. Que despojarla. Que retirar la foto. Su foto. Porque se hubiera acabado.  
 
Obviamente no es cuestión de fuerza. Necesito ser meticuloso. Cuidadoso. Pero el marco se opone a ser desposeído. El cristal se afirma en su maculada transparencia. La plata reclama su derecho y se obstina en no ceder. La foto no abandona. Su foto. Se aferra, se argenta al soporte y se niega a marchar. Es como si marco y cristal y plata se rebelaran y defendieran su prenda. La foto, su foto, no se desprende.

Obviamente no es cuestión de fuerza. Es la última inercia del amor. La pura resistencia.

Exactamente lo mismo le pasa a mi corazón.

30.12.12

martes, 8 de enero de 2013

A mi Cristo de plata


Mi queridísimo cristo de plata:

Sin cruz, flotando crucificado en el mar jaspe de una medalla como de amatista, sin cruz, ingrávida, franca, desprendidamente colgando, sin cruz, mi cristo crucificado de plata sobre la mesa del despacho, muertemente velando. Mi pequeño cristo de plata crucificado -sin cruz- en la laja cornalina, yo sé que a tu retorcido cuerpo de carne y verbo le ofende el metal rico en que te apresó el ignorante orfebre; yo sé que, sin cruz, tus palmas y tus plantas y tu torso necesitan el hogar de su madera y repugnan el tacto frío de la preciosa piedra. Reclaman una simple cruz de madera en que perdonar. Y posarse.

Sin cruz, mi queridísimo cristo de plata sobre amatista u ónice o ágata, no sé, reducción, bagatela, miniatura gigantesca, por qué no, mi cristillo descrucificado, ahora que puedes, sin cruz, sin plata y sin piedra, reencarnado, a lo grande, por qué no se lo pides a tu padre y, de nuevo, vuelves sin cruz a la tierra. Al acecho -¿por qué no?- te espero.
 
De "Cartas a mis cosas".

martes, 18 de diciembre de 2012

Profesores

Conozco tres tipos de instrucción, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos.

La del profesor que suspende a su discípulo por opinar de forma diferente.

La del profesor que lo da por bueno aunque discrepe de sus enseñanzas.

Y la del profesor que lo aprueba con entusiasmo precisamente porque su estudiante es un disidente.

De estos tres profesores, escuchadme bien, sólo el último es un maestro.

De "Lázaro Valbuena".

martes, 11 de diciembre de 2012

Diccionario

Mi queridísimo diccionario:

Dueño absoluto, abarrotado almacén de telas, laberinto con todas las entradas, infinito espejo pequeño como la tierra, llave maestra, biblioteca, mi queridísimo diccionario, inútil como un museo. Paleontológico. Piedra. Industria textil parada y quieta. Muerta. Guitarra sin dedos. Galilea.


Mi abigarrado diccionario otoñal y planeta, sólo hilos, destejido, desastrado, estepa, maldito catálogo de terciopelos y rizos y tules y sedas, exhaustivo y tentador, excitante, proxeneta. Maldito diccionario, te falta, no ofertas, la rueca que teja y desteja, no adjuntas manual que el hilandero comprenda. Condenado lexicón, no acompañas prospecto para tu poeta.

De "Cartas a mis cosas"

miércoles, 5 de diciembre de 2012

En los libros

Las grandes personas, decía Lázaro Valbuena a sus alumnos, las he encontrado siempre entre libros. En la inmensa compañía de la soledad bibliotecaria. Siguiendo la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. No me gustan las efigies ni el humo. No soporto las estatuas de peanas que debieran estar vacías. Desprecio a los voceras y a los bocazas. La logorrea mezquina. A los personajillos. A los reyezuelos. La obra bien hecha es obra de amor, trabajo y tiempo. El mar necesita muchas olas para llegar a la playa. Las grandes personas que he conocido han demorado sus vidas entre páginas. Blancas o impresas. Páginas. Las grandes personas que he conocido han sido radicalmente libropésicas. Invulnerablemente letraheridas. Sed valientes. Leed. No temáis acompañar a Lewis Carroll a través del espejo. No temáis acceder con Juan Ramón al otro costado. Sólo allí hallaréis la verdad desnuda. Esquinuda. Cortante. La verdad. Lenta. Tozuda. Sólo allí hallaréis la crítica. Para ese viaje no necesitáis gran impedimenta. Id ligeros de equipaje. A tercios oídos sordos, resistencia y bondad.

De 'Lázaro Valbuena"

viernes, 30 de noviembre de 2012

Ocaso

Ahora que empezaba a ser viejo había decidido morirse. No podía soportarlo. No podía soportar que el sarmiento de sus dedos le impidiera tocar el violín. No podía soportar que la humanidad de su cabeza acabara con su genio. No podía soportar que las vocales de su cuerpo fueran puro dolor. No podía soportar que la lentitud de los minutos ralentizara su carrera perfecta. No podía soportar a Dios, al que había amado tanto. Y ahora le traicionaba. Ahora que empezaba a ser viejo había decidido morirse. Aunque no sabía cómo. Estaba tan solo. Y tenía tanto miedo.

Como siempre. Pero ya demasiado tarde.

De "Teoría de Fragmentos"